
Series: crítica de «Muerte por un rayo» («Death By Lightning»), de Mike Makowsky y Matt Ross (Netflix)
Esta apasionante miniserie revisita el asesinato de James A. Garfield en 1881 a través de las vidas entrelazadas del presidente idealista (Michael Shannon) y su delirante asesino, Charles Guiteau (Matthew Macfadyen). Disponible en Netflix.
A lo largo de los casi 250 años de historia de los Estados Unidos han habido cuatro magnicidios, cuatro asesinatos presidenciales. Dos de ellos son recordados y discutidos todo el tiempo, además de inmortalizados en incontables libros, películas y series: el de Abraham Lincoln, en 1865, y el de John Fitzgerald Kennedy, en 1963. Hay un tercero, el de William McKinley, en 1901, asesinado durante su segunda presidencia, crimen que tuvo fuertes consecuencias políticas en el país. Pero hay cuarto que, como dice uno de los protagonistas de la historia con esa sabiduría que los guionistas les dan a los personajes, quedó como un pie de página de la historia. Es ese el caso que recupera, de un modo fascinante, la miniserie DEATH BY LIGHTNING.
A lo largo de muy entretenidos y por momentos apasionantes cuatro episodios –con algunos recortes bien podría haber sido una película larga–, la miniserie creada por Mike Makowsky (BAD EDUCATION) y dirigida en su totalidad por Matt Ross (realizador de CAPTAIN FANTASTIC y más conocido aún como actor) cuenta esa poco conocida historia siguiendo, por caminos paralelos que de tanto en tanto se cruzan, el ascenso a la presidencia de James A. Garfield (Michael Shannon) y el curioso derrotero de quien terminaría siendo su asesino, un tal Charles Guiteau (Matthew Macfadyen), a principios de la década de 1880. Como dos fuerzas magnéticas que de a poco se van acercando entre sí, la miniserie muestra un recorrido que puede haber sido paralelo en los tiempos pero que fue inverso en términos humanos.

Garfield era un político republicano (recordar que entonces ese partido era el más progresista de los dos en los Estados Unidos) que llega al poder de un modo llamativo. Tras dar un apasionado discurso en el congreso del partido en apoyo a la postulación de John Sherman –otro político, como él, de Ohio–, el hombre fue ovacionado por los participantes de ese evento en Chicago. Días después, y como los delegados republicanos no lograban romper un empate técnico entre dos facciones opuestas, su nombre apareció como un candidato de consenso. El no quería ser presidente, pero lo empujaron a hacerlo. Convengamos que tampoco opuso demasiada resistencia.
En paralelo, MUERTE POR UN RAYO muestra las raras peripecias de Guiteau, un hombre mentalmente inestable, tramposo y fantasioso que quería colarse en los pasillos del poder, más que nada para resolver sus problemas económicos y/o por delirios de grandeza. La miniserie va contando sus desventuras personales y familiares hasta colocarlo en el cruce con Garfield y los otros políticos que estaban tratando de ganar las elecciones de 1880. Desesperado por establecer contacto con esos líderes y lograr colarse, de modo clientelar, en las esferas de poder, el cada vez más delirante Guiteau era capaz de cualquier cosa para llamar la atención y así conseguir un puesto. Pero todo el mundo se daba cuenta qué tipo de persona era y nadie le prestaba atención. O bien, terminaban echándolo bruscamente.
La serie se ocupa de un modo detallado de la «rosca» política de entonces. Para cerrar filas entre los republicanos, a Garfield y a su aliado James Blaine (el gran Bradley Whitford), que eran ago así como el ala más «progre» del partido, no les queda otra que unirse al sector más conservador –y, se da entender por sus maneras de manipular voluntades, mafioso– y más apegado a la idea de clientelismo. Es así como el Senador Roscoe Conkling (Shea Whigham) y su mano derecha Chester Arthur (Nick Offerman) se unen al grupo, con el alcohólico Arthur convertido en candidato para vice. Pero es claro de entrada que estos dos sectores tienen una tensa relación entre sí. Y al ganar las elecciones, esas diferencias explotan, como sigue sucediendo en todos los partidos políticos en buena parte del mundo hasta el día de hoy.

La serie incorpora también la vida personal y familiar de Garfield, casado (Betty Gilpin encarna a su esposa) y con muchos hijos, un hombre que venía de la pobreza y que seguía viviendo modestamente en una granja, desde la que hizo buena parte de su campaña presidencial. Y lo muestra como un hombre con principios, intentando dar más derechos a los afroamericanos –la esclavitud se había acabado hacía poco tiempo– y tratando de romper la corrupción enquistada en la política nacional. Ninguno de todos ellos sabía que el cada vez más enajenado Guiteau merodeaba en medio de todas esas turbulencias políticas.
DEATH BY LIGHTNING funciona muy bien, además, por su elenco extraordinario, en el que se destaca Macfayden en un papel con algunos puntos de contacto con el que hizo en SUCCESSION, un tipo creído de su propia importancia que no logra darse cuenta –o no del todo– que alrededor suyo todos se burlan de él, lo desprecian e ignoran. Shannon tiene acá un raro rol en su carrera de ser la persona más estable y ubicada de todos, por lo que queda en los secundarios –Whigham y Offerman, especialmente– en mostrar la cara también perversa y peligrosa de la política.
Hay elementos –que no adelantaremos– que explican el hecho de que el caso no sea hoy tan conocido como los otros, pero Makowsky considera que, de poder haber terminado Garfield su mandato, muchas cosas habrían cambiado en los Estados Unidos. A la vez, es inevitable hacer paralelos con la situación actual. No tanto por el tipo de presidente –el que acá se muestra es casi opuesto al actual– sino por el crecimiento de personajes como Guiteau –delirantes, desinformados y armados– capaces de actuar por los motivos más absurdos posibles. La serie claramente apura su final (hay un largo e inquietante juicio que acá se ignora por completo), pero logra de todos modos fascinar con una historia poco conocida en lo específico pero tristemente universal en su temática y repercusiones.



