BAFICI 2016: Competencia Vanguardia y Género (13 críticas)
A MORTE DE J.P. CUENCA, de Joao Paulo Cuenca Al realizador de este filme –un escritor haciendo su primera experiencia cinematográfica– le sucedió en la vida real el hecho que da pie a esta película: un hombre murió usando su nombre y sus datos personales. Enterado de la noticia casualmente (un trámite policial reveló que […]
A MORTE DE J.P. CUENCA, de Joao Paulo Cuenca
Al realizador de este filme –un escritor haciendo su primera experiencia cinematográfica– le sucedió en la vida real el hecho que da pie a esta película: un hombre murió usando su nombre y sus datos personales. Enterado de la noticia casualmente (un trámite policial reveló que a él lo daban por muerto) se puso a investigar qué había sucedido y lo que hace el filme es versionar, a mitad de camino entre la reconstrucción y la ficción, los curiosos hechos. Cuenca arranca haciendo averiguaciones en el lugar donde encontraron al muerto, un okupa de un edificio en construcción que hoy ya está terminado, y luego aparentemente repite ante la cámara sus entrevistas con investigadores privados, ex policías y gente de la calle tratando de saber quién era el muerto y cómo se conecta con él.
Pero el objetivo de Cuenca es, finalmente, otro: el de partir de esta situación para hacer una investigación acaso más profunda sobre los misterios de la identidad y cómo esa «muerte» puede liberar o no a la persona, hacerlo vivir otra vida, empezar de nuevo. Así que lo que comienza como un experimental filme detectivesco va derivando cada vez más en una obra de ficción sobre la reconstrucción (o destrucción) de la identidad. El punto de partida es lo suficientemente rico y curioso para sostener la atención durante todo el filme, lo mismo que las extrañas búsquedas estéticas de Cuenca. Y si bien sobre el final la película parece derivar hacia zonas menos atractivas (cuando la ficción íntima y personal pasa a dominarlo casi todo), la experiencia sigue resultando por lo menos llamativa y misteriosa. Desde lo temático hasta lo formal.
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DEMON, de Marcin Wrona
Un casamiento en Polonia es el centro de la acción de esta película que mezcla comedia, suspenso y terror para contar la historia de un hombre que llega de Inglaterra a ese país a casarse con una chica local. En la primera noche que pasa en la casa que su futuro suegro le regala a la pareja descubre en el fondo donde piensan construir una pileta unos restos humanos. El hombre prefiere callar para no perturbar las preparaciones, pero es obvio que la situación lo ha dejado perturbado. Esa perturbación, pronto, se transforma en obsesión y luego –en plena fiesta de bodas– en extraños comportamientos que bien podrían considerarse como posesión, a la manera del dybbuk de la liturgia judía.
Los comportamientos del novio en la fiesta pasan de bizarros a terroríficos y la novia y su familia (padre, hermano e indisimulado pretendiente) trata de ocultarlo sirviendo más y más alcohol a los invitados mientras empieza a arreciar una tormenta. Será cuestión de descubrir qué o quién se le metió en el cuerpo a este hombre (y porqué) en un relato que por momentos tiene un aire a película de exorcismo judaico. Y algo de eso hay porque bajo su trama de suspenso cómico la película –como la más prestigiosa y premiada IDA— parece hablar claramente de cierto oscuro pasado histórico que nunca ha sido del todo asumido en Polonia. Fantasmas del pasado que aparecen en el momento menos pensado y que ni todo el vodka del mundo pueden hacer desaparecer por completo… (Nota: una semana después de su estreno mundial en Toronto 2015, el director de la película se suicidó, agregándole otra cuota de misterio a este inteligente y atrapante filme)
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BOI NEON, de Gabriel Mascaro
El realizador brasileño que se hizo conocido, primero, con el extraordinario documental DOMESTICAS y luego compitió el año pasado en Locarno con VIENTOS DE AGOSTO presenta apenas un año después su nueva película, una que parece combinar los intereses, las temáticas y las formas visuales de ambos filmes. BUEY DE NEON –tal sería la traducción literal– es una película que se centra en un grupo de personas que trabaja en las llamadas vaquejadas, shows rurales similares a los rodeos norteamericanos.
