Berlinale: crítica de «Ghost Town Anthology», de Denis Côté
La mejor película de la competencia hasta el momento, lo nuevo del realizador canadiense juega entre el drama y el film de fantasmas para crear un retrato único de cómo los habitantes de un pequeño pueblo lidian con la muerte.
La nueva película del realizador franco-canadiense trabaja en un territorio inusual para él: una suerte de drama psicológico combinado con toques de comedia y un aire “sobrenatural” que lo va envolviendo todo más y más con el correr de los minutos. El punto de partida es muy simple pero la historia va derivando hacia lugares inesperados y abarcando a una cantidad de personajes con los que tranquilamente se podría hacer una serie de varias temporadas, una que estaría a mitad de camino entre FARGO, TWIN PEAKS y esos dramas de pueblo chico con personajes entre peculiares e indescifrables.
El comienzo es brutal. Tras unos planos de un área fría y desolada del interior de Quebec vemos un auto venir a toda velocidad, doblar bruscamente y estrellarse contra un paredón. Pronto el coche está rodeado por unos niños disfrazados con máscaras que parecen estar jugando por la zona. Y más tarde vemos a un joven golpeando violentamente unas chapas, a los gritos. Pronto sabremos que él es Jimmy, de 23 años, y que el que murió dentro del auto era Simon, su hermano menor, de 21. Para esa pequeña comunidad rural canadiense el golpe es muy fuerte –se comenta que no había habido muertes en varios años–, pero pocos quieren hablar demasiado de lo que puede haber pasado. Funciona una suerte de silencio, mezclado con negación justificada por la supuesta resiliencia de los hombres y mujeres curtidos de pueblo.
Pero en realidad no es tan así. Y si del tema no se habla –la extraña y alcohólica alcalde del pueblo rechaza la visita de una psicóloga de origen musulmán que es enviada por las autoridades a hablar con los habitantes–, los fantasmas empiezan a aparecer hasta volverse cada vez más literales. Muchos creen que fue un suicidio y otros piensan que algo raro pudo haber pasado. Jimmy y su deprimida madre empiezan a esperar señales de Simon, y algo parecido le pasa a Adele, acaso la más excéntrica habitante del pueblo, definida por uno como que “le faltan un par de lámparas en el candelabro”. Y si uno busca señales en ruidos, nubes, animales, marcas, lo que sea, lo más probable es que tarde o temprano las encuentre. Y que eso vaya yéndose más y más allá.
El tono discretamente fantasmagórico que tiene el film en su primera mitad –dado más por el propio carácter desolado del pueblo y por estos misteriosos niños enmascarados que circulan por los alrededores– se va volviendo más presente con el correr de los minutos. Posibles casas embrujadas. Personas que dicen ver a Simon presente. Y otras, muchas cosas más, que es mejor no adelantar. Es como si el pueblo, impedido de lidiar con el dolor, empezara a crear un universo paralelo y fantasmagórico para procesar la pérdida, casi la base de una buena película de horror.
GHOST TOWN ANTHOLOGY, pese a lo que pueda dar a entender la traducción al inglés del título francés –traducible como “Repertorio de ciudades desaparecidas”–, no es estrictamente un film de género, pero la traducción aprovecha al máximo el doble sentido de la expresión “Ciudad fantasma”. Más allá del vacío y la poca presencia de gente, el pueblo toma carácter de espectral cuando en ese blanco profundo más que nieve uno empieza a ver otras cosas que pueden estar ahí o no.
Dos cosas distinguen al film de Coté de cualquier convención, tanto de cine “de autor” como de “película de género”. Su relato se abre y desarma todo el tiempo para irse por ramas narrativas paralelas. Si bien el eje es el muerto y su familia, más de una docena de personajes –algunos con mínima participación– entran y salen de la trama. Es por eso que por momentos se tiene la impresión de estar ante lo que podría ser el comienzo de una serie, ya que uno se queda con ganas de saber más de muchos de ellos, de paso bastante fugaz por el relato.
Lo otro que la distingue, previsiblemente, es su puesta en escena. Filmado en lo que parece ser 16mm., con colores apagados, largos planos y un uso muy particular del sonido –que abre la puerta a ese posible mundo paralelo y fantasmagórico que puede o no estar existiendo a la par del real–, GHOST TOWN ANTHOLOGY es, a falta de una mejor definición, lo más parecido al cine-cine (o película-película) que se vio en el festival. Nada de alta definición digital y contraste a lo Netflix. Nada de claras y lineales lecciones de vida envueltas en imágenes ad-hoc que facilitan la lectura de lo que pasa. Aquí lo que hay es un enigma envuelto en un misterio cubriendo un universo de dolor. Como sucedía con la reciente LAZZARO FELICE, uno tiene la sensación de estar viendo cine de verdad, uno que permite que el espectador ingrese a un mundo extraño y conviva con las criaturas que existen allí. Ese cine que se hacía mucho antes de la existencia de los algoritmos. ¿Quién sabe? Quizás sean esas fantasmagóricas creaciones digitales las que acechan desde el horizonte blanco para llevarse consigo a los seres vivos a un mundo donde quizás nada sea real.