BAFICI 2017: Críticas de la Competencia Vanguardia y Género (14)

BAFICI 2017: Críticas de la Competencia Vanguardia y Género (14)

por - cine, Críticas, Festivales
11 Abr, 2017 06:10 | Sin comentarios

Aqui se irán subiendo y actualizando las críticas de la Competencia de Vanguardia y Género (VyG) del Festival de Cine Independiente de Buenos Aires.

Sigo con los posts con críticas y reseñas de películas que he visto e iré viendo antes y durante el festival porteño. Como aclaro en cada caso, los distintos posteos se irán actualizando diariamente y el dato que delata novedades es el número de críticas en el título del post. Algunos datos que vale la pena recordar para seguir esta serie de posteos: las películas que tienen su estreno mundial en el festival solo aparecerán una vez que hayan tenido su proyección de prensa oficial, por lo que la mayoría de las películas argentinas que están aquí recién saldrán reseñadas durante o después del festival. Y una novedad: este año las críticas tendrán puntajes, ya que varios lectores me han pedido hacerlo porque, al ser películas que casi nadie vio previamente y que luego no se mantienen en cartel durante un tiempo como los estrenos comerciales, muchos prefieren no enterarse de que van y leer los textos después de verlas.

Sin más preámbulos, aquí van las críticas de la Competencia de Vanguardia y Género (VyG) que incluye tanto largos, como medios y cortometrajes.

OJALA VIVAS TIEMPOS INTERESANTES, de Santiago Van Dam (6)

«Para escribir una buena novela hay que vivir intensas experiencias», le dice Walter, un amigo (Julian Kartún), al protagonista del filme, Marcos (Ezequiel Tronconi), quien venía viviendo aparentemente muy bien como escritor de literatura infantil y un día decidió que quería escribir para adultos, novelas en las que hubiera muertes y cosas así. No le fue muy bien. Cuatro años después de aquello ha perdido a su pareja, se lo ve desmejorado, su novela no ha avanzado y sobrevive como dealer de poderosos y populares brownies psicotrópicos.

Es ahí, en medio de su crisis (su casa se inunda, tiene un vecino hippie irritante y mujeriego, no logra salir de su bloqueo) que acepta, o es llevado por una vieja maldición china (la que da título al filme), a atravesar experiencias peligrosas, que pueden ser o no las recomendadas por su amigo. ¿Le permitirán escribir una novela fascinante? Posiblemente. Pero también lo pondrán en situaciones en las que su vida correrá peligro.

La película de Van Dam –nacido en Honduras, radicado hace mucho en la Argentina, codirector de LA PELI DE BATATO— trata de crear un relato de suspenso a partir de esta premisa. La sangre tendrá que aparecer y el vecino insoportable es toda una tentación. Las salidas extrañas y el sexo fuera de lo común también y para eso se topará con una misteriosa y sexy mujer enmascarada (Emilia Attias, con un dudoso acento español) que lo llevará a vivir experiencias inesperadas dentro de ese terreno. Estará el portero que trata de husmear en su departamento todo el tiempo y su bonita hija. Y otras desventuras que irán apareciendo con el correr de los minutos y que le darán al filme un claro aire de paranoico encierro «polanskiano».

El filme de Van Dam posee ideas originales en cuánto a puesta en escena –casi todo transcurre en interiores y departamentos– y tiene, en la creciente desesperación de Tronconi, a un sólido sostén del relato. El problema es que, con 110 minutos de duración, la película excede por bastante su arco narrativo lógico y se vuelve excesivamente larga y episódica, dando la sensación de que ni el personaje ni el director saben muy bien cuándo y cómo cerrar sus historias. Más allá de esos excesos, se trata de una «opera prima solista» atendible, de las pocas apuestas locales por el suspenso psicológico y salen más o menos bien paradas.

 

TOUBLANC, de Ivan Fund (8)

El Año Saer tiene otro muy buen representante tras EL LIMONERO REAL, de Gustavo Fontán. El filme de Fund no se basa específicamente en ninguna obra del autor santafesino pero tiene una estructura y algunos puntos de contacto con «Cicatrices», libro que tiene un breve «cameo» en la película. Aquí también son varias historias que tienen algún eje en común (o no) y que corren en paralelo, con relaciones más temáticas y estilísticas que necesariamente narrativas.

En Francia, el detective Philippe Toublanc (el crítico de cine y realizador Nicolas Azalbert), un hombre separado con un hijo pequeño escribe constantemente y recorre Paris hasta que en un momento es convocado para ir a una ciudad casi desierta (su pueblo natal, en Bretaña) a investigar el caso policial de un joven obrero que fue asesinado por otro, caso del que preferiría no tener que ocuparse.

