
Series: reseña de «El cuco de cristal», de Jesús Mesas Silva y Javier Andrés Roig (Netflix)
Este policial español, adaptado de una novela de Javier Castillo, se centra en una serie de oscuros sucesos que tienen lugar en un pequeño pueblo de provincia. Con Catalina Sopelana, Alex García e Itziar Ituño. En Netflix.
En cada país de producción audiovisual más o menos importante Netflix parece tener un autor de cabecera, alguien con quien ha firmado un contrato a largo plazo por lo que sus novelas son llevadas constantemente a la pantalla por la plataforma. Harlan Coben es el ejemplo más evidente de todos –con decenas de adaptaciones en distintos lugares– y en Argentina la plataforma ha producido series y películas con la obra de Claudia Piñeiro. Uno de los que cumple este rol en España es Javier Castillo, joven y prolífico novelista que llegó al éxito gracias a la novela LA CHICA DE CRISTAL, que fue adaptada por Netflix y luego continuada por su secuela, EL JUEGO DEL ALMA. La nueva serie adaptada de Castillo no es una continuación de aquellas sino una trama independiente, aunque hay temas y características que se repiten.
La primera curiosidad que llama la atención de la serie es que transcurre en España. ¿Por qué es curioso? Bueno, es que la novela original sucedía en los Estados Unidos. Y eso, que ya sucedía en las anteriores adaptaciones de Castillo, marcan una rara globalización de este tipo de relatos, que pueden suceder en cualquier lado sin grandes diferencias. La protagonista principal –de uno de los dos tiempos en los que se maneja la historia– es Clara Melo (Catalina Sopelana, de EL VECINO y SKY ROJO), una médica que sufre un infarto en el trabajo y, al despertarse de un coma inducido un mes después, se entera que le han transplantado el corazón. La joven doctora se obsesiona por saber de quién era ese corazón y, tras esquivar los límites legales respecto al tema investigando online, llega a la conclusión que perteneció a Carlos (Roque Ruiz), un joven de un pequeño pueblo que murió en un accidente automovilístico.

Clara toma la decisión de llamar a sus familiares y, tras dudar de sus intenciones, su sufrida madre Marta (Itziar Ituño, de LA CASA DE PAPEL) la invita al pueblo, así se conocen y comparten historias. Justo cuando la chica llega al lugar se produce la misteriosa desaparición de un niña –el pueblo tiene un historial de «misteriosas desapariciones»–, que desata la búsqueda y, a partir de eso, una serie de revelaciones que recorren la historia del lugar, todas ellas ligadas de un modo u otro a la violencia de género y a otros monstruosos comportamientos.
La serie, como la novela, va y viene en el tiempo, poniendo un eje paralelo en hechos que transcurrieron en 2004 y que pueden estar ligados a lo que pasa actualmente. Desapariciones, casas incendiadas, muertes sospechosas, maridos violentos y una investigación que conduce Miguel (Alex García, de EL INMORTAL), que no es otro que el marido de Marta y padre del entonces pequeño Carlos, que nació con una enfermedad ósea congénita a la que el título de la serie hace velada referencia. Miguel ya ha muerto en el tiempo presente del relato, por lo que descubrir cómo una cosa se conecta con la otra es parte del misterio. Entre varias otras cosas y extraños personajes que aparecen en la periferia (y no tanto) de la historia.
EL CUCO DE CRISTAL no le escapa a las convenciones del policial de pueblo chico lleno de secretos combinado con los recursos clásicos de las series, que necesitan un punto de giro para cerrar cada episodio. La narración en dos tiempos separados por 19 años (2004 y 2023, mayormente) se vuelve inicialmente bastante confusa, ya que los cambios son permanentes y, más allá de un cartel que anuncia el año, los cambios estéticos son mínimos. La más ostensible diferencia es que la «investigadora» –por interés propio– en el presente es la doctora y en el pasado es el policía. Vale agregar como detalle que tendrá su importancia que, en determinados momentos de su pesquisa, a Clara se le aceleran los latidos del corazón, como si de algún modo misterioso ese órgano podría seguir sintiendo el trauma de las experiencias vividas.

Sus seis episodios dirigidos por Laura Alvea y Juan Miguel del Castillo fluyen con cierta agilidad por más que la trama esté llena de casualidades, desvíos (hay una subtrama romántica) y rutinas un tanto reiteradas del género (objetos misteriosos, papeles con marcas sospechosas, enrarecidas tradiciones locales) que solo buscan crear climas misteriosos o desviar mediante pistas falsas el centro de atención. De todos modos, la trama se mantiene bastante focalizada en un eje central ligado a los traumas y secretos familiares del pasado y a lo que eso produce en las generaciones siguientes.
Lo que quizás se sienta un tanto forzado tiene que ver con el concepto, más metafórico que otra cosa, del corazón que sigue experimentando los traumas del pasado aún estando en otro cuerpo. Si uno acepta ese gesto casi de realismo mágico, tendrá menos problemas en aceptar el contexto y la lógica de la historia. De otro modo, uno se la pasaría preguntándose qué diablos lleva a Cora –que no es policía, ni detective ni familiar– a no irse del pueblo cuando ve y siente lo oscuro, violento y problemático que se va volviendo todo el asunto. Pero estos thrillers funcionan confiando en el que el espectador no se hará demasiadas preguntas lógicas y se dejará llevar por los engaños y trucos del guión. Y aquí eso sucede tan solo de vez en cuando.



