Estrenos online: crítica de «Cacería de brujas» («After the Hunt»), de Luca Guadagnino (Prime Video)

Estrenos online: crítica de «Cacería de brujas» («After the Hunt»), de Luca Guadagnino (Prime Video)

Una profesora de filosofía en Yale se ve atrapada entre una estudiante que acusa a un colega de abuso y un sistema universitario que reacciona con extrema rapidez ante cualquier señal de conducta indebida. Con Julia Roberts, Andrew Garfield y Ayo Edibiri. En Prime Video.

Durante buena parte de la etapa del llamado #MeToo, de la cuarta ola feminista y del fuerte impacto social y cultural que tuvieron muchos movimientos en defensa de minorías, derechos humanos y otras causas a las que globalmente podríamos denominar como progresistas (o «woke», como dirían los más críticos de esos avances, con un tono algo burlón), siempre hubo distintas maneras teóricas y de acción política respecto a cómo acercarse a esos temas. En términos generales (simplifico por extensión) se podría decir que hubo y que aún hay una manera diferente de entender esas discusiones en los Estados Unidos y en Europa. Si se quiere, una más dogmática, directa y brutal. Y otra un tanto más sinuosa, si se quiere hasta enredada. AFTER THE HUNT es lo que sucede cuando un director europeo –italiano, para ser más precisos– que intenta ver las cosas en variados tonos de grises se enfrenta a una historia, a un guión y a unos personajes de pura cepa estadounidense. Y la fricción entre todos esos elementos son los que convierten a la película de Luca Guadagnino en un objeto raro, único, fallido y fascinante al mismo tiempo.

La historia transcurre mayormente en 2019, en plena época de la llamada «cultura de la cancelación», ese discutible término que sirve para englobar todas aquellas acusaciones que podían acabar con la carrera profesional de una persona, supuestamente, sin demasiadas pruebas. Generalmente eran acusaciones de índole sexual (no siempre, también las hay y las hubo por racismo, transfobia, por comentarios políticamente incorrectos y muchos otros temas) que tendían a tener como responsables (no siempre tampoco) a hombres blancos y cisgénero. Y el caldo de cultivo central de todas esas movidas estuvo en las universidades norteamericanas, las mismas que hoy –con el giro de 180 grados que se produjo en el gobierno de ese país– están viendo cercenados todos esos programas inclusivos y tratando de echar por tierra todos los avances logrados en esa época.

En ese clima, unos días después de una reunión/fiesta en la casa de Alma y su marido Frederick (Michael Stuhlbarg), Maggie se acerca a Alma y le dice que tras esa fiesta Hank intentó abusar de ella en su casa y que lo va a denunciar a la universidad. Alma, cautelosa, la apoya pero no lo suficiente para dejarla conforme, lo cual complica la relación entre ambas. Y Maggie efectivamente denuncia a Hank, lo que genera una cadena de acontecimientos que son los que, en definitiva, hace referencia el título original, que habla de lo que pasa «después» de la cacería. Hank se defenderá y expondrá su postura y lo que cree que son los motivos de ella. Maggie seguirá firme en su tesitura, apoyada por sus pares y más temida que otra cosa por las autoridades. Y Alma quedará tironeada en el medio, también con una serie de secretos e intereses en juego que pesan a la hora de tomar decisiones y actuar.

En esa «tierra minada» se mueve Alma Imhoff (Julia Roberts), profesora de filosofía en Yale. Junto a su colega Hank Gibson (Andre Garfield, en un rol muy diferente a lo usual) son de los que piensan que hay una cierta exageración en esa cultura de la cancelación y que sus alumnos son hipersensibles e incapaces de poder moverse en las arenas movedizas de la adultez, con toda su zona de grises. La mejor alumna de Alma es Maggie Resnick (Ayo Edebiri, de THE BEAR), pero con ella ambos tienen diferencias. Las más obvias tienen que ver con las miradas sobre esos temas –Maggie parece muy metida en ese universo de reclamos y protestas universitarias– pero de a poco se revelarán otras, un tanto más oscuras y perniciosas.

La trama aparece con las clases de filosofía de Alma como contexto, lo que le sirve a Guadagnino para jugar con conceptos ligados a lo que está pasando, centrándose en cómo importantes filósofos y escritores han analizado temas ligados a la ética y a la moral a lo largo de la historia. Pero en lo central va apareciendo un sinuoso melodrama con elementos de suspenso que parece primero pasar por saber si Maggie dice la verdad o miente respecto a su denuncia, pero luego se va abriendo hacia otras puntas, más que nada para entender que todos tienen algo que ocultar y que las cosas nunca son tan blanco y negro como parecen.

Guadagnino sabe que él también pisa terreno minado al meterse con esta temática. Y no solo no le importa sino que lo hace a gusto, afirmándose en ese desafío. Es claro desde los títulos, ya que el realizador de CALL ME BY YOUR NAME decide usar la misma tipografía, organización y hasta tipo música de las películas de Woody Allen, uno de los más conocidos –y debatidos– casos de la «cultura de la cancelación». Al usar a Allen como posible referencia y tener a una mujer negra y lesbiana como una denunciante no del todo convincente (o al menos con intereses posiblemente espurios), Guadagnino se expone a ser vilipendiado, digamos, por izquierda. Pero no solo eso. A partir de ciertos giros y vueltas de la historia, su mirada siempre ambigua y ácida lo ponen también bajo la potencial crítica de los sectores más conservadores, de esos que creen que «el feminismo se pasó tres pueblos» (sic) y que es hora de que las cosas vuelvan a ser cómo eran.

Mi impresión es que Guadagnino no piensa en esos términos. Ya desde lo formal –el uso por lo menos intrusivo de la música, raros paneos con la cámara, el sonido de un reloj tic-tac y cortes no muy académicos–, lo que quiere el italiano es polemizar, abrir un espacio para el debate, moverse en las complicadas aguas de cuestionar los excesos de la corrección política y, a la vez, tratar de entender que los humanos muchas veces actúan siguiendo patrones que poco tienen que ver con la lógica y muchas veces existen en los márgenes de lo estrictamente ético. En un momento de tensión y al no tener sus medicamentos, Alma –que sufre de fuertes dolores físicos que la paralizan y la obligaron en el pasado a tomarse años sabáticos– roba una receta, la falsifica y la presenta en una farmacia. Eso la meterá en problemas, pero a la vez quizás le evitó una internación o algo peor. ¿Qué es lo correcto, lo ético en esos casos?

La fricción también se da porque el guión de la debutante Nora Garrett parece armado para una película más convencional, más clásica del formato «¿ella miente o dice la verdad?«, con robos de documentos, acusaciones de plagio, competencias por puestos de trabajo y una serie de plot points que se revelan como muy típicos o convenientes para el drama. Guadagnino los atraviesa y se enreda con ellos, haciendo que su película sea, por un lado, un drama más prototípico y mecánico mezclado con otro más inquietante y cercano a lo que fue el año pasado TAR, esa polémica y más claramente arriesgada película protagonizada por Cate Blanchett.

CACERIA DE BRUJAS no se atreve a ir tan lejos como aquel film y queda metido en un gris que puede reflejar, es cierto, las ambivalencias de los personajes, pero que en términos dramáticos termina siendo un tanto insatisfactorio, confuso, casi tan enredado como las intenciones de sus personajes. Lo que sí es cierto es que logra su objetivo de incomodar. Si eso para el espectador no es un problema, entonces disfrutará o al menos se irá del cine –o apagará la tele– intentando desmenuzar esta provocación del director italiano.