En tanto, en Santa Fe, Clara, una profesora de francés tan solitaria como él (Maricel Alvarez, en su segundo filme en BAFICI) se topa con un crimen que sucede frente de su casa y con un caballo suelto en su puerta, que puede ser el único «testigo» del asunto. En paralelo, uno de sus alumnos de francés (Diego Vegezzi) empieza a obsesionarse con ella, a seguirla y a escribir trabajos para la clase que revelan que sabe mucho sobre Clara y que tiene una rara, pero ejemplar y poética manera de hacérselo saber.

Fund aplica aquí su ya acostumbrado registro poético para narrar mayormente con imágenes, aunque con una precisión y marcas de estilo un tanto más sobrias y formalistas que en sus anteriores películas. Los derroteros de estos protagonistas solitarios enfrentados a situaciones policiales nunca están narrados desde el suspenso sino desde la interioridad, algo que se sostiene también a partir del guión escrito por el director junto a Santiago Loza y Eduardo Crespo, en el que las palabras –especialmente en un momento, cerca del final– cobran un peso mayor que las que suelen tener en otras películas del codirector de LOS LABIOS.

En cierto modo, la forma que tiene Fund de «homenajear» a Saer está más en la forma –la experimentación con el lenguaje para narrar el tiempo, la espera, los momentos cotidianos– que en tomar estrictamente un texto suyo y adaptarlo. Y se trata, sin duda, de la manera más lógica de hacerlo, ya que la obra del escritor no es fácilmente trasladable de otro modo. El «espíritu Saer» circula alrededor de TOUBLANC y, quizás gracias a ese curioso «angel guardián», Fund logre concretar su mejor película en mucho tiempo.

 

ADIOS ENTUSIASMO, de Vladimir Durán (7)

Una de las propuestas más extrañas y originales del cine latinoamericano reciente es esta opera prima del colombiano Durán, realizador y actor que vive en Buenos Aires hace ya muchos años (hizo aquí también cortometrajes). Salvo por un personaje del filme que es de ese origen (encarnado por el propio director), si uno no sabe que el cineasta es colombiano tranquilamente podría estar hablando de una película cien por ciento argentina. El filme tiene una estructura y un tono muy curiosos, y transcurre durante gran parte del tiempo en una casa en la que vive una madre con sus cuatro hijos: tres chicas más grandes y un niño más pequeño.

Formalmente la película se construye, casi, como un ejercicio de teatro del absurdo, donde los jóvenes van conversando, interpretando canciones y jugando, lúdicamente, a lo largo del acotado espacio de la casa, como si todo el filme fuera un registro de la convivencia durante unas horas de un grupo un tanto intenso de personas. La curiosidad de la situación está dada porque en la casa vive también la madre de los chicos, pero ella está encerrada por algún tipo de enfermedad en un cuarto de difícil acceso por lo que solo se escucha su voz (es la de Rosario Blefari). Con ella se comunican –y le pasan objetos y le dan de comer– por un hueco entre cuartos, al punto que uno puede pensar que la madre bien es un personaje imaginario o acaso ya no está con ellos. Pero Durán jamás aclara o explica la bizarra situación. Y hace bien en no hacerlo.

En ese espacio tiene lugar su festejo de cumpleaños, al que ella “asiste” solo auditivamente, mientras sus hijos, familiares (su hermana, encarnada por Verónica Llinás) y amigos se reúnen en la casa, cantan canciones, saltan, bailann y hablan de sus particulares obsesiones. Como relato, ADIOS ENTUSIASMO se plantea como una suerte de experiencia de convivencia, donde esos juegos y conversaciones priman sobre cualquier formato argumental convencional, como si Durán hubiera dejado a los actores experimentar situaciones de manera libre para luego hacer su recorte dramático, emparejando familia creativa con familia real. Y si bien la necesidad de los protagonistas (interpretados por Martina Juncadella, Laila Maltz, Camilo Castiglione y Mariel Fernández) de “actuar” permanentemente –para su madre o para la cámara, que funcionan como sinónimos– puede resultar por momentos un tanto agotadora no deja de exhibir la particular forma de funcionamiento de una familia, a su manera, más funcional que la mayoría.

