Series: crítica de «Barry» (Temporada 2)
Más oscura y densa que la primera temporada, la serie producida, protagonizada y ocasionalmente dirigida por Bill Hader se adentra en los conflictos personales de un sicario que quiere dejar la vida del crimen para dedicarse… a la actuación.
Recuerdo haber visto con cierto desinterés los primeros episodios de la primera temporada de BARRY. Más allá de las buenas críticas que tenía y de las recomendaciones de amigos, sentía que lo que había allí no era más que una sencilla y efectista broma que no tenía forma de durar demasiado. Algo más cercano al sketch semanal de un programa de televisión (no olvidemos que Bill Hader se consagró haciendo comedia en SATURDAY NIGHT LIVE) que a una trama durable en el tiempo, uno podía imaginar situaciones curiosas y graciosas a partir de la premisa original pero era difícil imaginar que llegaría a un punto tan complejo y dramático como el que cierra, de manera oscurísima, la excelente segunda temporada.
Para los que jamás vieron la serie, la premisa es la siguiente: un mercenario/asesino a sueldo (encarnado por Hader) empieza a estudiar teatro en Los Angeles siguiendo a una de sus indicadas víctimas. Pero la experiencia lo altera radicalmente. No solo lo hace navegar entre dos mundos completamente distintos (violentos narcos y pesados asesinos por un lado, nerviosos e inocentes aspirantes a actores en otro) sino que lo pone también en un cruce personal que se va volviendo cada vez más importante: la frialdad emocional que se espera de un sicario frente a la conexión con los sentimientos que se busca en un actor.
La serie logró ir trasladándose del primer conflicto al segundo, especialmente a partir de algunas situaciones vividas al final de la primera temporada. Eso que había comenzado haciendo eje en el absurdo cómico del concepto «pez fuera del agua» (Barry como mal actor, Barry cruzando a sus colegas sicarios con sus inocentes compañeros de clase, Barry y sus peculiares socios en el mundo del crimen) fue mutando hacia otra cosa. El humor seguía estando allí, pero el personaje ya no era solo un «chiste» sino un tipo complejo para quien el teatro empezaba a funcionar como una suerte de terapia. Si los actores que siguen ciertos métodos interpretativos necesitan encontrar algo fuerte y hasta traumático de sus pasados para ser mejores, es claro que Barry tiene adentro toda la negrura del mundo. El tema es cómo sacarla afuera.
Pese a todo lo escrito antes quiero reiterar que sí, que BARRY es una comedia. Cada vez más negra, cada vez más dramática, pero comedia al fin. Lo que sucede es que su personaje se ha vuelto tan complicado (ha matado demasiada gente, ha visto demasiadas cosas, ha hecho pocas audiciones) que aún cada situación graciosa está cargada de una enorme densidad emocional. Un eje clave de la segunda temporada está en sus esfuerzos por ser, digamos, una buena persona. Después de algunos hechos muy negros de la primera temporada, Barry «Block» vuelve cada vez más convencido de abandonar su vida como asesino para dedicarse de lleno a la actuación. Pero, como podrán imaginar, su «jefe» (Stephen Root) y las mafias chechenas y, sí, bolivianas no lo dejarán tranquilo así como así. Siempre habrá un favor que devolver, una amenaza que responder, para poder seguir manteniendo esta otra vida sin demasiadas interferencias. No va a ser sencillo.
Este acceso creciente a su lado emocional, ese mirar hacia adentro y reconocer cierta «masculinidad tóxica» en su proceder y en el del mundo violento en el que se solía manejar, crece a partir de un ejercicio teatral que consiste en explorar una situación traumática del pasado para dramatizarla. No solo la suya (ligada a una violenta experiencia bélica en Medio Oriente) sino la de Sally (Sarah Goldberg), su no tan claro «interés romántico» en la serie. Ella también ha pasado por cosas que tocan a Barry, especialmente al ser él su compañero de escena en ese ejercicio y tener que ponerse violento con ella en público. A eso hay que sumarle que su profesor Gene Cousineau (el gran Henry Winkler) ya no es el pedante y un tanto insoportable personaje de la primera temporada sino una persona que, a partir de algunas circunstancias, se ha vuelto mucho más oscura.
La parodia al mundo del espectáculo en Los Angeles sigue estando allí, lo mismo que las ridículas situaciones en las que se ve involucrado con los mafiosos (Anthony Carrigan como NoHo Hank sigue funcionando muy bien como comic relief de la serie), pero BARRY se ha vuelto ya otra cosa, especialmente desde el quinto episodio de la temporada, que consiste en una tremendamente violenta secuencia de escenas de acción que no solo hacen a Barry repensar otra vez su vida sino que demuestran las dotes como cineasta del propio Hader, encargado de dirigir el episodio. Y es así que la temporada concluye, como la primera, en su punto más oscuro y violento. ¿Adónde irá? No se sabe. Y esa es ahora la inquietante premisa de una serie que, tal vez sea cada vez menos cómica, pero que –como los actores que ensayan escenas una y otra vez hasta «encontrarlas»– se va alejando de esa efectiva «mentira» de sus inicios para llegar a una más contundente verdad.
Justamente lo que más destaco es cuando usa el teatro como «terapia» de lo que vivió (y por algo es cuando más se destaca) donde trata de dejar atrás ese pasado de violencia
Pero por otro lado aunque reniegue cuando tiene que avasallar al rival o tratar de sobrevivir lo hace como lo haría en la guerra
Me gusta eso que busca redención pero a la vez no, o es demasiado humado y no puede (los finales de temporada lo señalan). Me hace acordar a algunos pasajes de Breaking Bad pero partiendo que este es de humor