BAFICI 2018: críticas de la Competencia Vanguardia y Género
Acá van una serie de reseñas de varias de las películas de esta particular sección competitiva en la que se mezclan películas de diversos géneros con filmes más cercanos a lo experimental, incluyendo varios cortos y mediometrajes.
INFERNINHO, de Guto Parente y Pedro Diogenes (7)
La película que reúne a Parente y Diógenes (que han trabajado junto a los hermanos Pretti y por separado hace ya bastantes años) es un filme pequeño y sensible que trabaja temas como la discriminación sexual y la «presión» inmobiliaria de una manera sentida e inteligente. Es la historia de un pequeño club nocturno, llamado Inferninho, que reúne por lo general a muchos travestis, transexuales y a algunos personajes de la noche en algún lugar de Brasil que no se nombra. La llegada de un marinero a este lugar desacomoda su funcionamiento interno ya que inicia una relación amorosa con Deusimar, su dueña, desequilibrando la lógica de ese paraíso para marginales y soñadores.
Pero cuando el recién llegado parece integrado más problemas surgen cuando un grupo de personas llega con intenciones de comprar el lugar para explotar el terreno, lo que llevaría a la desaparición del club nocturno (con su cantante que interpreta siempre la misma canción pero en distintos idiomas). Pero el dinero es mucho y se necesita, por lo que no es fácil tomar una decisión que satisfaga a todos. Ese, si se quiere, es el conflicto central de un filme que apuesta por una por momentos encantadora poética queer para contar una trama con ciertos puntos de contacto con la de AQUARIUS aunque completamente diferente en estilo y búsqueda estética.
EL RUIDO SON LAS CASAS, de Luján Montes y Luciana Foglio (7)
Si bien los largos créditos (el filme llega a categoría de largometraje gracias a ellos) dejan en evidencia que los materiales fueron grabados en diversas noches durante un par de años, la presentación de estas performances de música experimental están narradas cinematográficamente como si transcurrieran a lo largo de una sola noche en la que diversos grupos de artistas presentan sus materiales en vivo. Jugando con los ruidos que se producen en una aparentemente silenciosa noche porteña que se va volviendo día (y en la construcción de sus edificios), el filme va dando paso a los «shows» en sí, en los que los músicos hacen experimentos sonoros de todo tipo, con instrumentos y objetos con los que generan distintos tipos de ruidos y efectos, muchos de ellos electrónicos.
Seguramente dependerá del disfrute o interés en estos géneros musicales lo mucho o poco que un espectador pueda sacar del filme, pero los realizadores se las han ingeniado para crear un clima oscuro, casi ominoso, en el que en lugar de mostrar shows de manera convencional lo que terminan haciendo es incorporarlos a un ruido urbano y secreto que pareciera circular entre las construcciones, los objetos (mundanos como sillas y teléfonos hasta curiosos artilugios sonoros que habrían envidiado los de Les Luthiers) y la propia ciudad que, de noche y casi en secreto, los cobija.
Entre los artistas cuyo trabajo la película muestra están Julia Arbós, Javier Areal Vélez, Juan Barabani, Victoria Baraga, Javier Bustos, Mariana Corral, Diego Dubatti, Agustín Genoud, Cecilia Grammatico, Hernán Hayet, María Heller y varios más.
TE QUIERO TANTO QUE NO SE, de Lautaro García Candela (8)
La opera prima del cineasta y también crítico García Candela podría aplicar a distintos tipos de género a la hora de ser considerada en esta sección: es una comedia romántica, una road movie, un musical y, si se quiere, una película «rohmeriana» de la nouvelle vague entendiendo eso como una serie de códigos a ser respetados casi a rajatabla. Es una película que cuenta una historia hecha de constantes desvíos en los cuales Francisco trata de encontrarse con una tal Paula a la que hace mucho no veía y reencontró «en la cola de un Pago Fácil». Pero por más posteos de Instagram y Facebook que ella deja a él le cuesta llegar a ese destino.