 

KEEP THAT DREAM BURNING, de Rainer Kohlberger (8)

Esta breve pero intensa experiencia cinética, si bien no lo aclara el catálogo, debería contener algún tipo de advertencia para personas que sufren epilepsia o alguna enfermedad similar. El corto experimental del realizador austríaco es un inmersivo viaje a una suerte de corazón de micropartículas que parecen venir hacia el ojo de la cámara constantemente: visual ruido blanco, electricidad en imágenes. Entre las diversas formas que aparecen se alcanzan a advertir objetos, como si las imágenes fueran versiones microscópicas/moleculares del mundo real. La diferencia entre el filme y, digamos, observar algo en un microscopio –o ver estática en una televisión– tiene que ver en principio con la direccionalidad y velocidad de esos píxeles y, principalmente, con el rumboso sonido de bajos que crece y crece, va pasando de derecha a izquierda y viceversa, creando una suerte de clima brutal, de algo a punto de explotar en nuestra corteza cerebral.

Es una experiencia vibrante e intensa, aunque vaya la aclaración de que seguramente dejará mareado y/o con algún dolor de cabeza a sus espectadores. Insisto con lo dicho antes: su efecto tipo estroboscópico debería estar advertido a los que entren en la sala. Después de los 4, 5 minutos yo mismo veía las imágenes con los ojos un tanto entrecerrados, ya que la sensación física que producen –acompañadas por el sonido– es verdaderamente impactante. Un verdero trip de píxeles que vienen por nosotros.

 

LILITH’S AWAKENING, de Mónica Demes (4)

No hay BAFICI sin un WTF. O varios. Este el primero con el que me topé. Con WTF (sigla de «what the fuck»), aclaro, me refiero a esas películas que uno no entienden qué hacen en el festival. En éste o en ningún otro, vamos. Se acepta que el BAFICI tiene sus particulares gustos y que cada tanto aparecen cosas que alguien de los que lo programa defiende fervientemente, pero en este caso al menos a mí me resulta sorprendente que cualquier persona (no solo un programador del festival) se fascine o interese por películas tan fallidas como ésta.

Lo mejor que se puede decir de este filme es que tiene algunos bellos planos y que su contrastado blanco y negro produce algunas imágenes con cierta riqueza y elegancia visual. Es decir, podría ser un digno álbum fotográfico. Pero más allá de eso, las actuaciones amateurs, lo absurdo de cómo está manejada la situación (una mujer casada llamada Lucy que empieza a verse atraida por una figura femenina que la lleva a ir saliendo de su represión sexual y a vampirizarse) y la monotonía que pronto abruma al espectador la transforma en una experiencia casi insoportable. Sí, será un filme feminista y políticamente correcto en ese sentido, pero en su factura es pobrísimo.

David Lynch aparece como sponsor y colaborador de esta cineasta brasileña radicada en los Estados Unidos que, asegura el catálogo del festival, es abogada y tiene un corto animado. Pero si bien Demes puede tener cierto ojo para capturar escenarios oscuros y misteriosos, para llegarle a los talones al realizador de ERASERHEAD le falta mucho, muchísimo. Y si bien tiene algunas similitudes estilísticas con A GIRL WALKS HOME ALONE AT NIGHT, los parecidos se acaban cuando alguien abre la boca…

 

PRANK, de Vincent Biron (7)

En los suburbios de alguna ciudad quebecois en Canadá, Stefie se aburre todo el día. Se trata del típico nerd solitario sin amigos que practica tocar la flauta y no hace otra cosa que jugar solo o hacer los mandados que le pide su madre. Un día, en una plaza, lo encuentran solo y tirando una pelota de beisbol contra la pared dos adolescentes más grandes que él que se dedican a hacer bromas, filmarlas en video y subirlas a YouTube. Forzado y a presión, se ve obligado a acompañarlos como camarógrafo de una de estas tontería a la JACKASS con las que los otros dos parecen divertirse. Y si uno la compara con tirar pelotas contra la pared, hacer joditas en un supermercado es un avance.

Es así que Stefie se suma al grupo. Y si bien es obvio que los otros dos lo tratan un poco con condescendencia, el chico se enamora de Léa, la novia de uno de ellos y los sigue a todas partes solo para estar junto a ella. Pronto, claro, empezarán a surgir algunas complicaciones, especialmente con el líder de la banda –Martin, el novio de Léa– quien deja en claro que ante cualquier complicación que surja en sus «travesuras» se escapará solo dejando a los demás arreglarse por su cuenta. Jean-Sé, el otro miembro del grupo, es más amable con Stefie y se dedica a contarle las tramas de películas clásicas de los ’80 de Schwarzenegger, Van Damme o Bruce Willis que, salvo una, el más chico nunca vio. Si bien las extensiones de esas «historias» (que Biron ilustra con dibujos) son excesivas, la relación entre ellos dos es interesante ya que pone a Jean-Sé en un lugar aparentemente complicado de fidelidades dentro del grupo.

