Cannes 2016: «La mort de Louis XIV», de Albert Serra
Jean-Pierre Leaud, peluca y maquillaje todo su barroco esplendor, recostado en una cama con sus ropas de monarca vencido, es casi una visión que uno cree recordar haber visto en el Louvre o un museo similar. A lo largo de las dos horas que dura LA MUERTE DE LOUIS XIV, de Albert Serra, su rey […]
Jean-Pierre Leaud, peluca y maquillaje todo su barroco esplendor, recostado en una cama con sus ropas de monarca vencido, es casi una visión que uno cree recordar haber visto en el Louvre o un museo similar. A lo largo de las dos horas que dura LA MUERTE DE LOUIS XIV, de Albert Serra, su rey modificará pocas veces su posición y su situación, hablará poco, se quejará, mandará a que le traigan esto o aquello y lo iremos viendo enfrentar sus últimos días de vida.
Serra filma esa experiencia metiéndose en la intimidad de esos últimos días. El rey y su corte, sus distintos médicos, su gangrena cada vez más severa, sus dolores varios, su falta de alimentación y sus medicinas, las conversaciones a sus espaldas. Si lo que ven les hace recordar a algo, seguramente es porque vieron LA TOMA DEL PODER POR LUIS XIV, la película de Roberto Rossellini sobre el mismo personaje, contada de manera igualmente económica y minimalista, aunque no tanto. La película se concentra en ese cuarto y poco más. Corre 1715 y el Rey está por perder la pierna y su salud está muy deteriorada. Por momentos parece despertar de su letargo, pero generalmente queda confinado a la cama mientras por detrás suyo circulan los doctores.
Uno de ellos, de nombre Fagon, es quien intenta cambiarle la dieta como solución pero nada sucede. Su pierna se va volviendo cada vez más insalvable y no queda otra que preparar al pueblo y al Rey para su muerte. Serra tampoco abandona el foco, el eje: misma iluminación tenue, tono bajo de voz y murmullos por doquier, todo dando como resultado una imagen que bien podría pertenecer a un cuadro de la época. La fotografía de Jonathan Ricquebourg y el arte de Sebastian Vogler contribuyen a crear ese clima de curioso realismo palaciego. Pese a toda la ornamentación circundante uno tiene la sensación de estar en el mismo cuarto que un hombre pasando sus últimos días, monarca o no.
Obviamente que la presencia de Leaud es un punto fuerte del filme del director de HONOR DE CAVALLERIA. Si bien es difícil encontrar bajo esas pelucas, vestidos, maquillajes y, claro, la edad, al joven Antoine Doinel de las películas de Francois Truffaut, hay pequeños gestos y matices que revelan su inolvidable carisma. Es poco lo que el hombre puede hacer en esa situación, pero esas pequeñas miradas, esos gestos de esfuerzo y de desgano o rendición dicen muchísimo. Tras ver varias películas de la competencia oficial (en especial la excecrable THE LAST FACE, de Sean Penn) es inexplicable que Serra no esté en competencia. Otro de los misterios de Cannes.
Totalmente de acuerdo, una lástima que cine del de verdad sea arrinconado… pero bueno, quizas no hay que arrojar perlas a los cerdos