El protagonista es Iremar (Juliano Cazarré), quien se ocupa de cuidar y preparar a toros y caballos viajando con esta suerte de troupe de pueblo en pueblo nordestino. Junto a él está su algo torpe colega Zé, Galega (Maeve Jinkings) –una mujer que hace además de conducir el camión hace un particular show nocturno de baile que parece sacado de una película de David Lynch–, y la hija de ella, Cacá (Aline Santana), que está pasando por una complicada transición hacia la adolescencia.
Pero la particularidad de Iremar –y, de alguna manera, de todo el filme– es que, en ese medio ambiente rudo y de campo, él se apasiona por la costura de ropa femenina y tiene un interés por la moda, el cuidado de la piel y el perfume bastante inusuales entre los que hacen su tipo de trabajo. Y no se trata –o al menos no de manera evidente– de un tema de preferencias sexuales. Iremar, de algún modo, es un representante de esta especie de transición social y económica que se vive en la zona, que va pasando de ser campesina a urbanizada y en el que el furor de la industria textil (hay un shopping de moda enorme en las cercanías) se hace sentir en los comportamientos de sus miembros más jóvenes.
La influencia de ese combo entre realismo sucio y cierta sofisticación se mantiene en la estética de la película, que pasa de escenas de cotidianeidad entre los protagonistas (sus peleas, discusiones, bailes, pequeñas aventurillas y accidentes) a otras, si se quiere más líricas, en las que Mascaro vuelve a apostar por cierta elegancia visual para la puesta en escena que ya se manifestó en VIENTOS DE AGOSTO y que bordea por momentos con el preciosismo. Es así que la película pasa de una situación casi de documental sobre la vida en un rodeo con ciertas reminiscencias al cine de la dupla suiza Tizza Covi/Rainer Frimmel (los de LA PIVELLINA) a otras escenas casi líricas (y en algunos casos de cuidado erotismo) entre hombres y mujeres, pero también entre hombres y animales.
Así, la fotografía del mexicano Diego García (el mismo DF de la última película de Apichatpong Weerasethakul) fluctúa entre la captura más naturalista de las escenas del trabajo a la elegancia extrañada de ese raro baile de Galega, el mimoso cuidado de los caballos o una larga escena sexual cerca del final de la película. Son todos estos planos de innegable belleza pero que por momentos llaman demasiado la atención sobre sí mismos. A lo que apuesta, finalmente, Mascaro, es a mostrar esas transformaciones sociales desde la misma estética de la película, y aún desde los cuerpos de los protagonistas, enfrentando a los más veteranos como el obeso Zé a los que intentan estar “a la moda” más allá de las circunstancias específicas de su trabajo.
Si bien la película no tiene un eje narrativo claro y es más una descripción del día a día de este grupo de personas en transición, el que termina apareciendo como el personaje más interesante de todos es la pequeña Cacá, cuya irritabilidad respecto al comportamiento de los mayores (y viceversa, de los adultos para con ella), su fastidio por la ausencia de un padre al que no conoce y su incipiente y confusa sexualidad, la convierten en una observadora crítica del mundo que la rodea y que cambia permanentemente a su alrededor. (Crítica publicada durante el Festival de Venecia 2015)
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ESA SENSACION, de Juan Cavestany, Julián Gennison y Pablo Hernando
El decir la cosa menos apropiada en el momento menos indicado, además de generar incomodidad, es un material más que noble para armar la trama de una película. Más en este caso cuando ese hecho se da, simplemente, por la existencia de un virus que obliga a la gente a decir y hacer cosas, digamos, impropias. En ESA SENSACION, esa historia es una de las tres que organizan, cruzadamente, el relato, cada uno dirigida por un realizador diferente. Las otras historias transmiten una sensación parecida de extrañamiento: la de una mujer que parece disfrutar sexualmente y hasta enamorarse de objetos (una máquina expendedora, un puente, una escalera y así) y la de un hijo que descubre a su padre actuando de manera curiosa en su vida cotidiana.
