Festival de Locarno 2023: crítica de «Do Not Expect Too Much From the End of the World», de Radu Jude (Competencia)
Una mujer recorre Bucarest en su auto buscando gente que sufrió accidentes de trabajo para que participen en un film corporativo sobre los cuidados laborales en el que está trabajando como ayudante de producción. Con Ilinca Manolache y Nina Hoss.
La secuencia dura aproximadamente cuatro minutos y podría ser vista como una versión acelerada de esos documentales ensayísticos que podría firmar James Benning. En planos de no más de dos segundos cada uno, Radu Jude muestra más de un centenar de tumbas armadas al costado de una ruta que conecta Bucarest, la capital rumana, con la región de Moldavia. Esas cruces, según dice la protagonista, Angela (Ilinca Manolache), una mujer que se pasa prácticamente toda la película manejando un auto, son de las personas que murieron andando en auto por esas rutas de solo dos carriles. «Tiene más cruces que kilómetros», le dice Angela a su pasajera, Doris Goethe (la alemana Nina Hoss), una empresaria de marketing austríaca que contrató a la productora en la que trabaja Angela para hacer un cortometraje corporativo. La mujer no entiende la comparación. «Son 250 kilómetros y hay más de 600 cruces. Yo no me atrevo a ir por esa ruta», Angela aclara.
Antes del break narrativo que Jude hará mostrando más y más cruces durante esos minutos, el comentario puede parecer casi casual, una de las tantas cosas que dice Angela, a la que le gusta hablar, contar anécdotas, chistes y hasta disfrazarse digitalmente de un personaje similar al controvertido influencer Andrew Tate (un hombre calvo llamado Bóbita, que construye usando un filtro de video) que es racista, misógino, bastante vulgar y agresivo para hablar. Ella no es así –es franca y directa, pero parece una mujer inteligente y políticamente ubicada–, pero se ve que necesita convertirse en algún tipo de personaje para descargar las tensiones que acumula al volante de un auto, a veces, 18 horas al día. «Nos explotan las productoras que vienen de afuera», le comenta a Goethe, que es o dice ser descendiente del famoso escritor. «Pero la de ustedes no, ustedes nos tratan bien», le miente.
El exceso de trabajo, la explotación laboral, la falta de protección empresaria y las consecuencias que ese agotamiento y abusos de poder tienen en la gente es el tema central de DO NOT EXPECT TOO MUCH FROM THE END OF THE WORLD, lo que conecta a las tumbas en la ruta con el cansancio y la frustración de Angela, además de la sensación que uno tiene, viendo la película de Radu Jude, que nadie descansa nunca en Bucarest. La película se organiza a partir de los recorridos que Angela hace, a lo largo de lo que parece ser un solo día, yendo en su auto de casa en casa, haciendo una especie de casting de personas que sufrieron accidentes laborales. Al llegar allí los filma contando lo que les pasó con el objetivo de que aparezcan en un corto empresarial que los «austríacos» harán para pedirles a los trabajadores de su empresa que usen cascos para evitar accidentes. No es suficiente que tengan una historia difícil. Tienen que dar bien en cámara y hay algunos otros detalles que también serán importantes, como el apellido o el origen étnico.
Durante más de la mitad de los 160 minutos que dura la nueva película del director de BAD LUCK BANGING OR LOONY PORN vemos, en contrastado blanco y negro, a Angela hacer su recorrido por la ciudad, atravesando calles y avenidas sobrecargadas de tráfico, soportando las tristemente típicas agresiones masculinas cuando ven conducir a una mujer –ella las contesta con una brusquedad envidiable– y luego, en cada casa, entrando en contacto con las personas y sus historias, empatizando con ellas y mostrándose amable y comprensiva. Son sus jefes, les dice, los que elegirán quién queda. Ella es solo una Asistente de Producción, acaso el trabajo más desgastante por detrás de una filmación.