En el camino pasan cosas: acompaña a su hermano a «rescatar» a su novia de las manos de otro, conoce a otra chica en un tour guiado por el centro, se pierde con el auto, se desvía a jugar al fútbol con desconocidos, a traficar con películas viejas (un lindo homenaje a LA CIVILIZACION ESTA HACIENDO MASA Y SE DEJA OIR, de Julio Ludueña) y se debate entre seguir buscando a Paula o volver a la chica que conoció en el tour, en una clásica situación rohmeriana que aquí tiene una curiosa vuelta de tuerca.
Pero a la peripecia de baja intensidad de Francisco hay que agregarle una línea paralela que cambia la película de manera clave. A los diez minutos de comenzada, e inesperadamente, se vuelve una suerte de musical. No en el sentido clásico, pero algunos personajes cantan canciones de la nada y un músico de dudosa pericia se atreve a clásicos del cancionero de los ’70 y ’80. Resulta un tanto curiosa la selección musical (que seguramente no resistirá la voracidad de SADAIC si la película intenta tener un recorrido comercial en salas) pero no por eso deja de ser raramente bienvenida. García Candela elige piezas de Silvio Rodríguez, José Feliciano, Leonardo Favio, Fito Páez, Sui Generis, Sandra Mihanovich y otros similares que uno creía que ya pocos escuchaban salvo los nostálgicos. No parece haber ironía en la selección sino un gusto particular por la canción acústica «sensible» de entonces.
Es cierto que la tibia melancolía o abulia de los protagonistas (la ciudad de Buenos Aires parece habitada solo por alumnos de la FUC, incluyendo los que atienden las estaciones de servicio) y su carisma de baja intensidad no permite que el filme alcance demasiada potencia dramática, pero no parece ser eso lo que busca el director sino retratar el deambular de un personaje por una ciudad que no duerme, que parece vivir con un par de rivotriles encima, pero que por lo menos canta y escucha canciones en la radio, en las calles y en las plazas. Como un filme de Ezequiel Acuña pero en clave «cantautor», TE QUIERO TANTO… es una película bella y luminosa casi a pesar de sus timoratos protagonistas.
LUZ, de Tilman Singer (4)
Al menos para mí, las películas de género de esta sección suelen ser una apuesta de riesgo en las que generalmente pierdo. No lo sé, tal vez sea yo, pero hace años que veo películas de ese tipo en esta competencia y me quedo pensando qué hace un mamarracho así en el festival. No tengo respuestas. Solo contarles que esta película alemana tiene como una de sus protagonistas a la chica que da título al filme, una mujer chilena que se la pasa rezando una versión supuestamente provocativa del Padre Nuestro y que, al presentarse en una estación de policía, se enreda con otras mujeres y un agente en un extraño y perverso juego casi teatral –la película transcurre en un par de ambientes, básicamente, allí va y viene en el tiempo, y hasta tiene un juego con mímica propio de un escenario– en el que todos parecen seducirse y pasarse algún tipo de ente diabólico que tienen dentro mientras alguien traduce del castellano al alemán y la banda sonora nos quiere hacer sentir que algo denso está pasando. Todavía estoy pensando qué…
WISHING WELL, de Sylvia Schedelbauer (7)
Este corto experimental intenso y atrapante combina imágenes montándolas de una manera potente (una suerte de sobreimpresión en la que, a modo de virulentos flashes, un plano va dando paso al siguiente) mientras muestra escenarios naturales y a un niño casi fundiéndose en un ir y venir en el espacio que se va desfigurando y reuniéndose mediante un uso muy particular de lo que los especialistas podrían llamar «persistencia retiniana». Un montaje que, al romper con todas las reglas, parece crear otras nuevas. Un detalle importante: no lo sé, pero por el tipo de efectos que maneja, tal vez sea el tipo de película que afecte a los que tengan algún problema como epilepsia o similares.
T.R.A.P., de Manque La Banca (8)
Este corto argentino que participó en el último Festival de Berlín es un producto realmente original dentro del panorama nacional, una extraña combinación entre una épica medieval casera a la Albert Serra con un inquietante juego erótico y una resolución más cercana a un realismo extrañado a la Teddy Williams que tira por la borda (o juega, lúdicamente) con todo lo visto previamente, siempre jugando además con sus propios materiales. Se podría decir que es la historia de dos hombres y una mujer que, en lo que aparenta ser la Edad Media, recorren una zona ribereña. Un recorrido en el que no suceden las cosas que uno imagina en las películas medievales y que funciona más como un espacio de libertad e imaginación que otra cosa: un imposible medioevo local en el que los caminantes pueden dar rienda suelta a sus deseos.
