
Viennale 2025: crítica de «Drácula», de Radu Jude
Este collage caótico, deliberadamente feo y desopilante desmonta el mito del vampiro a través de la parodia, la provocación y el absurdo generado por IA. Mezclando sketches, obras falsas y humor grotesco, Jude dispara contra la cultura pop, el capitalismo y la propia identidad rumana, usando al Conde como excusa para un demoledor experimento sobre el arte y su consumo.
Es muy probable que, para un rumano, contar la historia de Drácula sea algo particularmente desafiante. ¿Cómo se hace, desde el propio país que dio origen a esa leyenda explotada desde todos los lugares posibles, para afrontarla cinematográficamente? ¿Hay algo nuevo para descubrir o reinventar? Radu Jude, ácido, irónico e inventivo como suele serlo en sus películas, tomó el desafío de la manera más lúdica e irreverente posible, una suerte de deconstrucción del mito por la vía del ridículo y el absurdo. Su DRACULA es una película hecha casi en contra del público que vería una película sobre el mítico Conde, una suerte de parodia en plan trash cinema que a la vez intenta reflexionar sobre todo lo que genera esa figura a su alrededor.
En la que posiblemente sea la película más desafiante y fea, en un sentido ex-profeso, de su filmografía, el realizador de DO NOT EXPECT TOO MUCH FROM THE END OF THE WORLD reúne a buena parte de su troupe de actores y colaboradores para proponer algo que bien podría explicarse como una colección de sketches y parodias sobre la figura de Vlad el Impalador, AKA, el Conde Drácula. Para armar esa colección de historias y bromas, Jude utiliza dos ejes narrativos que se mantienen a lo largo de las casi tres por momentos agotadoras horas que se extiende el film. Por un lado, la figura de un director que funciona a modo de alter-ego suyo que comenta y adelanta cada corto mientras que explica que por razones presupuestarias se vio obligado a filmar buena parte usando un programa de IA generativa. Esa esa IA la que le tira ideas «comerciales» que a él no se le ocurren, ideas que deben incluir «sangre, sexo, humor», todas esas cosas que «le gustan a la gente».

De todos los sketches que se narran hay uno (en realidad, dos) que tiene mayor peso y continuidad. En un bar temático sobre el tema se hace una obra bastante delirante sobre Drácula que incluye sexo entre el Conde y algún espectador o espectadora que pague una fortuna por eso y que suele concluir con una persecución del público a los protagonistas por las calles de un pueblo de la región de Transilvania. Con el eje puesto en el viejo actor que hace el rol y la chica (Mina, en la ficción dentro de la ficción) que lo acompaña en la pieza, Jude sigue las desventuras de estos dos artistas de cabaret forzados a sobrevivir en base a explotar turistas desprevenidos. Hasta que un día se cansan de hacerlo y deciden fugarse.
DRACULA volverá al «presentador» quien irá introduciendo una docena de cortos, muchos de ellos realizados con la ayuda de desagradables imágenes generadas por IA, y que van combinando la la leyenda de Drácula con diversas otras historias, algunas imaginativas (ligadas a los videojuegos, a la explotación de los trabajadores, a un falso parque de diversiones o a las versiones hollywoodenses de la historia) y otras un tanto más cansinas, como la que ocupa alrededor de 45 minutos en medio del film y que cuenta la historia de un estudiante de filosofía que viaja al campo, se enamora de una mujer y se topa con una versión un tanto muppetiana del vampiro en cuestión.
Todos estos cortos están hechos, de un modo aún más border que en otros films de Jude, usando una mezcla de humor bastante soez y sexual con refinadas referencias que tocan desde la alta cultura a la política rumana pasando por las guerras en el mundo, la música clásica y míticos escritores locales, entre otros. En el medio, mucho intento de generar situaciones humorísticas, algunas bastante logradas (verbales, por lo general) y otras, más del tipo visual, que abrevan más en la parodia al tipo de videos que se ven en las redes sociales. De hecho, uno de los episodios se titula Dracula’s Tik Tok.

Entre la deconstrucción y la parodia, entre el fuck you a los que esperan (espectadores, productores, distribuidores) una versión elegante del director rumano más conocido de la historia rumana más famosa y entre el escándalo y el tedio, el DRACULA de Radu Jude es un ejercicio de estilo, un juego excesivo por donde se lo mire de un realizador muy creativo que decidió usar la mitología del famoso personaje como un receptáculo para probar ideas y lanzarlas sobre la cabeza de los espectadores. Algunas funcionan, otras no y la mayor parte del tiempo uno tiene la sensación de estar viendo una película en la que el director parece estar tomándole un poco el pelo al público, en especial por la constante utilización de las arduas de ver imágenes en Inteligencia Artificial que afean todo lo que tocan, aún en una película que es asumidamente «fea» en términos estéticos. La búsqueda de Jude, en algún punto, parece ser la de arruinar la experiencia del público para que se dejen de romper las bolas con Drácula.
Existen, a la vez, otras posibles interpretaciones de la intención del realizador rumano. A su modo anárquico y contestatario, su DRACULA puede ser una reflexión sobre el cine actual, una mirada cáustica sobre la zona gris en la que el cine de autor se mezcla con el comercial (el «terror elevado» es un ejemplo claro de eso) pero suele pasar por alto las conexiones sociopolíticas y económicas de las historias que cuenta. Entre bromas sobre penes erectos que crecen en los árboles, dentistas llamados Caligari que tratan de sacarle los colmillos al Conde o publicidades que venden cualquier cosa tras el nombre de Nosferatu, Jude utiliza sus tres horas para lanzar dardos filosos contra la religión, la explotación turística, el cine contemporáneo, la industria de la Inteligencia Artificial, los patéticos líderes del mundo y sobre un país que no puede dejar de vender una versión falsa de sí mismo para el consumo del resto del mundo.



