
Estrenos: crítica de «La empleada» («The Housemaid»), de Paul Feig
Contratada por una familia adinerada, una empleada doméstica queda atrapada en una violenta pesadilla donde chocan las clases sociales, el poder y el deseo. Con Sydney Sweeney y Amanda Seyfried. Estreno en cines: 1 de enero.
Un remedo de aquellos intensos thrillers de la década de 1990 pero con un twist más propio del siglo XXI, La empleada intenta ser un violento y enervante relato de suspenso que juega con ideas de clase y de género, y por momentos lo consigue. Si bien su formato un tanto previsible –aún con sus giros supuestamente sorpresivos–, su excesiva extensión y algunas limitaciones propias del guión conspiran contra sus logros, este inquietante relato de Paul Feig resulta un pasable entretenimiento dentro de la categoría «me olvido de todo lo que pasó apenas termina» a la que pertenece.
Esta adaptación de la exitosa novela de 2022 de Freida McFadden –el film no tiene nada que ver con el clásico coreano con el que comparte título– tiene en contra el contexto del cine contemporáneo, que lleva a que el espectador sospeche de que las cosas no son tal y como se la cuentan por motivos que tienen más que ver con qué es políticamente correcto argumentar en un film así. Diez minutos de película dejan en claro que poco de lo que se dice y se muestra en The Housemaid es realmente así. Las pistas están todas en primer plano.

Películas como La mano que mece la cuna, Durmiendo con el enemigo, Mujer soltera busca o Misery, entre otros, han jugado con la idea de tensas relaciones interpersonales que un día cruzan la frontera para volverse violenta. En esta moderna adaptación de ese tan popular género, Sydney Sweeney encarna a Millie, una chica que llega con su auto a una enorme casona de las afueras de Nueva York a intentar conseguir trabajo como empleada domestica con cama. La recibe una elegante, refinada y un tanto inquieta mujer llamada Nina (Amanda Seyfried), que le muestra ese hogar perfecto y reluciente diseñado por su marido, Andrew (Brandon Sklenar). Y le dice que la llamará si queda elegida para el puesto.
Pronto sabremos que Millie no se hace ilusiones de conseguir el puesto porque tiene un pasado reciente en la cárcel que es fácil de descubrir con una simple «averiguación de antecedentes». De hecho, la chica es básicamente homeless, viviendo en su auto y sin nada de dinero. Pero Nina la llama, igualmente, y Millie termina trabajando en la mansión y viviendo en un cuartito medio encerrado ubicado arriba, uno al que se llega atravesando una hitchockiana y señorial escalera. La pareja tiene, además, una niña de 8 años.
Es obvio de entrada que las cosas no son tan perfectas como parecían de entrada. Nina es una bola de tensiones, una mujer al borde del ataque de nervios que transforma la casa en un caos, la agrede a Millie, la acusa, la avergüenza y le dice cosas que luego niega. Pero la empleada, que necesita sí o sí el trabajo (una escena con su oficial de libertad condicional nos deja en claro que no puede dejarlo y que tiene que soportar lo que sea), tolera sus agresiones y el mal talante de la niña. El único que parece ser comprensivo es Andrew, que calma a su esposa, trata de proteger a Millie, aún cuando es bastante evidente que la mira con ojos que denotan otro tipo de interés. Y Nina se da cuenta.

Es este caos el que irá creciendo de una manera prolija aunque previsible hasta que la trama gire sobre sí misma intentando ver las cosas desde otro punto de vista, entendiendo que lo que vimos hasta el momento es solo una parte del todo. Tras una serie de flashbacks que matan un poco el tempo del relato, Feig logra retomar el ritmo puro y duro del thriller para encaminar la historia hacia zonas cada vez más violentas y brutales.
Si bien Sweeney es la gran protagonista, el rol con mayor lucimiento es el de Seyfried, quien interpreta a una mujer cuya intensidad casi psicótica tiene más capas de las que parece en un principio. Millie también tiene lo suyo, pero sabemos de entrada que su pasado tiene algunas zonas oscuras. Y si bien Sklenar (de la serie 1923 y la película Drop) se presenta como un tipo atento, correcto y amable, cualquiera que haya visto dos thrillers en su vida sabe que eso no es todo lo que tiene para dar. Y más cuando conocemos a su gélida y dominante madre, interpretada por Elizabeth Perkins.
Efectiva pese a sus 15/20 minutos de más y entretenida de la manera que puede serlo un best-seller más o menos bien estructurado, La empleada pierde puntos por problemas que no tienen que ver necesariamente con la película en sí sino con el mundo en el que se inscribe. Si el cine prefiere ser políticamente correcto antes que arriesgarse y provocar, será difícil que no sea previsible. Es por eso que las vueltas de tuerca de la trama, en lugar de sorprender, terminan reafirmando lo que todos sospechamos apenas la película empieza.



