Festival de Mar del Plata: crítica de «The Last Movie», de Dennis Hopper

Festival de Mar del Plata: crítica de «The Last Movie», de Dennis Hopper

por - cine, Críticas, Festivales
14 Nov, 2018 02:41 | Sin comentarios

Pasó por el festival la versión restaurada de la «película maldita» del actor y director de «Easy Rider», un fascinante y caótico meta-western filmado en Perú, producto de un rodaje complicado y extraño que se refleja en la propia ficción. Una crítica a la mirada de Hollywood sobre el Tercer Mundo en un estilo formalmente desquiciado. Un objeto único y curioso de una época extinguida del cine norteamericano.

Con una curiosa coincidencia temporal, dos películas con muchas similitudes entre sí y que envolvieron en el caos a sus muy diferentes realizadores se están dando a conocer por el mundo. En Netflix, desde principios de noviembre, se puede ver THE OTHER SIDE OF THE WIND, de Orson Welles, inacabada y caótica (ver crítica, acá). Y en festivales –y con un pequeño reestreno comercial– está circulando la restauración de THE LAST MOVIE, de Dennis Hopper. Son dos películas de la misma época, con un eje temático similar (el cine dentro del cine, la «ruptura» de la llamada cuarta pared, la mirada sobre la industria y las ficciones que se desdoblan), un estilo plagado de zooms, diálogos cruzados y cortes bruscos muy de la época y hasta un cruce literal, ya que Hopper hace de sí mismo en una escena de la película de Welles.

Orson nunca concluyó su película. Hopper sí terminó la suya. Pero fue un fracaso y un escándalo que casi acaba su carrera como realizador. Dennis venía de triunfar con EASY RIDER, que dirigió y protagonizó, y tras ese éxito y en plena «toma de poder» de Hollywood por parte de los realizadores jóvenes, Universal le dio corte final y libertad total para ir a Perú a filmar una suerte de meta-western político. Una vez allí, cuenta la leyenda, la producción se desmadró entre las dificultades climáticas, las enfermedades, drogas, alcoholes, orgías y otras prácticas tan caras al espíritu post-hippie de la época.

Y lo que quedó fue un producto tan complejo, extraño y poco comercial que el estudio decidió estrenarlo apenas unas semanas en unos cines y dejarlo morir. En el camino, «murió» también la reputación y la carrera como realizador de Hopper (que volvería a dirigir recién en los ’80 y que siguió trabajando mucho más como actor), quien falleció hace unos años sin lograr que THE LAST MOVIE volviera a las pantallas de cine. Ahora, gracias a una notable restauración, la película está entre nosotros en toda su caótica gloria.

THE LAST MOVIE, más allá de sus problemas dentro y fuera de la ficción, es un film fuertemente político que hoy puede ser leido en clave de crítica a la «apropiación cultural». Pero, a diferencia de los más lineales modos actuales de la corrección política que transforman automáticamente al «gringo invasor» en villano y al «pueblo originario» en víctima, la película de Hopper es más ambigua, encontrando poesía y perversidad, generosidad y traición, en ambos lados de esa batalla cultural. La idea de una producción hollywoodense de un western en Perú a la que la gente local se le vuelve en contra toma matices muy extraños (y confusos) en una película que intenta ser una reflexión crítica sobre la influencia de Hollywood en el resto del mundo y la utilización pintoresquista del Tercer Mundo desconociendo las claves culturales locales y específicas.

Resumir la trama es aun más complejo que en el filme de Welles. Acá Hopper encarna –o eso dice el resumen del filme, ya que no es sencillo darse cuenta debido a un formato narrativo lleno de idas y vuueltas– a un coordinador de extras en un rodaje hollywoodense de un western en Perú que decide quedarse a vivir allí con una bella mujer local luego de ese accidentado rodaje. En el medio, la gente local decide hacer su propia «película» (con falsos equipos armados con palos y ramas) pero sin entender las convenciones y «falsedades» del cine. Especialmente en lo que respecta a la violencia. Aquí, cuando hay que golpear o matar a alguien, se lo mata.

