
Fuera de Campo / Estrenos: crítica de «Tortuga persigue a tortuga», de Victor «Kino» González
Esta película se centra en dos escenas grabadas a fines de los años ’80 por el propio director en VHS en situaciones que parecen pertenecer a su vida cotidiana. En Fuera de Campo y, todos los sábados a las 18, en MALBA.
Qué es un documental cuando hay una cámara presente? ¿Qué es la verdad en el cine cuando lo que se narra tiene, irremediablemente, un punto de vista, un dispositivo que lo capta y que, al hacerlo, lo modifica? Es una de las preguntas que se investigan a lo largo de TORTUGA PERSIGUE A TORTUGA, una película que existe en esa zona liminal entre el documental y la ficción o, más bien, entre algo que la cámara capta y algo que modifica. Es imposible no pensar en la presencia de la cámara –y de un camarógrafo– a lo largo de los dos episodios de este film. ¿Cómo se usa? ¿Cómo corresponde usarla? ¿Cuándo ejerce violencia y cuando se ejerce sobre ella? ¿Qué es el cine sino un juego, agresivo o amoroso, entre los que están de un lado y del otro de una cámara?
TORTUGA PERSIGUE A TORTUGA se estrenó este año en BAFICI pero es, a todas luces, una película de fines de los años ’80. Fue en esa época que Victor «Kino» González, entonces de unos 30 años, filmó o capturó estas dos largas escenas en las que se divide la narración. Con un tono y una potencia propias del documental (si lo es o no es para otra discusión), la primera «historia» muestra a un tal Ale (el propio realizador) yendo con un camarógrafo a la casa que compartía con otras personas para confrontarlos por haber decidido echarlo del departamento en cuestión. María y El Colo, la pareja que alquilaba originalmente la casa y lo invitó a sumarse, se enfrentan a un desafío: el tipo fue a discutir con ellos llevando consigo a un camarógrafo dispuesto a registrar la tensa situación. Allí cada uno actuará de un modo distinto ante las preguntas de Ale, que quiere saber por qué lo echaron, pero más que nada ante el hecho de tener que discutir estas cosas adelante de una cámara y un camarógrafo. Y la situación se tornará cada vez más tensa y hasta violenta.

La segunda secuencia, bastante más larga que la primera, lo muestra al mismo Ale/Víctor en otra casa, posiblemente luego de salir de la anterior aunque es imposible saberlo. Allí, el hombre invita a Mabel (Mabel Dai Chee Chang), una ex pareja, a que conozca el lugar todavía sin amueblar. En esa recorrida y conversación –también capturada por una cámara a la que ambos integran, rompiendo la llamada «cuarta pared», dirigiéndose a quien la maneja más de una vez–, surgen problemas, dificultades y reclamos de una relación que se cortó de un modo, si se quiere, formal, pero que todavía continúa desde un lugar emocional. Aunque lo que para ella es una situación manejable –es la que quiso cortar, la que quiere «ver a otra gente»–, para él no lo es tanto y busca encontrar la manera de volver al modo en el que las cosas eran anteriormente.
Por la informalidad de la captura de imágenes, los poquísimos cortes y la suciedad del sonido natural tenemos todo el tiempo la sensación de estar viendo escenas documentales o quizás la ficción mejor actuada del cine argentino de esos años. En esa zona gris, lo que aparecen son dos escenas que uno podría definir como cassavettianas, que se manejan como largas, sinuosas y por momentos repetitivas discusiones, con un protagonista que es más irritante que carismático, tanto por su tono inquisidor como por su decisión de, bueno, meter una cámara en situaciones en las que no debería haber ninguna. En la primera historia, no es un dato menor sino un problema ético, ya que los otros dos participantes de la discusión no quieren que la cámara esté ahí, pero él se niega a apagarla. En la segunda es un tanto más discutible, ya que por momentos da la impresión que ambos logran integrarla y de a poco un aire de ficción se va volviendo un poco –solo un poco– más evidente.
Pero más allá de esa disquisición, lo que el film de González se pregunta tiene más que ver con el estatuto de lo cinematográfico, con la idea de verdad versus realismo, con el concepto de guión, actuación, sonido, fotografía. Tengo la impresión de que, de haberse estrenado en esa época (o unos años después) estaríamos considerándola una de las películas originarias del Nuevo Cine Argentino, ya que plantea muchas de las mismas cuestiones que los cineastas que surgían entonces se planteaban como ruptura con el cine académico, prolijo y sobreescrito que se hacía en esos años. No es una comparación ni una conexión caprichosa. González fue parte de esa historia, ya que se hizo conocido como director de fotografía de PICADO FINO (luego haría HERENCIA, PARAPALOS y algunas pocas más) y poco después con su opera prima como realizador, CIUDAD DE DIOS (de 1997; su segundo largo, EL CIELO ELEGIDO, es de 2010), por los que sus lazos con el NCA son evidentes y de larga data.

Lo que hace González con el camarógrafo en el segundo episodio revela en cierto modo esta problemática. Si bien la conversación entre los dos (¿ex?) amantes siempre es relajada y natural, en un momento «Ale» le pide a Mauricio, quien está detrás de cámara, que baje a comprar algo y deje la cámara sola, filmando. Y algo relativamente imperceptible cambia, ya que aparece entre los dos protagonistas una mayor intimidad, una que vuelve a modificarse –es sutil, pero se nota– cuando el tal Mauricio vuelve a hacerse cargo de la cámara y a moverla con su pulso. Es, de todos modos, una interpretación personal: quizás Mauricio nunca se fue y siempre estuvo detrás de ese plano. Es uno, como espectador, el que ve o cree ver eso.
«Tortuga persigue a tortuga nace del deseo de hacer cine sin importar cómo, usando las circunstancias de mi vida como tema y motivo –explica González en las notas de prensa del film– (…) Las dos situaciones de la película podrían haber sucedido sin la presencia de una cámara; eran circunstancias, obstáculos, que yo debía atravesar. Al decidir que hubiera presente una cámara modifiqué irremediablemente ambas situaciones, pero al tener un cameraman a mi lado terminé haciendo una película. Primero la vida, después el guion«. Esta suerte de manifiesto mezclado con confesión puede utilizarse para hablar de buena parte del cine contemporáneo –los iraníes, en esa época, empezaban a experimentar con similares formatos e ideas–, pero en el film de González alcanza una categoría aún más compleja, se hace un planteo del tipo ontológico. Se pregunta, en su idiosincrática manera, de qué hablamos cuando hablamos de verdad en el cine.
En MALBA: Sábados 8, 15, 22 y 29 de noviembre a las 18.
A la par del estreno, en MALBA se realizará un Ciclo (en fílmico) de Víctor González.
GUACHOABEL + CIUDAD DE DIOS el 15 de noviembre a las 20.
EL CIELO ELEGIDO el 22 de noviembre a las 20.
Proyección en Fuera de Campo 2025 (Mar del Plata)
Función: Lunes 10 de noviembre a las 19:45 en el Teatro Enrique Carreras
https://fueradecampocine.com/programacion/tortuga-persigue-tortuga/



