
Fuera de Campo: crítica de «La noche está marchándose ya”, de Ramiro Sonzini y Ezequiel Salinas
Un proyeccionista convertido en sereno de un cine se queda a vivir allí y lo va convirtiendo en un refugio para personas al margen del sistema. A través de películas clásicas, camaradería y pequeños actos de rebeldía, esta película cordobesa construye una fábula humanista sobre la solidaridad, el arte y la resistencia frente a la crisis.
«Nos corresponde a los vivos consagrarnos aquí a la tarea inconclusa que aquellos que lucharon han llevado adelante hasta ahora con tan noble empeño (…) Que resolvamos firmemente que estos muertos no dieron su vida en vano. Que esta nación, Dios mediante, tendrá un nuevo nacimiento de libertad. Y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, no desaparecerá de la faz de la Tierra.»
«El discurso de Gettysburg«, Abraham Lincoln
En el balotaje de las elecciones presidenciales de 2023 en la provincia de Córdoba el actual presidente Javier Milei ganó con aproximadamente el 75 por ciento de los votos. En las elecciones provinciales de medio término, en octubre pasado, también las ganaron (con el 42% de los votos, entre muchos más candidatos) los representantes del partido de gobierno. Pero allí, como en todo el país, hay muchos sectores que atraviesan una enorme crisis y un descontento que se parece bastante a la angustia. El cine cordobés, de hecho, es uno de los que más directamente ha retratado los momentos políticos críticos de la Argentina, quizás como parte de una tradición que viene ya desde hace décadas y que se sostiene pese a que dos tercios o más de la población allí vote a candidatos de la derecha.
Esta cita y este prólogo no son casuales ni caprichosos. Y es que LA NOCHE ESTA MARCHANDOSE YA puede ser considerada la primera, más efectiva y directa crítica del cine nacional al nuevo gobierno. Un film que, de una manera humanista y cálida, mezclando drama con humor y tiñiéndolo todo con una alta dosis de cinefilia en sangre, se permite ir de frente contra una política de recortes a la cultura, de crisis laboral, de supervivencia cuentapropista y de deshumanización empresarial. Es una historia pequeña en su punto de partida y un film chico en cuanto a producción, pero sus repercusiones son infinitas. Sin subrayarlo ni declamarlo, es una celebración de la resistencia con la historia del cine como faro moral.
Mariano Llinás suele decir que ver mucho cine clásico («dos películas por día, preferentemente anteriores a 1970«) te transforma en algo así como una mejor persona o al menos te da, entre otras cosas, una guía de conducta para actuar de un modo decente ante un mundo que se vuelve cada vez más brutal. No todos parecen haber salido de esa experiencia cinéfila con faros éticos más o menos sólidos (la Argentina tiene una llamativa cantidad de pensadores de cine de derecha y es acaso el único país con esas características en todo el mundo), pero hay muchas más posibilidades de que una persona educada a base de películas de Charles Chaplin, John Ford, Jean Renoir o Yasujirō Ozu entienda el mundo desde un lugar humanista, empático y solidario.

Lo que cuenta el primer largo de Ezequiel Salinas y Ramiro Sonzini tiene que ver con eso: es una película que transcurre en un cine y trata sobre el cine, ya que lo que sucede en las ficciones de la pantalla muchas veces se refleja en las actitudes de sus espectadores/protagonistas. Todo transcurre en el Cineclub Municipal Hugo del Carril en Córdoba Capital, donde han decidido reducir funciones y, por consiguiente, personal. El caso que nos ocupa tiene que ver con los proyectoristas. El administrador del complejo no quiere echar a nadie («decidan ustedes» propone cínico y los dos empleados no tienen ni siquiera una moneda para lanzar al aire, por lo que terminan decidiendo su futuro en un juego de piedra, papel y tijera) y les ofrece que el que pierda dicha apuesta siga vinculado a la institución solo como guardia de seguridad nocturno. A falta de opciones, aceptan. Y el que pierde (¿pierde?) es Pelu (Octavio Bertone, proyectorista en la vida real), un joven calvo y ensimismado que de un día para el otro termina recorriendo sin ton ni son las enormes instalaciones del cine todas las noches.
Pero la vida real se hará presente: a su compañero de cuarto lo echan de su trabajo y como Pelu no puede pagar solo el alquiler de su casa termina metiendo su colchón y unas pocas pertenencias detrás de la pantalla, transformando al lugar en un oscuro pero fascinante hogar en el que se proyectará a sí mismo películas clásicas, beberá cervezas y comerá sandwiches de miga del bar. De a poco comienza a notar que otras personas que han quedado por distintas circunstancias en la calle necesitan un cobijo, un lugar, un espacio para dormir. Y de manera empática Pelu los irá metiendo en ese segundo hogar que es el cine, los hará ver películas con él y disfrutar los beneficios que le da vivir ahí
El cine se vuelve así –tanto la sala como lo que se ve en la pantalla– un literal espacio de resistencia, uno que recibe y cobija a los descastados del mundo. En una de las tantas películas clásicas que ven estando allí, todos escuchan el «Gettysburg Address«, de Abraham Lincoln, discurso fundacional que sigue sonando fuerte y cuyos temas pueden ser aplicables hoy. Es gracias a momentos así, que encuentran en las películas clásicas, que empiezan a sentir que no solo pueden sino que deben producir algún tipo de resistencia. Quizás solo poética o de baja intensidad, pero resistencia al fin.

En el medio Pelu lidiará con otras historias y problemas que le explotan alrededor suyo. Una chica (que le gusta) viene por las noches a filmar videos eróticos a la luz de la pantalla y lo invita a ser parte de la propuesta. Pero por más que la chica gane diez o más veces que él, Pelu no quiere ingresar en ese sistema. Moralista quizás –o simplemente tímido–, prefiere atar sus destinos a los principios que emanan del cine clásico. O, al menos, esa es la idea original de esta película que combina momentos de comedia con otros dramáticos pero que tiene una soterrada aunque indisimulable impronta política.
Con bastantes parecidos al film uruguayo LA VIDA UTIL (título además de la revista de la que Sonzini es uno de sus directores) y con un aire de familia tanto con el primer cine de Jim Jarmusch como con el neorrealismo italiano y hasta con LOS OLVIDADOS, de Luis Buñuel, esta película cordobesa va encadenando raras peripecias en el intento de su protagonista de disimuladamente abrir las puertas de esa iglesia moderna que es el cine. Pero de a poco las cómicas viñetas irán creciendo en densidad en tanto el hasta entonces alienado Pelu empiece a notar que la solidaridad con los otros es la única forma de presentar batalla.
En un blanco y negro nubloso, de bajo contraste y con un ritmo tan cansino como deliberado, LA NOCHE ESTA MARCHANDOSE YA invita a entender el cine como un reflejo del mundo, un lugar en el que conviven comedias, historias de amor y dramas sociales, pero cuyo objetivo central es conectar a la gente, permitir que se conozcan y que entiendan que la única forma de presentar batalla es estando unidos. Programada como cierre de Fuera de Campo –encuentro marplatense que funciona como resistencia al vaciamiento del Festival de Mar del Plata que propone el gobierno actual–, la película reflejaba desde la pantalla lo que sucedía en la sala y viceversa. Pocas veces el cine genera una situación tan mágica como esa, ser una literal luz de esperanza en medio de tanta oscuridad.