Pero lo único que le importa a Stefie es la atractiva y bromista Léa, quien juega provocando y confundiendo al chico que se desvive por ella mientras los otros dos siguen planeando joditas (cagar sobre un auto, interrumpir una señal de cable para niños con porno y así) que, en algunos casos, no salen del todo bien. PRANK no se distinguirá demasiado de incontables películas «coming of age» norteamericanas vistas en las últimas décadas, pero su combinación de inocencia y crudeza le dan un aire particular, lo mismo que la manera en la que Biron decide no mostrar ciertas cosas obvias (padres, colegio) y sí otras (algunas historias paralelas de las víctimas de las bromas). En un suburbio gris y anodino como en el que viven, pese a las apariencias, acaso los chicos «barderos» del barrio no sean tan distintos que el nerd solitario del que suelen burlarse. Finalmente todos ellos buscan alguna compañía que los saque del mortal aburrimiento de sus vidas cotidianas.

 

DEMONIOS TUS OJOS, de Pedro Aguilera (7)

El director español de LA INFLUENCIA –película coproducida por México y bajo «la influencia» del universo Reygadas/Escalante– regresa con una película cuya referencia principal parece ser la mítica PEEPING TOM, de Michael Powell y, obviamente, toda la filmografía de Alfred Hitchcock. Pero a diferencia de ellos (o más aún de Brian de Palma), Aguilera no utiliza esta trama de perverso espionaje familiar para trabajar desde el suspenso sino que elige algo más parecido al drama psicológico.

Ya desde el formato cuadrado y la naturalidad casi documental de los diálogos queda claro que Aguilera va por otro camino estético que esos referentes temáticos. Pero la trama es 100% hitchcockiana, aunque en versión bastante más erótica. Oliver (Julio Perillan, el mejor actor español que he escuchado hablar en inglés en mi vida) es un director de cine español que vive en Los Angeles y que tiene una tensa relación con su alcohólica pareja. Un día, mirando porno en internet, descubre un video en el que la protagonista no es otra que su medio hermana menor (Ivana Baquero, la chiquita de EL LABERINTO DEL FAUNO, hoy convertida en una sexy veinteañera) y queda más que intrigado con lo que ve.

De visita en España, los hermanos se reencuentran y Oliver comienza a obsesionarse con la vida de su hermana al punto de instalar una cámara en su cuarto y espiar sus actividades. A Aurora la presencia de su hermano –cool, mayor, con pinta de «intenso»– también le fascina y entre ambos empezará a surgir una relación que, digamos, rompe con ciertos tabúes, provocando todo tipo de conflictos alrededor. Aguilera explora esta relación voyeurística y perversa sin atenerse a un solo punto de vista pero dejando en claro que entiende más las prohibidas pulsiones de sus protagonistas que la violencia que eso genera en los otros.

La película pierde cierta fuerza cuando se encierra en una subtrama, digamos, terapéutica, ya que fuerza a Aurora a explicarse a sí misma, algo que es totalmente innecesario. Oliver no tiene necesidad de hacerlo y, más allá de sus vagas respuestas a una entrevista que le hacen al principio, sigue siendo un misterio: un personaje que no quiere ser limitado por ninguna norma pero que, en el camino hacia lo que él entiende como absoluta libertad o ausencia de represión, suele lastimar a los que se le cruzan.

Aguilera juega también con el espectador, casi poniéndolo en el lugar voyeurista de Oliver, rodeado siempre de chicas bellas e incapaz de resistirse a cualquier tentación. Pero cuando abre un tanto más el plano lo que finalmente vemos es a un hombre solo, rodeado de cámaras, computadoras, cables y proyectores, de esos seres que nunca logran cruzar bien el puente que separa a la fantasía a la realidad sin herir a la gente en el camino.

 

SANTOALLA, de Andrew Becker & Daniel Mehrer (8)

La «moda» de los documentales sobre casos policiales reales de complicada resolución (como MAKING A MURDERER, THE JINX o AMANDA KNOX) encuentran su versión más minimalista en este filme que dos estadounidenses dirigieron en Galicia. Y con «minimalismo» me refiero a que se centra en la desaparición de un hombre como consecuencia de un posible crimen cometido en un pueblito en el que solo viven… dos familias. No parece haber demasiados posibles sospechosos, ¿no? Pero lo cierto es que los hay y la película se las arregla para ir desviando la atención no solo hacia la historia previa de la desaparición sino hacia la problemática socioeconómica de esa abandonada zona, que también es parte fundamental del asunto.

