
Estrenos: crítica de «Oca», de Karla Badillo
Esta coproducción mexicano-argentina sigue a una monja y a otros personajes que peregrinan a conocer al nuevo arzobispo de la zona, pero el recorrido se les complica más de lo pensado. Estreno en cines: 20 de noviembre.
Rafaela (Natalia Solián) tiene sueños, visiones, acaso premoniciones. O eso al menos cree. Es una joven monja que pertenece a una pequeñísima congregación en un lugar llamado San Pedro, en México, que integran solo tres, incluyéndola. No tienen casi devotos, ni techo, pero cuentan con la esperanza de que Rafaela pueda ayudarlas. ¿Cómo? Ha llegado un nuevo arzobispo a San Vicente, no muy lejos de donde ellas están, y todo parece indicar que Rafaela soñó con esa llegada. Y es por eso que su superiora le dice que vaya a visitarlo y que le pida que las ayude a salir de su difícil situación. Guiada por Dios («él toma las decisiones», repetirá), la seria y obcecada monja se sube a una motocicleta con destino a San Vicente. No imagina que es e principio de un recorrido que será extrañísimo.
No es la única, en principio, que viaja para allá. Un grupo grande de peregrinos está partiendo desde otro lugar cargando la figura de San Gelasio y esperando la ayuda del nuevo arzobispo, aunque no tienen mucha idea de cómo llegar hasta ahí ni suficiente fuerza física para cargar al pesado santo. En un auto de lujo, con mucha mayor comodidad, una mujer elegante llamada Palmira (Cecilia Suárez) viaja con su chofer con igual destino geográfico pero con un objetivo mucho más mundano que se intuye apenas la conocemos. Para ellos tampoco será sencillo encontrar el o los caminos. Y habrá un cuarto viajero (Leonardo Ortizgris), que aparecerá en el mismo recorrido solo que cayendo, literalmente, de «muy arriba».
Lo que OCA cuenta son todos esos recorridos en paralelo, recorridos que en algún momento empiezan cruzarse. El eje principal es siempre Rafaela, con su convicción a prueba de todo y la seguridad que todos sus errores de orientación son, de alguna manera, decididos por Dios. «Pienso en el viento y en Dios que mueve el viento», dirá más de una vez, justificando los giros de su recorrido. Y se dejará llevar por esa convicción sin intentar modificarla («ella no es de hacer, es más de rezar», dirá una, mirándola con sospecha), por más problemas en los que se meta.

No será la única en enredarse a lo largo de un camino que parece ser circular: el peso del santo dejará de ser simbólico para ser literal en una congregación que, salvo por una obcecada niña, va perdiendo tanto la fuerza como la paciencia –los problemas internos crecen y las miradas se vuelven amenazantes– mientras que, por su lado, la elegante mujer entrará en otro tipo de crisis al darse cuenta que los caminos del Señor son verdaderamente misteriosos y que quizás ella no sea la persona más indicada para atravesarlos.
Badillo tiene muy claro el tono que busca para su película, entre el drama seco y la comedia ambigua, con situaciones enrarecidas en las que el espectador no termina de tener en claro si debería o no reírse. En ese sentido, la referencia más obvia son los inquietantes relatos «religiosos» de Luis Buñuel, especialmente NAZARIN pero con citas también a SIMON DEL DESIERTO, dos films que manejan un tono de similar incomodidad respecto a la devoción de sus protagonistas y de las personas que los rodean, que muchas veces piensan y actúan más en función de su propia conveniencia que por cualquier tipo de altruismo. «El pueblo es bonito pero dicen que el camino es del Diablo», comenta uno que se niega a emprender el viaje. Y agrega, de modo premonitorio: «Que Dios los acompañe».
OCA no cede a la tentación de ubicarse en una zona más realista o directamente crítica respecto de sus protagonistas, manteniendo hasta las últimas consecuencias una mirada ambigua sobre todos ellos y un tono que bordea lo fantástico o acaso lo onírico. A eso hay que sumarle una cuidadosa puesta en escena y un elenco controlado, casi bressoniano, en su manera de actuar. Si bien la película tiene altibajos en relación al interés y la complejidad de cada uno de los bloques y de los personajes entre los que se divide este enrarecido cuento, la de Badillo es una opera prima sólida, creativa y, sobre todo, bastante original.