Las últimas dos historias –más específicas en cuanto a trama y cantidad de personajes– resultan las más atractivas de seguir por el misterio que generan y la forma en la que sus relatos incorporan cada vez más el desolado paisaje urbano. La del «virus», más coral y dramáticamente desorganizada, se desarma un poco tras un inicio formidable, pero igualmente suma a «esa sensación» entre misteriosa e inquietante que desnaturaliza los acontecimientos cotidianos volviéndolos –como en el caso de la reciente EL APOSTATA— un poco bizarros, un poco místicos y siempre sorprendentes.
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BONE TOMAHAWK, de Craig S. Zahler
Esta opera prima de Zahler tiene varios puntos de contacto con LOS OCHO MAS ODIADOS, de Quentin Tarantino. Ambos son westerns protagonizados por Kurt Russell y gran elenco, ambas combinan elementos clásicos del género con otros más propios de película de terror (con alta cantidad de gore incluido), ninguna es lo que se dice políticamente correcta y las dos beben de los westerns clase B más que de los grandes clásicos del género. En muchos sentidos, especialmente al ser una primera película, la de Zahler es mucho mejor que la de QT: genera mucho más tensión con unos «villanos» temibes, todos los personajes están muy bien desarrollados y en mucho menos tiempo (es un poco larga, igual, pero no tanto como LOS OCHO…) y respeta los silencios y el misterio propios de personajes del Oeste que, salvo en las películas de Tarantino, habitualmente no son de hablar todo el tiempo sin parar.
La película tiene una estructura sencilla, clásica. En un incidente inicial vemos a un hombre ser masacrado por una tribu indigena extraña que se dedica, dicen, al canibalismo y ni siquera manejan la palabra. Es una tribu casi secreta, sin nombre ni relación con el resto de las tribus. Y muy, muy peligrosa. El otro hombre que estaba con él se escapa, llega al pueblo malherido y miembros de la tribu llegan ahí y se lo llevan, junto al guardia de la cárcel y la doctora que lo estaba atendiendo. En su rescate salen el sheriff (Russell), su asistente (el veterano y siempre excelente Richard Jenkins), el marido de la doctora (Patrick «Fargo» Wilson) y un pistolero cazador de indios (Matthew «Lost» Fox). Buena parte del filme se irá en el complicado recorrido de este cuarteto –con sus peleas, heridas, problemas y ataques– hasta que en la última parte llegarán a esa especie de infierno sobre la tierra en el que vive esta tribu que parece salida de MAD MAX. De allí en adelante todo será violencia pura e inteligencia para tratar de cumplir la misión.
Brutal, intensa y extraña, la película es un combo western-horror de los que se ven poco. Si bien la llegada a destino del grupo de rescate se estira demasiado (Zahler debe admirar a Tarantino, pero tiene menos ego y sabe cuando parar), casi todas las interacciones, avances y retrocesos de los protagonistas están no solo justificados por la lógica de la acción sino que están plagados de tensión, ya que uno nunca sabe cuándo pueden ser atacados. La película intenta justificar su incorrección política, si se quiere, dejando en claro de entrada que los indios atacan tras haber sido «violado» su cementerio, pero eso en realidad no logra cubrir la brutalidad (hay una escena en especial que es imposible ver sin taparse los ojos) de sus actos. Como los buenos y viejos westerns, es una película que pone en primer plano los acontecimientos y que deja sutiles referencias para que el espectador pueda hacer una lectura más compleja luego. Al diferencia del filme de Tarantino, que hace exactamente lo opuesto…
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SOMETHING BETWEEN US, de Jodie Mack
El corto experimental de Mack funciona a partir de los reflejos que la luz –en muchos casos, de joyas– generan en la cámara, editados y sonorizados de manera tal que el espectador fácilmente parece entrar en una suerte de trance lumínico, a mitad de camino entre una experiencia nocturnal (casi de discoteca) y otra un tanto más plácida, que comunica la sensación que la luz genera en ambientes más abiertos y naturales. Una breve y atractiva experiencia sensorial.
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THE LURE, de Agnieszka Smoczynska
Con una «locura» más propia del cine asiático de género (o de un cine polaco que jamás llegó por aquí) esta suerte de mezcla entre musical, drama y película de terror es inasible por donde se lo mire y, de a ratos, muy atractivo y peculiar. Es la historia de un trío musical (padre, madre e hijo) que un día se topa con dos sirenas que adquieren forma humana y se suman a su espectáculo de covers en un bizarro boliche que parece sacado de una película de Terry Gilliam.
