
Venecia 2025: crítica de «Un cabo suelto», de Daniel Hendler (Spotlight)
Esta peculiar comedia sigue las desventuras de un policía argentino que se escapa a Uruguay y, una vez allí, intenta reinventarse. Con Sergio Prina y Pilar Gamboa. En la sección Spotlight del Festival de Venecia.
Uno puede suponer que el punto de partida de UN CABO SUELTO fue el juego de palabras que le da título, la de idea de que un «cabo» de la policía que se escapa sea, a la vez, «un cabo suelto» de una situación, se supone, policial. De hecho, más de una vez a lo largo del film dirigido por Daniel Hendler se hacen referencias a los juegos de palabras a partir de los diálogos que tienen Santiago (Sergio Prina) y Rocío (Pilar Gamboa), siempre con el uso de la palabra «cana» (Tropicana, Macana) como guiño humorístico entre ambos. El literal y metafórico cabo suelto es el mismo Santiago, un policía que por algún motivo que desconocemos, se ha fugado a Uruguay desde Argentina escapándose de un par de colegas suyos que lo persiguen. Y esa fuga/búsqueda conforma el hilo narrativo principal de esta asordinada comedia rioplatense.
En la curiosa estructura temporal de UN CABO SUELTO se puede decir que, cronológicamente hablando, todo arranca con Santiago huyendo a Uruguay y tratando de encontrar la manera de sobrevivir ahí, sin tener nada encima: ni dinero, ni ropa, ni posesiones. El tipo cruza la frontera por Fray Bentos, llega a duty free shop de la estación y allí conoce a Rocío, la chica que atiende el local, con la que tiene una serie de simpáticos diálogos, logra cargar su celular y esconderse de los que, supone, lo persiguen. El encuentro terminará de un modo un tanto complicado –por la noche él se mete al lugar y roba cosas para comer, beber y hasta una carpa para dormir– y a la mañana siguiente se va de ahí, con rumbo desconocido.
El grueso de la película pasa por las curiosas personas con las que Santiago se encuentra allí y las pequeñas desventuras en las que se embarca. Un tema recurrente pasa por el queso: Santiago sabe del tema e irá conectando, en distintos momentos, con personas (el músico Alberto «Mandrake» Wolf, Diego de Paula) que se dedican a venderlo o a fabricarlo. También se cruzará con un abogado y un colaborador suyo (Nestor Guzzini, César Troncoso), a los que pedirá ayuda, mientras que dos compañeros de la policía argentina (German De Silva y Daniel Elías) tratarán, de modo amenazante, de encontrarlo. Y todo el tiempo intentará reencontrarse con Rocío, ese primer encuentro luminoso que le abrió la puerta a pensar que quizás, en el Uruguay, encuentre la posibilidad de tener una vida nueva.

Filmada en Uruguay y coproducida con Argentina, la película de Hendler se ocupa, entre sus muchos detalles de color, de las pequeñas diferencias entre los que viven a uno u otro lado del «charco». Entre las repetidas observaciones está el uso del cinturón de seguridad (un argentino aparentemente revela su nacionalidad por su poco apego a usarlo) o los modos de preparar el mate, que también pueden develar la nacionalidad de una persona. Como si el acento, suavizado pero evidente, del norte argentino no fuese bastante evidencia, más de una vez Santiago intentará ocultar si es «de acá o de allá» pero algunos detalles lo deschavarán. Y no, nunca es el acento sino la manera de tomar el mate. Uno, por ejemplo, se dará cuenta que el tipo es argentino porque no deja que «se infle la yerba» y otro por la cantidad de agua que le pone o porque se le da por compartir el mate. Y eso que no sacan el tema de si el agua se hierve o no…
Lo de la confusión de identidad es un tema central de la película. Santiago es policía y, al principio, hace uso y abuso de su «autoridad», moviéndose y hablando con el del puestito de quesos como si pudiera multarlo por falta de papeles. Pero cuando se da cuenta que ese mismo uniforme puede delatarlo ante sus ex compañeros que lo buscan, el tipo tratará de integrarse, de pasar desapercibido. Y ese tema, que quizás resuene en alguien como Hendler –uruguayo que pasa gran parte de su tiempo en la Argentina–, es el que va organizando la aventura de un hombre que quiere desaparecer para empezar de nuevo pero que se da cuenta que no es tan sencillo hacerlo.
El actor de EL ABRAZO PARTIDO y DIVISION PALERMO no actúa en el film –no parece haber ni un cameo tampoco– sino que retoma su veta como director iniciada con NORBERTO APENAS TARDE, una comedia de similar tono en lo que respecta a su humor melancólico, un humor al que acá le suma condimentos dramáticos y hasta algunos ligados al policial. De hecho, UN CABO SUELTO se inicia con una enigmática escena que es un tanto violenta y que marca, inicialmente al menos, el tono de lo que vendrá. Y si bien es cierto que las peculiares aventuras del cabo en cuestión viran más hacia un costado ameno y gracioso, esa amenaza persiste y nunca abandona el relato.
La primera de dos películas dirigidas por Hendler este año –la otra, 27 NOCHES, competirá en San Sebastián y se estrenará en Netflix–, UN CABO SUELTO es, más que cualquier otra cosa, la historia de alguien que intenta forjarse una nueva identidad y de reconfigurarse a partir de ella sin poder, al menos no del todo, alejarse de aquello que lo persigue. Al ir dejando de a poco su uniforme –primero un escudo, luego la campera, más adelante el pantalón–, Santiago intentará ser una nueva versión de sí mismo, con todas las dificultades que eso implica. Muchas más, uno supone, que cambiar la manera de cebar el mate.
«Un cabo suelto» competirá también en la sección Horizontes Latinos del Festival de San Sebastián



