Viennale 2025: crítica de «Gavagai», de Ulrich Köhler

Viennale 2025: crítica de «Gavagai», de Ulrich Köhler

por - cine, Críticas, Festivales
20 Oct, 2025 06:14 | Sin comentarios

Una actriz alemana y un actor senegalés se reencuentran en un festival de cine tras rodar una caótica versión de Medea en África, donde emergen las tensiones raciales y culturales ocultas bajo el mundo del cine de autor europeo.

Es muy común, en festivales de cine, asomarse a situaciones que tienen muchas similitudes a las que Ulrich Köhler cuenta en GAVAGAI. De hecho, uno podría pensar que el propio realizador alemán se puede haber inspirado en parte en su propio film EL MAL DEL SUEÑO (2011), filmado en Africa. Sea o no esa la inspiración, lo que la película narra es la experiencia en el rodaje y en un festival de cine alemán (es la Berlinale, claramente, pero no se la nombra) de dos actores, una alemana y el otro senegalés, que actuaron en el film y tienen que presentarlo en ese evento.

Todo empieza en medio del conflictivo rodaje de una versión bastante curiosa de MEDEA que una directora francesa, Caroline Lescot (Nathalie Richard), filma en Senegal. La intensa y nerviosa realizadora –que parece inspirada, por aspecto, personalidad y por el tipo de locación que usa en Claire Denis– discute con medio mundo pero especialmente tiene una relación tensa con su protagonista, la actriz alemana Maja Tervooren (Maren Eggert), que interpreta a la propia Medea y con la que parece llevarse mal todo el tiempo en un clima bastante pasivo-agresivo.

La tercer pata del asunto es Nourou Cissokho (Jean-Christophe Folly), un actor franco-senegalés que encarna a Jason –el marido de Medea en esta trágica historia de la mitología griega–, quien trata de apaciguar los ánimos ya que, queda claro, está interesado en Maja, quien atraviesa un doloroso divorcio. Tras una larga discusión sobre el final de la película –que está modificado del original por motivos un tanto curiosos–, la acción se traslada a Berlín, donde Nourou llega para participar del festival. Al llegar nomás empieza a sentir un maltrato un tanto racista por parte de la seguridad del hotel y es la local Maja la que intercede para ayudarlo, por más que él le diga que no hace falta.

GAVAGAI, de allí en adelante, se centrará en la relación entre ambos, en la controvertida presentación de la película en el festival y en algunas otras situaciones un tanto raras que vive Nourou, quien en el contexto del festival es una estrella pero apenas se aleja unos metros de la alfombra roja es tratado como un inmigrante más. Y esas idas y vueltas –que incluirán además escenas de la película filmada en Senegal– serán el centro de un film que se ubica en un lugar lúcido e incómodo en relación a las experiencias de cineastas europeos rodando en países del tercer mundo, ideas ligadas a la apropiación cultural, al colonialismo, a las confusiones que eso genera y al extraño rol que tienen los festivales de cine en ese circuito de significados.

Nourou es el que vive eso en carne propia –la situación con la gente de seguridad del hotel se complica– mientras que del lado opuesto está Caroline, que no parece dispuesta a aceptar críticas en relación al lugar de su mirada eurocentrista en una película filmada en el corazón de Africa. Maja, en medio de todo, vive su drama personal y a la vez trata de ayudar a Nourou de una manera que termina siendo contraproducente, similar en cierto modo a lo que la directora ha hecho en Africa. Con ambigüedades y personajes que no son fácilmente catalogables como víctimas o victimarios, el realizador de IN MY ROOM presenta una pieza ambigua e inquietante sobre esas no tan sutiles diferencias que hay entre el arte, la realidad y eso que creemos saber sobre el mundo pero realmente no sabemos.

El único problema de la película es que le dedica demasiado tiempo a la ficción de esa versión de Medea que prueba ser bastante absurda, por no decir ridícula. Quizás un film no necesariamente tan absurdo podría llevar aún más lejos la conflictiva hipótesis del colonialismo cultural que Köhler pone en disputa. Lo gracioso que sucede con esta versión es que recibe en el festival críticas excelentes y halagos cuando es bastante visible que se trata de una suerte de mamarracho modernista y clásico a la vez, mezcla de Pasolini con película de la saga BLACK PANTHER.

Si uno tolera las largas escenas de esa película que es mala a propósito, podrá engancharse más todavía con las ambigüedades de la relación entre los actores –que tienen una intensidad y curiosidad sexual que se suma a este cruce de culturas y razas–, con las vivencias de Nourou por las calles de Berlín y, sobre todo, con la extraña lógica de los festivales de cine, especialmente cuando invitan a personas «autóctonas» de países tercermundistas sin tener mucha idea de cómo será para ellos esa experiencia. La del protagonista –que es más francés que senegalés y es un tipo refinado y culto– es aún más curiosa, porque muchos lo tratan como una especie de inmigrante ilegal cuando está muy lejos de serlo. En esa mezcla de suposiciones falsas y problemáticas funciona esta inquietante e inteligente película alemana.