Santoalla es un pueblo casi abandonado, lleno de escombros y casas vacías. Solo viven allí una familia local (un anciano cascarrabias, su esposa y sus hijos, uno de ellos con algún tipo de retraso) y una pareja de holandeses que, buscando una vida alejada de Amsterdam, terminaron recayendo en ese paraje de bellos paisajes pero desoladora cotidianeidad. Los hippies pero combativos holandeses y sus únicos vecinos parecían llevarse bien al principio y hasta colaboraban en trabajos en el campo, pero pronto comenzaron a surgir problemas. En 2010, Martin, el intrépido y errante holandés desapareció, dejando sola a su mujer. ¿Qué sucedió? Eso es lo que intentará revelar el filme, al que le importa más, literalmente, pintar su aldea que transformarse en un relato de procedimientos policíacos. Pero, claro, el misterio está ahí.

Con Margo, la potencial viuda en cuestión –«potencial» porque tal vez el hombre, como algunos comentan, se haya escapado con otra– como principal personaje y relatora, pero también con testimonios de algunos miembros de la familia local con la que parece haber habido algún tipo de oscura disputa, los documentalistas van reconstruyendo la historia para indagar no solo en el choque cultural entre ambos sino en la manera perversa en la que la lógica capitalista se termina colando de las maneras menos pensadas y en los lugares menos imaginados.

Si bien algunas elecciones formales (como el uso de la música o cierta organización narrativa) son un tanto problemáticas, la película va logrando mantener esa doble línea de investigación en paralelo hasta llegar a un final sorpresivo y de complejas aristas. Seguramente eso es la que hizo que la película haya sido recientemente adquirida para su estreno comercial en los Estados Unidos. Los «murder mystery» de la vida real son furor y pueden suceder hasta en un pueblito gallego donde viven seis personas. Y, ¿por qué no?, también convertirse en ficción en plan película de terror.

 

RUDZIENKO, de Sharon Lockhart (6)

Hay ciertas ideas cinematográficas que pueden sonar muy bien en papel –o en la cabeza de quien las imagina– pero que no terminan de funcionar del todo en la pantalla. Tengo la impresión que eso sucede con una de las principales ideas formales de la nueva película de Lockhart, que consiste en separar en el tiempo los diálogos –en polaco– de las protagonistas con los subtitulos. ¿Cómo? Los diálogos aparecen en una larga secuencia de textos antes o después que esos mismos diálogos sean dichos en el plano. De esa manera, o bien ya sabemos que dirán las protagonistas antes que lo hagan o bien nos enteramos que dijeron una vez que la escena concluye.

El procedimiento tiene sus atractivos y su uso es inteligente, ya que resignifica casi por completo lo que vamos viendo. Y lo que vemos son, en general, escenas en apariencia bucólicas en las que dos jóvenes polacas conversan en medio de bellos paisajes rurales. Al leer lo que dijeron –o dirán– nos daremos cuenta que sus diálogos no tienen nada de livianos, sino que por lo general reflejan las duras vidas y amarguras personales de ambas chicas. Pronto sabremos que eso que vemos no es un paseo por un campo familiar sino un centro de recuperación de adolescentes con problemas.

El procedimiento resulta fascinante al principio pero con el correr de los minutos se vuelve una especie de arma de doble filo, o trampa, ya que una vez revelada la lógica no parece ser de mucha utilidad el recurso. Sí sirve –y tal vez ese haya sido el objetivo de esta radical documentalista– para que el espectador pueda apreciar los planos en los que Lockhart filma a las chicas sin distraerse continuamente leyendo en la parte baja de la pantalla. Tomando en cuenta que RUDZIENKO es parte de una instalación que la cineasta presentó en varios museos, esa elección toma otras características, que son muy distintas a las de una presentación fílmica tradicional.

Más allá de esas discutibles elecciones formales, el filme funciona como una nueva mirada de Lockhart a un universo ya explorado en filmes previos realizados en Polonia a partir de la relación que entabló filmando allí en 2009 con una adolescente llamada Milena y con la que ha seguido trabajando a lo largo de estos años, al punto de organizar con ella y sus amigas este tipo de retiros en la ciudad que da nombre al filme. Lockhart no solo filma sus diálogos, sino sus juegos y actividades en medio del bucólico paisaje, dejando en claro que, pese a las oscuras historias que cuentan ambas, existe un camino de salida para esas chicas y otras en similar situación.

 

PEOPLE POWER BOMBSHELL: THE DIARY OF VIETNAM ROSE, de John Torres (7)

Los cineastas filipinos tienen una interesante y curiosa relación con su historia nacional y, también, con la historia de su cine. Hay pocas cinematografías en el mundo que –al menos en el material que circula internacionalmente– analice tantas veces y de tantas maneras posibles distintos episodios de su historia política, empezando por los últimos y épicos filmes históricos de Lav Díaz y pasando por películas como INDEPENDENCIA, de Raya  Martin. Ninguno de estos filmes funcionan de la manera convencional en la que, habitualmente, los cines nacionales repasan su propia historia, más que nada a partir de los llamativos recursos formales que generalmente los cineastas filipinos utilizan para contar y reflejar esa historia.

