
Series: crítica de «El monstruo de Florencia» («Il Mostro»), de Leonardo Fasoli y Stefano Sollima (Netflix)
Los brutales asesinatos de varias parejas románticas en las afueras de Florencia llevan a las autoridades a investigar quién de todos sus habitantes puede ser un asesino serial. Estreno de Netflix.
Uno de los casos más famosos de crímenes seriales en Italia tiene su versión en formato miniserie en EL MONSTRUO DE FLORENCIA, cuyos cuatro intrigantes capítulos intentan desentrañar un misterio que viene fascinando a los italianos hace más de medio siglo, al punto que parte de la saga de Hannibal Lecter se apoya en él. Centrada en una sucesión de asesinatos de parejas que tenían relaciones sexuales en automóviles en las afueras de Florencia, se trata de una historia curiosa, llena de idas y vueltas en el tiempo y de personajes que se incorporan a la trama, que pone el foco en una de las hipótesis de resolución de esos casos, la llamada «pista sarda».
El caso es extraño por donde se lo mire y el célebre Stefano Sollima (de la serie GOMORRA y la secuela de SICARIO) lo presenta a mitad de camino, cuando ya han habido cuatro asesinatos y se produce el quinto, en 1982. El modus operandi de todos ellos es bastante similar. En una serie de zonas boscosas de las afueras de Florencia, a las que muchas parejas van en auto a tener relaciones sexuales, un hombre se acerca, les dispara y los asesina, algunas veces (no siempre) quedándose con algún «recuerdo» físico de la mujer. Lo raro es que los casos están muy dispersos en el tiempo (el primero, creen entonces, es de 1974, hay dos en 1981 y luego este) y no son idénticos. Lo que sí tienen en común es que el arma usada es una Beretta calibre 22.

Es ese detalle el que lleva a la investigadora del asesinato de 1982, Silvia Della Monica (Liliana Bottone), a conectar los crímenes con uno previo, que tuvo lugar en 1968 y que tenía características similares. Y será esa línea de investigación la que seguirá la serie a lo largo de sus cuatro episodios, metiéndose a fondo en la vida de una pareja cuya particular relación puede estar ligada a todos ellos. Resumiendo brevemente una saga complicada, todo se inicia (o al menos eso parece de entrada) con el casamiento entre Stefano Mele (Marco Bullitta) y Barbara Locci (Francesca Olia), que se enrarece cuando ella empieza a tener una serie de amantes y affaires frente a un marido de aspecto un poco abrumado que no parece hacer ni decir nada al respecto.
Es por eso que, cuando Locci y Antonio Lo Bianco –uno de sus amantes– son asesinados en 1968, las miradas recaen en él, pero habrá complicaciones para cerrar con ese sospechoso para el resto de los címenes. Así, los episodios irán abriendo puertas a otras personas ligadas a esa dupla, como Francesco Vinci, otro amante de Locci que fue abandonado por esta; Giovanni Mele –hermano de Stefano–, cuya violenta personalidad da más con el perfil que la de su timorato fratello; y Salvatore Vinci (Valentino Mannias), primer amante de Locci y un tipo con una historia personal más que complicada. En el medio, Stefano no habla y el pequeño hijo de la pareja no hace más que dar versiones distintas de lo que vio.
Sollima y su colega Leonardo Fasoli toman la arriesgada decisión de saltar continuamente en el tiempo complicando la progresión dramática y muchas veces confundiendo a los espectadores. De 1982 van a la boda de Locci y Mele, cuentan esa relación y lo mal que termina, para después ir a los años ’50 y saltar a los posteriores crímenes de «Il Mostro», que seguirán cometiéndose durante los años ’80. La serie no está organizada necesariamente como una trama de investigación sino como la historia de esas raras y torcidas familias cuyos miembros son los principales sospechosos. Y, en paralelo, es una serie que pone el eje en la violenta misoginia ejercida en esas pequeñas poblaciones en las que la historia transcurre. Y, uno supone, en muchas otras de Italia.

En cada nuevo episodio aparecen personajes y testimonios que alteran lo que creíamos (en una Locci aparece casi como una prostituta, en otras versiones es muy distinto, y algo similar pasa con otros personajes) dándole a la serie un carácter que es, al mismo tiempo, frustrante e intrigante. Las conexiones con el resto de los crímenes son tenues y las mentiras de los implicados son muchísimas, lo que va generando una confusión cada vez mayor en los investigadores, quienes además seguían otras líneas de posibles sospechosos. Lo que sí es innegable es que cualquiera de los sospechosos, sean o no los criminales, tienen comportamientos deplorables que los dejan bastante en evidencia al menos moralmente.
El lado oscuro de una zona bella del norte de Italia, la demostración de que aún en los parajes más idílicos de Europa se cuecen cosas oscuras, el caso de EL MONSTRUO DE FLORENCIA persiguió a generaciones de italianos (los casos se sucedieron durante dos décadas) y obsesionó especialmente a las familias de la zona respecto a la seguridad. De hecho, se cuenta que las habitualmente religiosas y conservadoras familias locales hasta preferían que sus hijos tengan relaciones sexuales en sus casas con tal de no arriesgarse a caer en las menos del criminal. Quizás esa era una aún mejor historia para contar. Eso sí, en tono de comedia…



