Series: crítica de «La suerte. Una serie de casualidades», de Paco Plaza y Pablo Guerrero (Disney+)

Series: crítica de «La suerte. Una serie de casualidades», de Paco Plaza y Pablo Guerrero (Disney+)

Un tímido abogado que trabaja como taxista se cruza por azar con un célebre torero y su excéntrica cuadrilla y termina acompañándolos en su gira por España. Con Ricardo Gómez y Oscar Jaenada. Disponible en Disney+

Cualquiera que haya visto Tardes de soledad, el reciente documental de Albert Serra sobre la vida y experiencias de un torero, sabrá que muchas de las mejores escenas –seguramente las más divertidas y ligeras– son las que protagonizaba la llamada «cuadrilla» del protagonista, su grupo íntimo de colaboradores tanto dentro de las plazas de toros como fuera de ellas. En aquel film, los muchachos que rodeaban a Rey Roca, el torero en cuestión, conformaban un excéntrico grupo de ayuda, uno que lo acompañaba en el coche, lo apoyaba y vitoreaba constantemente, y se ocupaba de todos los quehaceres cotidianos, como si fuera el entourage de un músico de rock en gira.

La suerte pone de entrada su atención en ese grupo colorido de personajes y aprovecha al máximo su en apariencia infinito caudal de posibilidades cómicas y hasta absurdas, ligadas a sus excéntricas, ruidosas y llamativas personalidades y costumbres. De a poco, a lo largo de sus seis compactos episodios de media hora cada uno, la serie irá cediéndole el paso a los verdaderos protagonistas, pero sin dejar de lado a esa entusiasta y curiosa cuadrilla que le da su particular color.

El que se topa, literalmente, con ellos –quien nos permite observar sus rutinas con la curiosidad e incomprensión de un novato– es David (Ricardo Gómez), un joven y tímido abogado que estudia para dar un examen que le permita trabajar en el estado y que se gana algo de dinero manejando el taxi de su padre en Talavera de la Reina, Toledo. A la salida de un boliche nocturno, este grupo aborda su coche intempestivamente para que lleve a uno de ellos, que se ha desvanecido en el lugar. Confundido por la volatilidad de estos hombres, a David no le queda más opción que acompañarlos y esperarlos, ya que de entrada no le pagan su trabajo. Y en esas horas, su vida cambia.

Es que no solo empieza a descubrir el mundo de fiestas, costumbres y supersticiones de la cuadrilla sino que se entera de que el Maestro (Oscar Jaenada), el veterano y mítico torero para el que todos trabajan, considera que le trajo suerte y decide contratarlo como su nuevo chofer. Al principio David (a quien llaman José Antonio, por el nombre de su padre) no querrá saber nada –es muy distinto en personalidad a este ruidoso grupo de andaluces y además está en contra de la tauromaquia–, pero «le harán una oferta que no podrá rechazar» y, aprovechando que sus padres están de vacaciones, aceptará la propuesta de llevarlos en su coche a lo largo de su gira.

La suerte. Una serie de casualidades –ese es el nombre completo del show, con punto y todo– irá dejando en segundo y colorido plano a Jero (Carlos Bernardino), Ramón (Oscar Higares) y a Marchena (Pedro Bachura) para poner su atención en la en principio rara conexión entre David y el Maestro, quien –a diferencia de sus colaboradores– es un hombre reservado y discreto, con una zona oscura y en apariencia misteriosa, quien termina dependiendo más de lo pensado de David y sus específicas costumbres. Y será el contacto con este llamativo y famoso personaje el que le permitirá al protagonista ir más allá de la aventura excéntrica para conectarse con él de un modo más humano.

Muy graciosa y con un ligero costado dramático que va creciendo con el correr de los episodios, La suerte funciona con el conocido formato de «pez fuera del agua», poniendo a David como representante de los espectadores ante un mundo que es, a la vez, colorido y distante, que genera simpatía e irritación a la vez. David es un joven urbano de costumbres, si se quiere, cosmopolitas (no quiere ni entrar a las plazas a ver al Maestro en acción, y es así que la serie no muestra nada de lo que sucede allí), un personaje alejadísimo de este coro de hombres tradicionalistas, un tanto machistas y que se hacen notar a cada paso que dan. Y el encanto de la serie de Paco Plaza (REC, La abuela) está en cómo se va generando la conexión entre esos dos mundos en apariencia tan distintos y distantes entre sí.

Si bien el recorrido es previsible, el encanto de la serie pasa por el mundo que describe y, especialmente, por el inesperado cariño que uno termina teniéndole a estos tipos. Como le sucede al protagonista, el espectador se topará con estos personajes y su mundo teniendo ganas de salir corriendo de allí, pero la efectividad de la serie pasará por lograr que uno se encariñe con ellos, con sus raras costumbres y sus supersticiones limítrofes. Para un tipo tan reservado y estudioso como David, esta será otra «oposición» que debe superar, un examen que no está en los libros sino en la calle, en la vida.

La suerte no es una serie sobre corridas de toros, no tiene escenas ligadas a lo que pasa en las plazas y, a lo sumo, solo muestra algunos conflictos y las coloridas rutinas de lo que sucede afuera, con la gente (a favor y en contra) en las calles y con los concretos preparativos –el vestuario, fundamentalmente, pero también las rivalidades del circuito y los hábitos hoteleros– antes de la faena. Lo que sí intenta es establecer un posible diálogo entre dos mundos diferentes y, en ese ejercicio de empatía, lo que logra es una comprensión mutua que va más allá de la tauromaquia en sí. Es, más que cualquier otra cosa, una idea de vida.