Los números musicales del filme no se limitan a los del escenario: la película es por momentos un musical hecho y derecho, con los protagonistas (principalmente las sirenas, que son «hermanas») cantando sus peripecias, ligadas en el caso de una de ellas a su romance imposible con el joven hijo, el bajista del grupo musical, mientras que la otra prefiere utilizar a los humanos como alimentación, generando sospechas en la policía local. La película es un continuo y atractivo disparate durante su primera mitad, pero el circo comienza a girar un poco sobre sí mismo después de un rato y la broma empieza a agotarse. Al menos al llegar a su potente y espumoso final…
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CINZAS E BRASAS, de Manuel Mozos
El poético y literario corto del portugués Mozos se centra en un poético reencuentro entre una mujer anciana y un hombre con el que vivió un romance muchos años antes. Mozos va y viene del presente al complicado pasado de esa relación (él está encarnado por el mismo actor, ella por una mucho más joven) en el que se nos revelan más detalles de la historia en común. De construcción eminentemente literaria –algo que queda claro en sus diálogos, que recuerdan a los del cine de Manoel de Oliveira–, «Cenizas y brasas» es una breve y por momentos mágica reflexión sobre la memoria.
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MARIA DO MAR, de Joao Rosas
Nicolau tiene 14 años y recién está empezando a vivir su adolescencia y a prestar atención a las chicas con una fascinación creciente. En un fin de semana en una casa de veraneo en la que están su hermano y un número creciente de amigos, todos quedan fascinados por María do Mar, una recién llegada al grupo. Pero para Nicolau es, directamente, la revelación de todo un mundo, como la puerta abierta a una nueva etapa en su vida, un sueño convertido en realidad.
En un poco más de media hora, Rosas crea una mini-película «rohmeriana» en la que la conversación y la atracción sexual se van cruzando de formas sutiles e imperceptibles entre los distintos personajes, especialmente en el caso de Nicolau, que vive esos días de verano que marcan un antes y un después en la vida de cualquier adolescente con una disimulada y curiosa intensidad. Una historia «coming of age» pura y luminosa, de esas que se recuerdan como una canción pop italiana de los ’80 que uno escuchó alguna vez y jamás olvidará. O como el primer amor.
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STAND BY FOR TAPE BACK UP, de Ross Sutherland
A la manera de un diario personal reinterpretado en VHS, el poeta y director de esta película construye una memoir personal que repasa su relación con su abuelo, su infancia, adolescencia y algunos hechos críticos y dolorosos de su vida mientras en las imágenes vemos cosas grabadas y encontradas en viejos videocasetes. Construida como una especie de catarsis emocional al punto de que a Ross se le quiebra la voz, rapea y habla sin ningún tipo de red, la película sorprende también por sus originales e inteligentes comentarios acerca de las imágenes que vemos.
Por su pantalla y la nuestra pasa Michael Jackson y el video de THRILLER, la sitcom FRESH PRINCE OF BEL AIR (sobre la que tiene una maravillosa tesis), avisos publicitarios y, en especial, LOS CAZAFANTASMAS, al punto de detenerse un largo rato (en pausa) en el rostro del entonces muy joven Bill Murray para hablar de sus primeros miedos infantiles respecto a la muerte. Cierran el filme imágenes y una anécdota de TIBURON, que funciona como balance y reflexión a lo dicho –cantado, gritado– antes. Una experiencia poco común y muy recomendable.
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LE MOULIN, de Huang Ya-lin
Esta ambiciosa y a la vez original reconstrucción histórica por la vía del documental, la ficción y sus distintos cruces es un fascinante retrato de una generación de poetas taiwaneses que, en la década del ’30, se agruparon bajo el ala del surrealismo y desde allí escribieron y, a su manera, participaron políticamente contra el régimen japonés que ocupó la isla desde 1895 a 1945. La película de Huang sigue mediante reconstrucciones históricas armadas visualmente de una manera muy original (jamás se le ven las caras a los protagonistas, por ejemplo) sumadas a material de archivo en video, lectura de poemas, películas, textos y diarios, entre otros recursos a este grupo de escritores surrealistas a lo largo de dos décadas en las que cambió el mundo y, específicamente, su mundo.