No es muy distinta la manera en la que se relacionan con los cineastas que los precedieron, nombres que admiran (como es el caso del costantemente revisitado Lino Brocka) y sobre los cuáles han trabajado y resignificado, de alguna u otra manera, en sus filmes. Ambos hechos se combinan entre sí: el repaso por la historia del cine y por la Historia con mayúsculas es, finalmente, una búsqueda similar. El último de esos ejemplos, y acaso uno de las más radicales relecturales histórico-cinéfilas es este filme de Torres que utiliza un material encontrado de una película filmada y nunca estrenada en los años ’80 –dirigida por Celso Advento Castillo– para reestructurarla a su manera.

La película toma esas escenas en un material fílmico bastante gastado y las combina con otras hechas por el propio Torres en similar estilo para contar la historia del rodaje de esa película en los años ’80, en medio de un movimiento revolucionario que por entonces se producía en el país. Si bien las imágenes viejas y nuevas parecen poder distinguirse entre sí, no queda nunca del todo claro cuánto de lo hablado es de entonces y cuánto reescrito y grabado ahora.

De todos modos, más allá de conocer los secretos y la técnica utilizada por Torres para esta sesión de vampirismo y relectura de dicho filme, lo que el espectador apreciará es un experimento que intenta husmear y resignificar esa otra película, haciendo que los conflictos sociales de la época salgan a la luz más en los supuestos «detrás de escena» que en la ficción en sí. PEOPLE POWER BOMBSHELL puede ser un tanto confusa y, en cierto punto, hasta agobiante, pero lo que se revela como central allí es el conflicto de la estrella de esa película, la célebre actriz filipina Liz Alindogan, que junto a otras parece combinar un importante atractivo sexual (muchas están desnudas en varias escenas) con una casi militante actitud política ante determinadas situaciones que se producen en el rodaje.

Se cuenta que fue la propia Alindogan la que encontró el material y con la que se grabaron los nuevos diálogos, muchos de los cuáles resignifican o recontextualizan lo que sucedió en aquel rodaje de Castillo, que entonces se especializaba en cine erótico. Para volver a la idea inicial: cualquier realizador convencional con los rollos encontrados habría hecho un documental en el que los combina con los actores, 30 años después, hablando de la difícil experiencia del rodaje. Torres, no. Y los resultados son fascinantes, confusos, originales y dejan en claro que, a la hora de tratar su propia historia en el cine, nada mejor que los filipinos para encontrarle alguna vuelta formal inesperada.

 

I TEMPI FELICI VERRANO PRESTO, de Alessandro Comodin (6)

La anterior película del italiano Comodin —EL VERANO DE GIACOMO— fue toda una revelación, al menos para mí, cuando la descubrí hace unos años. Lo cual, obviamente, me generaba grandes expectativas respecto a su siguiente trabajo. I TEMPI… –presentada fuera de concurso en la Semana de la Crítica de Cannes 2016– no llega a ser del todo una decepción, pero no está a la altura de su anterior filme. Y si bien sus ambiciones son mayores y su estructura es mucho más compleja que la de aquel bucólico y hasta simple filme, por momentos da la sensación que esa misma complejidad genera un filme mucho menos redondo y emocionalmente efectivo.

Aquí, Comodin cuenta una historia que puede dividirse en tres partes. En la primera se ve a dos hombres escapando por un bosque intentando sobrevivir cómo pueden. No queda claro si son prisioneros o soldados que se han fugado/desertado, pero sus acciones tienen lugar en algún momento de la Segunda Guerra Mundial. Comodin no explica mucho: es algo que advertimos a partir de vestimentas o se intuye por algún que otro mínimo diálogo. Su fuga implica tener cazar animales y comerlos, algo que sucede hasta que Comodin decide cortar bruscamente ese segmento y pasar a la actualidad. No solo eso, lo que parecía ser una ficción ahora se convierte en una especie de falso documental.

Con el formato 4:3 del cine clásico, el director a partir de ese momento cuenta la historia de una mujer francesa que vive en Italia (en la misma zona de la primera parte) y que, aseguran, fue abducida por un lobo o un hombre-lobo. Comodin nos muestra esa historia, de vuelta, como ficción: Ariane (Sabrina Seveycou) es la mujer que, al adentrarse en un momento en esa zona boscosa, parece ingresar a alguna otra dimensión y toparse con Tomasso, uno de los dos soldados de la primera parte, quien puede o no ser el hombre lobo de la leyenda. La tercera parte –o la conclusión de la historia– ya la verán.

