Cannes 2018: crítica de «In My Room», de Ulrich Köhler (Un Certain Regard)

Cannes 2018: crítica de «In My Room», de Ulrich Köhler (Un Certain Regard)

por - cine, Críticas, Festivales
23 May, 2018 05:00 | Sin comentarios

El Apocalípsis llega, de manera inesperada y extraña, para Armin, un hombre que un día se despierta y se da cuenta que todos los humanos en el mundo se han esfumado. Un tipo de 40 años desganado y con serios problemas descubre que, extrañamente, a partir de entonces tiene una nueva oportunidad en la vida.

¿Qué harías si un día, al despertarte, descubrieras que todos se han esfumado alrededor tuyo? ¿Que salís a la calle y está vacía: los autos chocados, las casas abandonadas, nadie por aquí, nadie por allá? Algo así sucede en IN MY ROOM, la nueva película de ese siempre desafiante cineasta alemán que es Ulrich Köhler, director de EL MAL DEL SUEÑO. Como en aquel filme que transcurría en Africa aquí también hay un protagonista que debe enfrentarse a un mundo que no es como lo imaginaba.

Cuando la película comienza nadie puede suponer que pronto derivará a un relato de ciencia ficción y/o supervivencia. Arranca contando la historia de este tal Armin (Hans Löw), que trabaja como camarógrafo en un canal de noticias pero parece estar con la cabeza en cualquier lado, al punto que en la primera escena –¿premonitoria quizás?– vemos que utiliza al revés el encendido de la cámara en cuestión grabando cuando debería estar apagada y apagándola cuando debería estar grabando. En el trabajo lo maltratan por su desidia, sale a bailar y a emborracharse y en la siguiente escena intenta de forma un tanto patética acostarse con una chica en su caótico cuarto. La chica, con toda la sensatez del mundo, agarra sus cosas y se va.

Armin va a visitar a su abuela, que está muy enferma, la única de su familia con la que parece llevarse bien. Una noche se duerme al lado de su lecho de inminente muerte para descubrir no solo que la mujer ya falleció sino que no hay nadie en la casa, en la calle, en ningún lado. Sin explicaciones ni justificaciones, la vida humana sobre la Tierra ha desaparecido. Los animales, en cambio, rondan sueltos por la ciudad y las autopistas como liberados de su eterno esclavizador. Armin entra en crisis, quemando la casa, rompiendo lo que encuentra alrededor y emprendiendo un viaje en auto sin destino aparente. Viaje que le permite comprobar que no hay nadie en ninguna parte.

De la segunda parte del filme conviene no adelantar demasiado pero tiene algo de Robinson Crusoe, de NAUFRAGO y de tantas otras historias de supervivencia. Como SOY LEYENDA pero sin enemigos a la vista, Armin tiene que reconstruir su vida como sea. Y reconstruirse a sí mismo, aunque sea para poder sobrellevar la soledad. Pero, claro, un hombre solo es solo el comienzo y en algún momento otro personaje –una mujer de lejana procedencia y hábitos muy distintos a los suyos– se sumará a esta cita bíblica de tener casi la misión de reconstruir el mundo de cero.

El apocalípsis termina siendo, probablemente, la mejor noticia que le podía haber sucedido a Armin. Tras un tiempo de caos y depresión logra sacar de sí mismo una nobleza que ni él mismo sabía que tenía, además de muchos recursos para sobrevivir en un bosque rodeado de animales. La aparición de ese otro personaje, sin embargo, tendrá una lógica inversa, y lo verá pasar de la alegría por el encuentro con otro sobreviviente a la amargura, problemas y conflictos que las relaciones muchas veces generan, aun cuando no hay nadie más que esté vivo en el mundo. O eso parece…

Se trata de una película rara, que no apuesta jamás al realismo desde la lógica dramática (no sabemos qué pasó, ellos tampoco y nadie parece preguntar ni preguntarse nada) pero sí desde la supervivencia diaria, que depende de conocimientos y resoluciones muy prácticas y precisas, ligadas a matar animales para comer, conseguir hacer funcionar un generador que produzca energía eléctrica y aprovechar esa electricidad y un videoclub abandonado para mirar otra película altamente metafórica en ese contexto como puede serlo LOS PUENTES DE MADISON.

La película por momentos frustra y en otras fascina. Cada una de sus etapas (la pre-apocalípsis, la que transcurre apenas eso sucede y la que sobreviene cuando Armin deja de estar solo) tiene momentos notables y otros que bordean lo incomprensible. La historia de un hombre que se reencuentra a sí mismo cuando pierde todo mantiene de todos modos la intriga y el interés hasta el final ya que las decisiones dramáticas de Köhler son tan impredecibles que uno nunca tiene idea para dónde puede derivar el relato. Sin estar a la altura de EL MAL DEL SUEÑO, Köhler logra de todos modos entregar otro relato que prueba que su cine corre por un carril bastante distinto al de sus colegas alemanes como Christian Petzold, Valeska Grisebach o su propia esposa Maren Ade.


Nota: un pequeño pero notable plus es utilizar esta hermosa canción de Pet Shop Boys en dos momentos clave de la película.