Berlinale: crítica de «So Long, My Son», de Wang Xiaoshuai
Este poderoso drama familiar chino que abarca medio siglo de historia de ese país es un doloroso y efectivo retrato de una pareja que atraviesa una larga serie de tragedias.
Una de las últimas películas en presentarse en la competencia oficial, la china SO LONG, MY SON, ha pasado raudamente a convertirse en la principal candidata al Oso de Oro. No porque sea la mejor película –es buena, muy buena por momentos, pero en mi ranking personal se ubica cuarta– sino porque es la que combina casi todos los elementos de una película premiable. Es una sólida narración, un profundo drama familiar, una historia épica que abarca 50 años de historia de un país, está bellamente filmada y tiene picos de emoción muy altos. Es por eso que hay que tomarla como la más seria candidata. Y más allá de que uno tenga otras favoritas, no sería un mal premio para una competencia con mayoría de títulos flojos.
Wang Xiaoshuai acaso sea de los menos conocidos cineastas de la llamada Sexta Generación del cine chino –cuya figura más rutilante, si se quiere, es Jia Zhangke, seguido por Lou Ye, Zhang Yuan y otros–, pero ha realizado un par de muy buenas películas dentro de una filmografía irregular que supera la decena de títulos. De hecho, Berlín fue el escenario de su «consagración», en 2001, con su premiada quinta película, BEIJING BYCICLES. Pero antes y después de ese film participó de este festival y de Cannes con títulos como DRIFTERS, SHANGHAI DREAMS, CHONGQING BLUES, SO CLOSE TO PARADISE y otros.
SO LONG, MY SON es una historia familiar que, en la mejor tradición del melodrama chino, logra abarcar la historia del país y sus cambios políticos y culturales, en este caso, de los ’70 hasta la actualidad. Familias desarmadas, exilios internos, separaciones, reencuentros, cambios de status social y muertes se desarrollan en medio de la historia de un país que viene de la Revolución Cultural y llega hasta este curioso comunismo empresarial actual.
Simplificando una trama propia de una novela –la película dura tres horas– se puede decir que el film de Wang se centra en una pareja que, en una de las primeras escenas de la película, pierde a su hijo, Xingxing, en una confusa situación en un estanque de agua en el que estaba con su mejor amigo y otros compañeros de colegio. Tiempo después reencontramos a esa pareja con un hijo adolescente del mismo nombre pero pronto se aclara que no es que sobrevivió ni resucitó sino que es un hijo adoptivo que criaron casi a imagen y semejanza del fallecido.
Es allí donde la película comienza un ritual de flashbacks que jamás abandona, yendo y viniendo desde un presente que también avanza rápidamente a distintos momentos de la vida de Yaojun y Liyun en el pasado. Si bien todo es un poco confuso al principio pronto las cosas se irán aclarando. En el presente, vemos que el hijo adolescente es en extremo rebelde y complicado, y un día decide irse de la casa en la que viven y que está en otro pueblo del que vimos cuando fue el accidente. A partir de las idas y venidas en el tiempo sabremos que Xingxing y su mejor amigo nacieron el mismo día, que sus padres son amigos entre sí, que trabajan en una fábrica y que deben lidiar con algunas de las políticas culturales de la época que los afectaron profundamente, en especial la que obligaba a los chinos a tener solo un hijo. Para una pareja que perdió al suyo, el asunto es particularmente doloroso.
Wang cuenta la historia de esta pareja, el desgarro emocional que sufrieron al perder a su hijo, al descubrir que el otro chico que adoptaron decidió abandonarlos y otras situaciones duras que no conviene adelantar. A la vez perdieron su status social y viven en una casa y en un lugar pobrísimos, nada que ver con sus viejos amigos de entonces que –al no haber sufrido las desgracias de Yaojun y Liyun– lograron convertirse en una sólida y prospera familia con desarrollos inmobiliarios incluidos.
La épica del film está construida a partir de su dimensión temporal y no tanto por el tamaño de la historia, que raramente abandona a la pareja y su pequeño grupo de colegas y amigos, que incluye a una joven aprendiz de la fábrica que tendrá un rol importante en la trama. Wang es paciente para narrar las distintas y por momentos algo enredadas subtramas de la película y si bien hay un exceso de flashbacks que a veces es más confuso que efectivo, el efecto que se logra al ir y venir en el tiempo muchas veces es devastador.
Acaso su final sea excesivamente armado para satisfacer a un público acaso abrumado por la larga serie de desgracias que atraviesan los protagonistas de la película, pero funciona como descarga emocional de una historia turbulenta y dolorosa que pone el ojo en lo familiar pero que jamás deja de lado que está contando décadas de historia y de decisiones políticas de un país que afectaron a las personas de maneras impensadas. SO LONG, MY SON es un melodrama clásico, noble y tristemente bello que vuelve a demostrar que buena parte del mejor cine actual se hace en China.