Todo esto, contado así, parece bastante simple y directo, pero no lo es. Usando un estilo bastante popularizado por los documentalistas italianos en los últimos años que consiste en mezclar registro real y mitología, Comodin apuesta a que el espectador vaya atando los cabos de esta historia, ya que lo que vemos tiene más que ver con el presente específico de cada personaje (caminan, comen, se bañan en un río, cavan en un bosque) que en llevar adelante algo parecido a un guión. No hay nada necesariamente malo en esa forma de estructurar un filme, solo que aquí por momentos el problema no es la previsible confusión narrativa sino cierta reiteración de imágenes y situaciones.

La última parte, de la que no conviene adelantar mucho, es la mejor del filme. Solo corresponde agregar que allí cambia, radicalmente, la musicalización (una canción punk, otra tradicional en versión de The Pogues, y así) y la conclusión resulta un satisfactorio homenaje a cierta película de Robert Bresson. Una que no tenía aparentes hombres-lobo ni nada parecido, pero que llegaba a una similar y satisfactoria resolución.

 

MIMOSAS, de Oliver Laxe (8)

Un western religioso o una epopeya mística en Marruecos. Esos son los caminos que recorre el director gallego en su segunda película, que ganó el año pasado el premio al mejor filme de la Semana de la Crítica en Cannes. En manos de Laxe, obviamente, la película no es sencillamente una odisea a través del Desierto y la cordillera del Atlas sino que su intención es transformar lo que en otras manos podría haber sido una más clásica y efectiva película de aventuras en una suerte de reflexión filosófica, religiosa y también cinematográfica.

La película maneja dos hilos narrativos paralelos que parecen ser temporalmente diferentes. Por un lado, una caravana de personas está encargada de llevar hasta su pueblo natal a un enfermo sheik que, en pleno viaje, muere, lo cual plantea un problema a sus seguidores. Llegar hasta allí no es fácil, ya que hay que atravesar los citados desiertos, montañas y lagos, y con el hombre muerto la mayoría ni siquiera ve la necesidad o el sentido de cumplir con esa misión. Si eso parece transcurrir décadas o siglos atrás, a la vez vemos a Shakib, un joven con ínfulas místicas y que asegura tener visiones, en lo que parece ser el presente, subirse a un taxi a realizar una tarea similar. No parece que esas dos vías narrativas coexistan, pero lo hacen (si es real o fantasía es otro tema) y pronto nuestro joven religioso se une a lo que queda de la caravana, integrada por dos hombres y la hija aparentemente sordomuda del difunto.

De ahí en adelante, Laxe narrará las peripecias de este pequeño grupo llevando un cadáver sobre un caballo rebelde a través de zonas de complicada y difícil geografía. Pero, como decía antes, no se trata aquí de narrar peripecias sino armar la versión un tanto más reflexiva de esa historia, un poco como la versión que Lisandro Alonso hizo en JAUJA de un western: habrá complicaciones, peleas, discusiones acerca de la utilidad o no de la tarea y, de a poco, el algo alucinado y hasta medio tontuelo miembro «religioso» del grupo empezará a convertirse en su líder, el único que cree en la importancia de la misión.

Laxe opera de manera curiosa con su trama (divida en episodios acorde a tradiciones sufíes), activándola y desactivándola cuando le parece apropiado, complicándola y clarificándola de similar manera, pero lo que nunca cambia es la sensación de agobio y dificultad que tienen estos hombres llevados a recorrer zonas complicadas –aunque visualmente bellas– en una misión probablemente inútil. Sobre el final de la historia –cuando otros personajes aparezcan haciendo que la lectura de la trama cobre un mayor grado de actualidad y plantee otras preguntas sin claras respuestas– será evidente que esa misión tiene un sentido clave, mucho más profundo de lo que la mayoría de los protagonistas (y hasta los espectadores) pueden suponer.

 

EL ORNITOLOGO, de Joao Pedro Rodrigues (9)

Un verdadero viaje, en el sentido más recargado de la palabra, es el que propone el director de MORIR COMO UN HOMBRE en su más reciente película. El filme, que le permitió ganar el premio a mejor director en el pasado Festival de Locarno, comienza de modo relativamente convencional contando la historia del ornitologo en cuestión observando pájaros desde un kayak en un río. Sin embargo, los planos que lo muestran a él desde la perspectiva de los propios pájaros –y, claro, haber visto otros filmes de Rodrigues– nos hace sentir que pronto el asunto empezará a cambiar hacia otras zonas. Y lo hace cuando el kayak de Fernando se mete en una correntada y el hombre sufre un accidente del que lo recogerán, casi al borde de la muerte, dos caminantes chinas que están un tanto perdidas haciendo la peregrinación a Santiago de Compostela.

