Series: crítica de «Stranger Things – Temporada 5 / Volumen 2», de los hermanos Duffer (Netflix)

Series: crítica de «Stranger Things – Temporada 5 / Volumen 2», de los hermanos Duffer (Netflix)

La serie avanza hacia su final mezclando inercia, repetición y con la emoción justa para que el viaje todavía funcione. Disponible en Netflix.

Es un milagro que una serie como Stranger Things todavía funcione. Habrá que darle crédito a los directores, que mantienen en movimiento una pesada carreta de información y de planes con monólogos de Dustin explicando algo en un improvisado pizarrón. O a los actores, que se emocionan hablando de sus deseos, miedos y frustraciones personales. O a la mitología de los ’80, que por momentos es tan entrañable, aunque ya se la use poco y nada. O quizás a las escenas de acción o suspenso, que ponen en no muy serio peligro a los protagonistas frente a un enemigo invencible. O, tal vez, a que uno ya ve tan cerca el final que, como cuando se lee una novela de 700 páginas y faltan 50, importa más terminar que cualquier otra cosa.

El caballo cansado de Stranger Things se acerca al final más íntegro de lo que uno supondría a esta altura del partido. Uno ve el sistema narrativo que posee y es insólito que algo tan básico y mecánico sea entretenido. El asunto funciona así hoy por hoy: en una escena, tres o cuatro de nuestros protagonistas –a veces dos, en otras casi todos– tienen un problema que resolver y se les ocurre la idea más caprichosa que la resuelve. No es solo pensar si se entra por atrás o adelante a una casa. No. Es algo así como entrar a un universo paralelo, descubrirlo a través de una casual coincidencia entre la forma de una montaña y una suerte de catalejo, caer al vacío y sobrevivir en el aire, entre muchos otros planes supuestamente científicos que hacen y que, por lo general, les salen más o menos bien.

Tras una escena de esas, la serie se mueve a otro subgrupo de personajes (en esta Parte 2 hay cinco o seis subgrupos moviéndose en paralelo y en distintas dimensiones) haciendo algo parecido. Hay algún tipo de cataclismo que rebota en varios de estos mundos y hay que reacomodarse a lo que sucede. Si es grave o complicado, hay alguna escena emotiva para lidiar con eso: centrada en las relaciones entre los personajes («creía que eras mi amigo, pero nunca estás cuando te necesito»), en traumas personales («soy como ustedes en casi todo, pero tengo que confesarles algo») o en historias de amor («lo importante no es la canción, eres tú»). Algo cambia ligeramente y todo comienza otra vez: otro plan, otro movimiento de piezas, otra confesión de parte y vamos…

Que todo esto avance es, realmente, milagroso. A lo largo de los tres episodios que forman gran parte de la segunda mitad de la quinta y última temporada –falta uno solo, el Grand Finale–, no sucede nada demasiado diferente en Stranger Things a lo que siempre sucedió. Sí, se podrá decir que hay revelaciones importantes (qué es el «Upside Down», con qué se conecta y qué función cumple, todo descifrado por un niño que debería tener unos 14, 15 años) y a que nuestro sufrido Will Byers le llega su momento de la verdad, uno que el final de la primera mitad de la temporada ya había spoileado bastante. Pero en el fondo todo sigue igual: nuevas niveles desbloqueados en una carrera interminable hacia un mismo fin. La rareza de la serie es que, supuestamente, pasan cosas que lo cambian todo. Pero uno sigue viendo más o menos lo mismo que antes, siempre.

¿Hay cosas nuevas? Digamos que hay niños colgados de arbustos mucosos como en una Matrix ideada por Lovecraft. Hay más niños paseando por un «palacio de la memoria» que se parece a un set de filmación de Duna. Hay más niños todavía en una casa que tiene mucho de cuento de hadas de los hermanos Grimm. Y la novela A Wrinkle in Time es, aún más que antes y hasta en los títulos de los episodios, una lingua franca para entender lo que pasa. Hay un episodio en el que se escucha tantas veces Running up the Hilli que uno puede escuchar la plata entrando a la cuenta bancaria de Kate Bush. Y hay, entre los peores efectos práctico-digitales de la serie, un momento en el que uno de los mundos que atraviesan (me pierdo ya cuál es) se convierte en una horrenda masa chiclosa y los personajes que andan por ahí se mueven como si caminaran sobre kilos de helado derritiéndose bajo sus pies. Feo todo.

Eppur si muove, como decía Galileo Galilei, a quien imagino explicándole a los de la Inquisición que la Tierra y los planetas giraban alrededor del Sol más o menos como cuando Dustin les explica a los demás los agujeros negros y la «materia exótica». Y sin embargo, Stranger Things se mueve. Y avanza. Y se acerca a un final en el que, hay que repetir una vez más como ante cada final de temporada, los chicos tienen que liquidar a Vecna, rescatar a un nuevo grupo de niños (que son realmente niños y no adultos vestidos como en la secundaria) y, previsiblemente, salvar a Hawkins y al mundo entero de su destrucción resolviendo en el camino sus traumas personales. ¿Podrán? ¿Ustedes qué creen? Nos vemos la semana que viene.