Netflix: crítica de «GLOW» (Temporada 3)
Las chicas de la lucha libre llevan su show a Las Vegas y allí atraviesan otra serie de desventuras cómicas y también dramáticas en un show que balancea muy bien el humor absurdo y liviano con una temática feminista actual.
No debe ser tarea sencilla escribir una serie como GLOW. Y el hecho de que haya llegado con tanta dignidad creativa a su tercera temporada (dejando varias avenidas abiertas para una cuarta o más) es algo para celebrar. La complejidad de GLOW está, por un lado, en su casi veintena de personajes, cada uno con una línea narrativa individual que sostener, algo que requiere un enorme esfuerzo creativo. Y, además, en esa suerte de agujero que existe en su centro, uno sobre el que la serie tiene que construir su mosaico de personalidades.
Ese agujero es el espectáculo de lucha libre que es el trabajo diario de las chicas. La gracia de crear los personajes, las combinaciones y las peleas se sostuvo la primera temporada y un poco más pero de allí en adelante el show en sí es una suerte de peso muerto alrededor del cual hay que construir las historias. Series como MAD MEN podían reunir una docena de personajes alrededor de un trabajo que los unificaba, pero ese trabajo era en una agencia de publicidad lo cual era más rico en posibilidades creativas para los guionistas. La lucha libre no ofrece tanto durante tanto tiempo. Es gracioso, en sí, por un rato nomás.
En la tercera temporada casi no vemos escenas de lucha en GLOW. De hecho, cuando la serie quiere dar a entender la cantidad de funciones y funciones que las chicas hacen se suele recurrir a secuencias de montaje brutales, especialmente una en la que pasan, en cámara rápida y sin salir del camarín, de las 50 a las 200 funciones. Los únicos momentos en la que la serie vuelve al ring es cuando hay alguna situación o episodio especial. Más allá de eso, todo sucede abajo del escenario.
En esta temporada las chicas de GLOW se establecen en Las Vegas, a principios de 1986. Primero será por tres meses pero la cosa funcionará bien y les ofreceran extender el contrato a un año, lo cual generará una serie de conflictos e internas en el grupo. Tener éxito y un trabajo fijo está muy bien para muchas de ellas pero pasar tanto tiempo allí puede ser complicado y tentador. Y el juego será una de esas distracciones. Algunas empiezan sin saber nada y se vuelven expertas. Otras se tientan demasiado y se meten en problemas. Y están las que aprovechan los otros beneficios y entretenimientos de esa ciudad en los años ’80, de los espectáculos más accesibles y los shows musicales más variados a otros placeres un tanto más secretos y prohibidos, al mejor estilo «lo que pasa en Las Vegas queda en Las Vegas»…
Cada personaje tiene su recorrido particular y, salvo algunas excepciones, los guionistas logran sostener todos los balones narrativos en el aire. Se profundiza y complica la relación entre Ruth (Alison Brie) y Sam (Marc Maron), que con sus dificultades se acercan y alejan constantemente. Debbie (Bettie Gilpin) tomará un camino inesperado a partir de una relación romántica un tanto sorpresiva y el productor «Bash» Howard (Chrs Lowell) volverá a lidiar con los conflictos internos provocados por su sexualidad mientras intenta sostener una relación hetero con Brittanica (Kate Nash), cada vez más protagonista dentro de la trama.
Es cierto que el resto de los personajes muchas veces cumple funciones específicas, especialmente útiles cuando los guionistas quieren subrayar alguna idea acerca de las minorías étnicas o sexuales. Ahí, es cierto, se nota demasiado el punto de vista contemporáneo sobre dichos temas ya que muchas de las conclusiones y análisis no son realmente representativos de lo que se pensaba en los ’80. En función de ofrecer una mirada feminista sobre las distintas situaciones que van surgiendo entre las chicas, la serie muchas veces está al borde de caer en cierto espíritu bienpensante y políticamente correcto que se siente un tanto forzado.
De todos modos, como uno logra encariñarse con los personajes, muchas veces le perdona a la serie sus sermones y excesos de sobreinterpretación. Las tramas secundarias (ligadas a las desventuras de Sheila, Cherry, Tammé y las otras) pueden ser excesivamente didácticas en distintos temas de actualidad pero la simpatía que derrochan los personajes permite que GLOW no se vuelva solemne. O no del todo.
El secreto sigue estando en su elenco principal y en las idas y vueltas que atraviesan las protagonistas. Para Ruth el conflicto va por el lado romántico pero también resurge su deseo de cumplir si sueño de actuar ya que siente que, pese al éxito del show en Las Vegas, no logra ser feliz si no puede hacer eso. Para Debbie, en cambio, el problema es vivir alejada de su pequeño hijo y su vacío personal tapado con amantes ocasionales, algo que en un momento cree que resolverá con una pareja fija. Pero tampoco le será tan sencillo.
Gran parte del humor de la temporada está en las vivencias de los personajes en Las Vegas. Desde el tiempo que pasan jugando en los casinos hasta el detrás de escena de vivir en un hotel por meses y meses. Un papel menor pero relevante tendrá Geena Davis, ya un icono feminista, que encarna a la encargada de entretenimiento del hotel en el que las chicas trabajan. Es una elección de casting ideal y, si bien uno quisiera ver más tiempo a su personaje, cada aparición suya en la serie está servida en bandeja para su lucimiento. Al tener a la actriz de THELMA & LOUISE, la serie de Liz Flahive y Carly Mensch deja en evidencia cuál es su linaje y su referencia fundamental. Como aquella película, esta es una historia de liberación femenina, una crítica al patriarcado –si se quiere– desde un punto de vista gozoso, generoso y esperanzador.