Dos elementos hacen su entrada ahí: el religioso y una idea de extrañeza y misterio que va creciendo mientras Fernando sigue recorriendo esos bosques tratando de encontrar una salida o, al menos, algo de recepción en su celular para comunicarse con su pareja que lo busca y espera. Las caminantes chinas prueban ser un tanto más bizarras en su comportamiento de lo que él suponía y, una vez que literalmente se libera de ellas, el hombre va encontrando más y más personajes extraños y metiéndose en situaciones curiosas y peligrosas que no adelantaremos acá.

Pero lejos está Rodrigues de trabajar tomando como referencia el relato de aventuras clásico a la DELIVERANCE: su devenir va volviéndose casi onírico, con encuentros que bordean los límites de la realidad. La película abre con una cita de San Antonio de Padua y pronto empezará a quedar claro que esta suerte de «via crucis» del protagonista está ligada, de una manera un tanto particular, a la saga de ese santo del siglo XIII. Y así, mientras los pájaros siguen observando los acontecimientos como testigos privilegiados, Fernando se va transformado, casi literalmente, en Antonio, y su «hoodie» (su buzo con capucha) bien puede hacer las veces de la vestimenta del cura franciscano de origen portugués.

La religiosidad del filme va in crescendo y, los que conocen (seguramente más que yo) los episodios de la vida del santo reconocerán algunos de sus encuentros como virtuales relecturas de dichas situaciones, al punto que para la última parte ya tendremos hasta su famosa prédica a los peces. Pero en su bloque central Rodrigues va casi a contramano de cualquier texto religioso, empezando por las experiencias sexuales de Fernando en la playa (con un hombre llamado Jesús), sus encuentros con una extraña tribu y pasando por, bueno, ya verán cuáles otras cosas.

Cuánto hay de real y cuánto de imaginado en las experiencias de Fernando es secundario (si bien haber perdido su medicación a manos de las chinas da a entender que todo esto pueden ser visiones). Lo central es compartir con él los singulares caminos por los que Rodrigues va llevando a esta especie de hombre que reencarna en un célebre santo, en una película que bien podría ser una combinación del Rossellini de FRANCISCO, JUGLAR DE DIOS con alguna película de Apichatpong Weerasethakul.

En su devoción por la materialidad de la naturaleza y los seres vivos –el bosque, el agua, los pájaros y los peces–, Rodrigues trata de darle a su filme una religiosidad desde la propia puesta en escena. Y es ahí, más aún que en lo específico y singular de los encuentros, que EL ORNITOLOGO se convierte en una experiencia, si se quiere, hasta sacra. O, como aseguran que el propio santo le dijo a los peces reunidos para escucharlo: «Bendito sea el eterno Dios, porque los peces de las aguas le honran más que los hombres herejes, y los animales irracionales escuchan su palabra mejor que los hombres infieles.»

 

LA DISCO RESPLANDECE, de Chema García Ibarra (9)

Este nuevo cortometraje del cineasta de Elche forma parte de un lagometraje colectivo internacional, IN THE SAME GARDEN, centrado en la relación entre armenios y turcos. En su caso, la relación con ese tema parece ser menor (apenas un detalle, casi una excusa, al principio y al final del relato) pero, a su manera, será fundamental. En lo central, el corto se centra en lo que hace un grupo de amigos (dos chicas y tres chicos) a lo largo de una noche en la que beben, dan unas vueltas por la ciudad, conversan y terminan en una disco cerrada a la que invaden y «ponen en funcionamiento» de una forma bastante original.

Bastante distinto a sus cortos previos (al menos los dos primeros, que son los que vi), que coqueteaban de forma tierna y humorística con una ciencia ficción casera y usaban como principal recurso la voz en off, este se presenta desde un punto de partida un tanto más realista, si bien por momentos la cámara de Ion de Sosa captura imágenes que retrotraen un poco a ese realismo alterado de sus primeros cortos. En cierto sentido lo encuentro comparable –aunque con una línea narrativa más clara– a los cortos de Eduardo «Teddy» Williams, centrados en las nocturnas desventuras de grupos de amigos.

Y si bien cierto aura de ciencia-ficción (en los espacios amplios y vacíos, en sus escenarios derruidos, en algunas de las historias que cuentan los chicos) permanece, LA DISCO RESPLANDECE también puede verse como una cariñosa y tierna mirada a ese pequeño grupo de amigos, que puede incluir a descendientes de turcos y armenios (uno de los chicos y una de las chicas lo son), y que no solo conviven armoniosamente, sino que se necesitan los unos a los otros para sobrevivir y bailar entre los restos de un pasado probablemente mejor.