
Series: crítica de «El último samurái en pie» («Last Samurai Standing»), de Michihito Fujii (Netflix)
Un drama histórico de gran escala ambientado en la transición de Japón del período Edo a la era Meiji, la serie sigue a casi 300 samuráis desempleados obligados a participar en una competencia mortal de la que solo uno podrá sobrevivir. Disponible en Netflix.
Es previsible que muchos resúmenes de esta serie la presenten como un JUEGO DEL CALAMAR entre samuraís, pero no sería del todo justo. El tipo de competición que se presenta como eje narrativo de LAST SAMURAI STANDING es de larga tradición audiovisual y, especialmente, los japoneses lo han usado en distintas películas, siendo BATTLE ROYALE la más conocida de todas ellas. A tal punto es así que hoy en día le da nombre al concepto: una descarnada batalla todos contra todos a muerte en el que el último que sobrevive, gana. Acá no hay juegos con conceptos diferentes ni equipos ni nada de eso: hay casi 300 samuráis que se han quedado sin trabajo y un premio millonario en dinero para el que lo gane. La coincidencia más evidente pasa por el tipo de personas que lo organizan y, quizás, hasta sus motivos.
Pero vayamos a la época, que es lo más rico que tiene esta visualmente imponente y por lo general atrapante serie, basada en una novela de Shogo Imamura. Todo empieza en la segunda mitad del siglo XIX, en Japón, con una escena filmada en plano secuencia que muestra a Shujiro Saga (Junichi Okada), uno de los más poderosos y violentos samuráis, ganando una batalla de la Guerra Boshin casi por sí solo para recibir, al final, un bombardeo de armas de fuego que deja en evidencia que los tiempos están empezando a cambiar. Estamos en la transición entre el período Edo y el comienzo de la Era Meiji de la modernización japonesa, y el sistema feudal que dio cabida al crecimiento de los samuráis está muriendo. Una serie de batallas y rebeliones terminarían por marginarlos del sistema transformándolos en una suerte de parias. Si a eso se le suma un brote de malaria que está matando a muchos de ellos y a sus familiares, la situación para los viejos guerreros es terrible.

Shujiro, anteriormente famoso por su fiereza asesina, ha quedado con una versión «prefreudiana» del trastorno de estrés postraumático y dejó las armas de lado. Pero su vida familiar no es tranquila porque a la pobreza se le suma la llegada de la malaria que se lleva a uno de sus hijos y enferma a todos los demás. Y es allí que, milagrosamente, se topa con un papel que invita a los samuráis a Kyoto a participar en una competencia por 100 millones de yenes, una fortuna incalculable. Shujiro se ve forzado a dejar de lado el pacifismo (o tratar de hacerlo) y marcha rumbo a esa salvación que tiene mucho de capitalismo in extremis.
Ninguno lo sabe pero al llegar allí les explican el sistema: de los 291 competidores que hay ganará uno solo que se quedará con todo el premio tras liquidar a los demás. Y punto. En realidad, es un poco más complejo, ya que el juego incluye una serie de etapas, arrancando con un combate inicial en el que quedan ya muchísimos afuera. Luego los sobrevivientes deben ir por su cuenta al siguiente pueblo atravesando zonas peligrosas y esquivando o venciendo a rivales que intentarán liquidarlos mientras hacen el mismo recorrido cuyo destino final es Tokio. Con inteligencia y sin atacar, Shujiro sobrevive al primer gran combate y salva a Futaba (Yumia Fujisaki), una joven que está en similar situación a la suya (desesperada por salvar a su familia) pero no tiene habilidades desarrolladas para el combate. Y más para protegerla que por sí mismo, a lo largo del recorrido –que irá sumando nuevos pasajeros y una serie de peligrosos enemigos– al hombre no le quedará otra que convocar a su bestia interior.
En paralelo, EL ULTIMO SAMURAI EN PIE se ocupa de los organizadores de este sangriento juego, un grupo que sí tiene muchas similitudes con el de la serie coreana: un cuarteto de millonarios que se divierten al ver cómo los pobres y necesitados se matan entre sí para sobrevivir. Esta versión grotesca de lo que es el capitalismo extremo actual (el de Argentina, de hecho, es bastante parecido) tiene, para no dejar dudas de los parecidos, intereses económicos y políticos por detrás, ya que el juego resulta en definitiva una buena manera de sacarse de encima a los samuráis sin tener que hacerlo ellos. De todos modos, las autoridades intentan detener el juego, pero no les será tan sencillo ya que ahí también hay intereses contrapuestos.

Este drama histórico es la muy sólida base sobre la que se instala una serie que prioriza la acción y la pirotecnia audiovisual de un modo que por lo general es atrapante pero por momentos se acerca visualmente demasiado a los videojuegos. Es claro y evidente que los realizadores de la serie japonesa intentaron encontrar un lenguaje accesible y popular para atrapar al público con un tipo de trama y una serie de personajes de raigambre más clásica. Y es por esas escenas que LAST MAN STANDING termina entrando en un subgénero del jidaigeki con elementos fantásticos. La acción, sin dudas, funciona, pero genera una suerte de ruptura formal en relación a cómo está contada el resto de la historia, especialmente en algunas escenas.
La temporada termina en medio de la acción por lo que la segunda es poco menos que inevitable. Y como todo hace pensar que la serie funcionará bien, es muy probable que en breve continúen las aventuras de los sobrevivientes de esta batalla campal de todos contra todos en la que, de a poco, van apareciendo algunos lazos de solidaridad. En el balance, por ahora la acción parece ser el eje principal de la serie, pero en segundo plano lo que se cuenta es una rica y complicada historia ligada a los cambios sociales y económicos en el Japón del siglo XIX, uno en el que las incipientes corporaciones y el poder político ya empezaban a dejar en claro que conformaban una alianza dispuesta a todo con tal de triunfar.



