
Festival de Mar del Plata 2025: crítica de «Risa y la cabina del viento», de Juan Cabral (Competición Argentina)
En este drama familiar argentino, una niña encuentra una cabina telefónica que le permite hablar con los muertos e intentar conectarlos con sus familiares y amigos. Ganadora del Premio a la mejor película en la Competición Argentina del Festival de Mar del Plata.
Desde célebres publicidades –la más famosa de todas consiste en un gorila haciendo el solo de batería de «In the Air Tonight«– a varios videoclips de Babasónicos, la carrera del realizador argentino Juan Cabral se ha desarrollado más que nada en el mundo comercial, pero casi siempre intentando colar algún tipo de idea poética, sensible o llamativa (ver sino esta, que Cabral escribió y que dirigió Jonathan Glazer), alejada de las convenciones más clásicas de la publicidad. Premiado con todo premio posible de la especialidad, hace unos años se movió hacia las películas, empezando por la curiosa TWO/ONE, filmada en Estados Unidos y China, y llegando ahora a la Argentina –más precisamente a Tierra del Fuego– a hacer su debut como director de largos en el cine nacional.
Y mal no le fue ya que RISA Y LA CABINA DEL VIENTO acaba de ganar el premio a la mejor película de la competencia argentina del festival de Mar del Plata. Se trata de un relato bellamente filmado –a Cabral lo acompaña su habitual director de fotografía Leandro Filloy– y modesto en escala que combina algo así como realismo patagónico con cuento fantástico de tono algo infantil. Es que, después de todo, RISA… no es otra cosa que un coming of age, solo que revestido de algunas extravagantes aristas temáticas.
Inspirada, en apariencia, en el llamativo fenómeno japonés conocido como «teléfono del viento» (o kaze no denwa), lo que la película cuenta es la historia de Risa (Elena Romero), una niña de unos diez años que vive con su madre, Sara (la cantante Cazzu), en una zona no particularmente turística de Ushuaia. Como la madre trabaja a tiempo completo y Risa está de vacaciones, Sara le pide a un vecino llamado Esteban (Diego Peretti), un tipo alcohólico y deprimido, que la cuide un poco, estando al menos en la casa cuando ella trabaja. La chica, es evidente, puede arreglarse sola.
Es así que con su hamster a cuestas, Risa empieza a interesarse en un objeto extraño ubicado cerca de su casa: es una cabina telefónica que técnicamente no funciona pero en la que siempre hay filas de gente esperando para «hablar». ¿Por qué lo hacen? Es que la cabina fue lo único que sobrevivió intacto a un incendio en el que murió un centenar de personas, por los que sus familiares y amigos tomaron esa «señal» como una posibilidad de, simbólicamente al menos, conectar con sus seres queridos que murieron en esa tragedia.

Un día, Risa se atreverá a intentar hablar con su padre por ahí y se sorprenderá cuando escuche una respuesta. No será la de su padre sino la de otros muertos que le piden favores –comunicarse con familiares, convocarlos, cerrar historias– y que, le aseguran, luego de cumplirlos podrá hablar con su progenitor, ya que la madre de Risa le contó que había fallecido en esa misma tragedia. Y esas serán las aventuras de Risa, junto a su hamster Kuro y al cada más recompuesto Esteban (que también tiene sus historias y sus traumas): tratar de ir ayudando a los pobladores del lugar a resolver sus historias y, en el fondo, intentar cerrar las propias.
Con un elenco que incluye en roles breves a Gustavo Garzón, Joaquín Furriel y al escritor Fabián Casas, entre otros, y música de Diego Tuñón de Babasónicos, banda cuyos temas (entre ellos «Putita», «Gratis», «Mareo», «Los calientes» y, por supuesto, «Risa») suenan en diversas versiones y parecen comentar varias escenas del film, la película de Cabral es un sensible acercamiento a la vida de una niña con una vida familiar complicada y las relaciones que establece para intentar salir de esa tristeza, algo que la conecta con su aún más angustiado vecino. La historia se construye a modo de pequeñas viñetas que no logran del todo profundizar en los conflictos de los personajes, quedándose muchas veces en la superficie. Hay un serio drama familiar y social circulando por debajo de lo que se cuenta, y si bien la decisión de contarlo mediante un relato fantástico y juvenil tiene su encanto, da la impresión que la película nunca consigue incorporar del todo a sus dispersos elementos y diferentes subtramas.
La película luce indudablemente bien, dándole al lugar una áspera y rugosa belleza, pero Cabral tiende a ser un tanto impaciente con los tiempos, cortando planos y escenas demasiado pronto en función de generar una cierta propulsión narrativa. Pero el efecto que termina logrando por momentos es el opuesto, ya que esas constantes idas y vueltas –entre personajes, historias y situaciones– lo que hace es impedir que las escenas crezcan y se desarrollen con mayor fluidez narrativa. Hay algunos bellos momentos –varios de ellos acompañados por canciones de Babasónicos– que consiguen cierto clima emotivo para ser velozmente dejados de lado y reemplazados por otros.
RISA Y LA CABINA DEL VIENTO tiene un tono que hace recordar a cierto cine japonés de historias de pueblo chico y familias rotas protagonizadas por niños. Y los que hayan visto TWO/ONE se darán cuenta que también hay paralelos con el realismo fantástico que tiene aquel film de 2019 y que permite que personas muy alejadas entre sí se «conecten» de un modo si se quiere mágico. Es el humor, un par de salidas ocurrentes («¿pero vos entendés que quiere decir ‘dónde roza la bambula’?«, le pregunta un confundido Esteban a la pequeña que acaba de descubrir las canciones de Babasónicos) y algunas revelaciones más personales las que devuelven a la película a algo más cercano a la experiencia humana. Es que los hilos que la conectan y desconectan después de todo están ahí, entre nosotros.