WATCHING THE DETECTIVES, de Chris Kennedy (8)
Este mediometraje consiste en combinar fotografías y videos del atentado que tuvo lugar en la Maratón de Boston con capturas de pantalla de textos escritos por las decenas o centenares de personas que se juntaron en foros tipo Reddit para «jugar a los detectives» y tratar, a partir de las imágenes que conseguían, de descubrir quiénes fueron los culpables. Este aparentemente simple ejercicio (de hecho, en cierto punto lo es) permite ir observando cómo los comentarios online de la mayoría de las personas que tratan obsesivamente de hallar pistas de las maneras más «científicas» posibles revelan en gran medida sus prejuicios raciales, religiosos y sociales. A la hora de «elegir sospechosos» o posar la mirada sobre una u otra persona capturada por las cámaras, los «detectives amateurs» prueban, a veces casi sin quererlo, que aquello del racial profiling está lejos de ser superado. Aún las personas que aseguran basarse solo en datos concretos que ven en las imágenes no pueden evitar mirar hacia donde miran y pasar de largo lo que realmente está sucediendo.
SNOWY BING BONGS ACROSS THE NORTH STAR COMBAT ZONE, de Rachel Wolther y Alex H. Fischer (7)
Por el título, la estética y la lógica humorística de este mediometraje uno podría pensar que está ante una de esas delirantes o disparatadas películas japonesas. Pero no. O quizás, sí. Si bien este es un producto de pura cepa norteamericana (los productores hicieron un filme con Daniel Radcliffe, una de las protagonistas actúa en la serie GLOW), el tipo de humor que manejan es decididamente curioso. Posiblemente las tres actrices/humoristas/bailarinas que forman el grupo Cocoon Central Dance Team vean mucho cine o TV de países de Asia o simplemente tengan un sentido de humor bizarro y peculiar. Lo cierto es que las tres chicas hacen acá sus números de danza graciosamente patéticos jugando en la «nieve» con pelotas de plástico playeras y, entre baile y baile, nos permiten ver a modo de sketches absurdos, otras de sus «habilidades» en la vida, como responder Q&As de la propia película que estamos viendo, presentarse a castings un poco nerviosas o cantar canciones pop como si fueran imitadoras de Beyoncé con más rivotril en sangre de lo aconsejado.
THE PAIN OF OTHERS, de Penny Lane (5)
La anterior película que vi de Penny Lane era la maravillosa OUR NIXON, un excelente documental armado a partir de found footage con material de aquel temible presidente norteamericano. Este filme puede ser considerado dentro de ese mismo rubro pero los resultados no son tan ricos. La realizadora muestra material grabado en lo que parecen ser canales de YouTube de un grupo de mujeres que sufre una enfermedad misteriosa llamada Morgellons, que les produce marcas en la piel de la que les salen extraños pelos que hasta parecen tener vida propia. A eso, Lane le suma entrevistas en diversos noticieros sobre esta enfermedad que ningún médico parece tomar en serio o creer que es algo real, mientras ellas intentan denodadamente probar que sus dolores son ciertos y no imaginados.
El problema del filme es que no parece encontrar un término medio para pensar esta rara enfermedad. Las mujeres insisten en que sus problemas físicos son reales pero con el correr de los videos –y de lo que dicen y hacen en ellos– más parecen darle la razón a los médicos, que insisten que no tienen ningún problema físico visible y que sus problemas son claramente otros. Lo que la película no dice, o no abarca lo suficiente, es que esas enfermedades pueden tranquilamente ser reales aún no apareciendo en ningún estudio o análisis. Todo parece indicar que lo que ellas sufren es algún tipo de enfermedad psicosomática, es cierto, pero eso no quita que «el dolor de los otros» aunque uno no lo entienda (o viceversa) deje de ser real.