La ambición de Huang lo lleva a retratar diversos aspectos de este grupo de poetas, desde sus intervenciones poéticas y políticas hasta sus vidas personales en un filme que dura más de 160 minutos y que, si bien puede ser un tanto arduo de seguir –especialmente al principio– va ganando en interés y en ramificaciones políticas y estéticas con el correr de los minutos y de los años en las vidas de sus protagonistas, hasta llegar a la guerra y los sucesos posteriores a ella, cuando Taiwán pasa a manos de China. Un retrato generacional, un estudio literario, una original pieza de deconstrucción y reconstrucción cinematográfica, LE MOULIN es una de las películas más ricas y asombrosas de este año cinematográfico.
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UNA NOVIA DE SHANGHAI, de Mauro Andrizzi
Fruto de una beca que le permitió al realizador argentino pasar varios meses en China para hacer una película, UNA NOVIA DE SHANGHAI se presenta como una curiosidad que seguramente sorprenderá a muchos: una película china de un realizador argentino. Es que, más allá de la aparición en un rol secundario de la actriz Lorena Damonte, el elenco, los diálogos y las situaciones que se ven en el filme son totalmente locales. Es decir, chinas. La película se presenta como una fantasía en tono de comedia dramática que cuenta las desventuras de dos losers que deben llevar un ataúd a través de Shanghai hasta el puerto y subirlo a un barco carguero.
¿Para qué? Ahí está la historia. Es que ambos se topan casualmente con el fantasma de un hombre recién fallecido en un hotel que les pide ese favor, ya que según cierta milenaria tradición china, quiere reunirse con su amante en el «más allá». Y para eso –para ese casamiento fantasma– deben estar enterrados juntos. Los perdedores de turno se meten en una serie de complicaciones (con dinero, con mujeres, etc) en este camino complicado, un camino que hacen igual ya que el fantasma en cuestión les ha prometido una buena suma de dinero al finalizarlo. En el camino, estos personajes conversan y sueñan con irse de allí a un lugar sudamericano como… México.
La película tiene momentos cómicos y otros líricos en medio de un recorrido por distintas zonas de Shanghai y alrededores. En los viajes de los protagonistas uno es testigo de una ciudad y de un país que cambia radicalmente en las apariencias pero que aún se mantiene apegado a ciertos mitos y tradiciones. Así, mientras un fantasma los guía y unas mujeres se suman a su recorrido pasan sus días los simpáticos y torpes protagonistas. Y así, también, transcurre esta celebración romántica y casi nostálgica en medio de una ciudad que hoy parece dedicada a convertirse en una postal de sí misma, con sus recién casados en permanente plan selfie, más preocupados en ver cómo lucen en las fotos que en eso que antiguamente llamaban «eternidad».
DISCO LIMBO, de Fredo Lavanderi y Mariano Toledo
Cuando veo películas como DISCO LIMBO lo primero que siento es que me equivoqué de profesión. O, tal vez, que lo que yo entiendo como cine (que es un concepto bastante amplio) no cubre ciertas zonas de lo que otros consideran «cinematográfico». O artístico. Tampoco creo que se pueda definir a DISCO LIMBO como una película de vanguardia. Es, más bien, una suerte de collage, de ejercicio aluvional de imágenes que intentan contar desde varios puntos de vista y diferentes modos, una suerte de recorrido del deseo a partir del inicio de una relación amorosa entre dos jóvenes.
En medio de esa obsesión por ese romance perfecto y ese lugar paradisíaco donde todos los problemas desaparecen y uno baila por toda la eternidad, la película se transforma en una procesadora incesante de imágenes inconexas, confusas y con un montaje agotador que no sólo no se entiende sino que está más cerca de un álbum de recortes de adolescentes que de algo que uno pueda llamar cinematográfico, con chistes malos y constantes como voces en off que citan canciones pop. Tal vez un corto de no más de diez minutos podría haber sido la forma más efectiva de plantear el tema y el acercamiento estético. El resto es un híbrido post MTV colorido y confuso que se muerde la cola de entrada y que sigue girando sobre su propia e ínfima tesis durante un tiempo que se parece al limbo que le da título.