La película ocupa buena parte de su tiempo en los problemas de Kansas (Hopper) con el cine, con el director de las películas, con las mujeres, con las drogas y el alcohol, con los jefes, curas y «caciques» locales. THE LAST MOVIE está plagada de canciones de música country/folk (que acompañan más que nada el western dentro del rodaje) y salta en el tiempo y todo el tiempo rompe con la lógica narrativa clásica, al punto de poner «scene missing» («escena faltante») en medio de la película, algo que a la distancia parece real pero es parte de la propuesta. Es muy posible que gran parte de los espectadores se pierdan tratando de descifrar quién es quién y hasta qué pasa en el filme, lo cual lo vuelve un claro objeto de una época en la que la forma se privilegiaba versus la narración clásica, y los hallazgos y búsquedas de puesta en escena y/o temáticos eran centrales a las producciones en detrimento de la claridad dramática.

Si vieron EASY RIDER, uno podría decir que gran parte de THE LAST MOVIE tiene más que ver con las últimas secuencias místico-religiosas-oníricas de aquel filme y no tanto con el más clásico estilo road movie de la primera parte. También aquí, cerca del final, la película prácticamente enloquece y su estilo se separa del de la película de Welles (cuyo «caos» es mucho más controlado y dramáticamente legible, expresión de un cineasta que decide deformar pero conociendo de memoria el lenguaje narrativo convencional) para volverse más cercano a lo que en esa época hacía Alejandro Jodorowsky, por citar un ejemplo de una fuerte influencia en la película. Hopper, perdido un poco en su batalla contra Hollywood y contra una narración clásica que detestaba, decide hacer casi un collage cinematográfico con grandes momentos y otros incomprensibles ya que, a diferencia de Welles, no hay un hilo conductor dramático claro que organice la película. Hopper podía ser la «nueva sensación» de Hollywood y envidiado por muchos, pero no tenía el entrenamiento formal del director de EL CIUDADANO.

Ese caos narrativo que es THE LAST MOVIE se compensa, si se quiere, en sus momentos específicos, casi visiones lisérgicas de cowboys en medio de los Andes con música country de fondo, un «rodaje» que pone en peligro las vidas de varios, unos momentos pansexuales hoy imposibles de ser filmados por políticamente incorrectos, y la lírica idea que la película transmite de desesperación: del personaje, del actor, del director, de alguien a quien la situación (en todos los niveles de ficción y en la realidad también) parece estar yéndose de sus manos, y que cede al caos y al descontrol. ¿Cuánto de esto era parte de la propuesta original y cuánto de lo que pasó en pleno rodaje? Hay varios libros, notas y leyendas al respecto (ver una, aquí), pero parece ser claro que el rodaje se fagocitó a la idea y se incorporó la realidad a la/s película/s de formas imposibles de distinguir.

Lleno de papeles breves de famosos y amigos del director que, uno imagina, pasaban a visitar el set y quedarse unos días allí (algunos con cameos, como Peter Fonda y Kris Kristofferson, otros con roles más grandes como Samuel Füller), THE LAST MOVIE sigue resonando hoy no solo por ser una  ventana a una época que ahora parece extrañísima en la que un estudio como Universal podía producir una película así de extraña y psicodélica sino por lo que la película va planteando, con sus caóticas maneras, respecto a la influencia del cine norteamericano en las culturas locales, a la violencia real que ese cine puede generar, a la fascinación por su supuesto glamour y dinero y, también, a la contraparte de todo esto: la mirada naive y banal que Hollywood tiene del resto del mundo. Más allá de que hoy las formas son otras, todos estos temas tienen una actualidad impensada, aún mayor que en esa época donde la globalización cultural no era tan dominante como lo es ahora.

En su caos, Hopper es lo suficientemente inteligente para darse cuenta no solo de esa influencia sino como se aprovecha de ambos lados de la «batalla cultural». No es una película inocente y «bienpensante» a la manera actual. Es provocadora y contradictoria, fascinante pero también dispuesta a irritar, y logra combinar una mirada casi cruel y dura con los personajes con un lánguido romanticismo respecto a sus respectivas suertes. Es, después de todo, «la última película». Y está acechada por la muerte. Una muerte a la que Hopper respeta.