THE RIDER, de Chloe Zhao (7)
La realizadora china radicada en los Estados Unidos sorprendió en el último Festival de Cannes con su segunda película en la que combina elementos documentales con un lirismo visual que acerca su trabajo al del Terrence Malick de los años ‘70. Es la historia de un jinete profesional de rodeos que sufre un grave accidente en su trabajo y se le recomienda no volver a montar de forma profesional. Pero esa es su vida y no hay manera de sacarlo de su amor por los caballos. Los actores no son profesionales y tanto la vida de Brady como las de otros colegas igualmente lastimados, otros que siguen activos y sus amigos se sienten como reales, pero el universo que Zhao crea alrededor de ellos, en medio de esa comunidad en la que conviven hombres blancos con descendientes de sioux, es bello y crepuscular, íntimo y grandioso a la vez, con esos cielos de western, esos espacios propios de John Ford y esa naturaleza que se enfrenta al drama humano y le da permanente pelea.
MILLA, de Valerie Massadian (7)
La directora de la extraordinaria NANA vuelve con otra película que plantea una búsqueda dramática similar pero en lugar de centrarse en una niña y un tiempo/espacio muy limitado lo hace siguiendo a una mujer a lo largo de bastantes años. Esta, además, está más abierta a la ficción a la hora de contar las desventuras de la vida de una chica llamada Milla (Séverine Jonckeere) que a los 17 años empieza un romance con un chico, se van a vivir a una casa abandonada en el medio de la nada y sobreviven cómo pueden hasta que las cosas se complican cuando él se va de viaje por mucho tiempo, ella queda embarazada y empieza a trabajar en un hotel.
Massadian se especializa en armar escenas en lo que parece un tiempo presente permanente. Las cosas suceden y las conexiones (causales, temporales) debe armarlas el espectador, por lo que no esperen grandes vaivenes dramáticos aquí. Es como si a la hora de elegir qué contar la realizadora optara por dejar los momentos en apariencia menos trascendentes, elidiendo –salvo algunas excepciones– los más graves o fuertes. Una elección que es original pero que a la vez por momentos se presenta un poco caprichosa. Como invirtiendo de aquella frase de que «el cine es como la vida pero sin las partes aburridas», las decisiones de Massadian producen momentos tan inquietantes como otros de rutinaria normalidad.
PIG, de Mani Haghighi (6)
La censura a cineastas en Irán debe ser bastante particular –o acaso el humor iraní mucho más avanzado que el nuestro– como para que existan películas tan curiosas como ésta, que viene de competir en Berlín. Como se sabe, en ese país hay varios cineastas que tienen prohibido filmar y en algunos casos han sido amenazados de muerte, o al menos eso se dice. Lo cierto es que Haghighi hace una comedia muy negra a partir de ese asunto, interpretando una versión de sí mismo: un director de cine que no logra ni el éxito comercial ni tampoco la «fama» que se obtiene al ser censurado y amenazado de muerte. En el filme empiezan a caer cineastas asesinados y él sufre porque es tan intrascendente que nadie lo quiere matar. Y así avanza esta comedia, con muy buenos chistes sobre la industria, los celos profesionales (con otros cineastas), las relaciones con los actores, amantes, hijos y mujeres de los artistas que apuesta por un tono un tanto excesivo (como de comedia comercial) que a veces atenta contra la ácida inteligencia de la propuesta. La idea resulta mucho más sutil y original que la puesta en escena.
THE IMAGE YOU MISSED, de Donal Foreman (8)
Con padre documentalista y tío documentalista no había mucha opción para Donal. Y esta película es su forma de lidiar con esa herencia, especialmente la paterna. Lo curioso del caso es que Donal tuvo muy poca relación con su padre –el reconocido cineasta Arthur MacCaig– mientras él vivía y de algún modo esta película es su forma de hacer terapia con eso. Donal y Arthur tienen otras diferencias. Su padre fue un documentalista político abocado a la causa del IRA irlandés de un modo militante y él, si bien trabaja temáticas ligadas a la justicia social, siente que su manera de acercarse a sus temas es más a partir de las dudas y los cuestionamientos tanto políticos como formales. Y eso es el otro gran eje de la película, muy bien representado aquí por los documentales de MacCaig y también por los de su tío Sean Brennan, con quien al menos estéticamente tenía más afinidad. La película es una suerte de ensayo que se abre a la discusión en torno a las herencias, tanto las personales como las estéticas y las políticas.