Es por eso que resulta un tanto raro cuando se la ve, en color, en videos que graba para TikTok, disfrazada con una máscara, diciendo una barbaridad racista tras otra en términos que se adivinan soeces por más que uno no entienda rumano. Es un personaje, dice, y cree que su público entenderá la ironía. Pero es difícil saber si es así. La otra parte en color proviene de un film rumano de 1981, titulado ANGELA GOES ON y dirigido por Lucian Bratu, que Jude inserta aquí y allá, manipulando sus tiempos y haciendo que las escenas que se ven de esa película coincidan con momentos que se viven en la suya. Es que la protagonista de ese film –que tiene el mismo nombre que la de Jude– es una mujer taxista que también se la pasa todo el día en la calle, manejando, y soportando algunas agresiones y situaciones violentas. Habrán, luego, conexiones más directas y cruces entre ambos personajes, que será mejor dejar que el espectador las descubra por sí mismo.
Durante su primera hora o quizás más la película parece una extraña y circular road movie en la que parecen convivir ideas de películas de Martin Scorsese como TAXI DRIVER y DESPUES DE HORA. De la primera toma la frustración que el/la protagonista va acumulando estando arriba de un auto –a diferencia de Travis Bickle, Angela crea un doble para expresarlas– y, de la segunda, la sensación agobiante de estar en una especie de permanente loop del que no parece haber manera de salir. Cuando aparezca vía Zoom la tal Goethe, su jefe (que solo dirá una palabra), el director y el resto del equipo de producción del corto, DO NOT EXPECT TOO MUCH… empezará a mostrar de modo un poco más evidente sus cartas.
Dicho de otro modo: al conocer a los que tienen ciertas posiciones de poder en esa producción, la película va marcando diferencias entre ellos y los trabajadores, los que se rompen el lomo y ponen su cuerpo más horas que las correspondientes trabajando para ellos y sufriendo los consabidos accidentes que no se arreglan poniéndose un casco sino mejorando las condiciones laborales. Entre las cosas que le dice a Goethe en su recorrido del aeropuerto al hotel, Angela le comenta que los empresarios extranjeros «abusan» de los locales y explotan su territorio. La austríaca pone cara de desentendida y ofrece como respuesta que quizás ese no sea el problema sino «que los locales se dejan abusar», dirá. Más tarde, una fascinante y tristemente graciosa anécdota sobre un pelotón de fusilamiento, probará un punto similar.
La película incluirá, como es usual en el cine del director rumano, una larga serie de citas, referencias (muchas de ellas locales), bromas de todo tipo y tenor, y hasta curiosos homenajes, incluyendo una escena –que no funciona del todo bien y su inclusión aquí es un tanto confusa y caprichosa– en la que el extravagante realizador alemán Uwe Boll se vanagloria de haberle dado una golpiza a un crítico de cine que habló mal de sus películas cuando «solo vio dos de todas las que hice». Pero más allá de ese extraño momento, DO NOT EXPECT TOO MUCH… en general acierta con casi todas sus salidas laterales, sus desvíos narrativos, esos momentos en apariencia intrascendentes que revelan la manera en la que conviven, en Angela –y uno asume que también en el realizador–, la empatía con el fastidio, el cariño por la gente y la frustración con quienes los explotan.
Jude pondrá en escena sus temas de una manera más directa –y divertida– en un largo plano fijo, que se extiende por más de media hora, con el que concluye la película. Allí, el trabajador elegido para filmar el corto en cuestión contará a cámara su accidente, de una manera que no es exactamente como la producción lo quiere. Manteniendo esa cámara como punto de vista, lo que veremos a continuación serán las varias tomas que se hacen, los cambios de escenario y posición, las conversaciones entre el director y los que están siendo filmados y, especialmente, las distintas charlas que se oyen detrás de cámara, en las que el equipo de producción se debate qué hacer ante determinados problemas que surgen. Mientras tanto, el «protagonista» y su familia esperan, estoicos, durante mucho tiempo y bajo malas condiciones, poder terminar la «jornada laboral». Allí está toda la película, en cierto modo, resumida. El que tiene la cámara, el que maneja el dinero y los medios de producción, será siempre el que tenga la última palabra. Los demás tendremos que seguir, al borde de la explotación, hasta que nos convirtamos en otras de esas cruces que están al costado de una mal diseñada ruta que conduce a ninguna parte.
Fah, qué bien que cerraste la reseña! No puedo esperar a encontrarla en «la red» o en el Gaumont dentro de algunos meses…