Streaming: crítica de “Dolemite is My Name”, de Craig Brewer (Netflix)

Streaming: crítica de “Dolemite is My Name”, de Craig Brewer (Netflix)

por - cine, Críticas, Estrenos, Streaming
29 Oct, 2019 11:36 | 1 comentario

En el mejor papel de Eddie Murphy en décadas, la película cuenta la historia real de Rudy Ray Moore, un comediante y músico de discutible talento que, a fuerza de voluntad y empuje, logró convertirse en una estrella del cine “blaxplotation“ de los años 70.

Las biografías de artistas cuya confianza en sí mismos supera por mucho su talento pareciera ser una especialidad de la casa de los guionistas Scott Alexander & Larry Karaszewki, empezando por el ejemplar modelo de todas ellas, la extraordinaria ED WOOD. Los guionistas luego fueron expandiendo su muestrario a personajes que no estaban exentos de talento (tal es el caso de MAN ON THE MOON sobre el brillante Andy Kaufman o, en cierto sentido, BIG EYES, sobre la pintora Margaret Keane) pero que seguían teniendo una particularidad que los igualaba: su excentricidad, su personalidad inusual y, en la mayoría de los casos, una enorme confianza en sus habilidades, sean estas reales o no.

Todo eso –que luego retomó y adaptó James Franco para THE DISASTER ARTIST, sobre un personaje de similares características como el cineasta Tommy Wiseau– reaparece con fuerza en DOLEMITE IS MY NAME, la película que ambos escribieron y que vuelve sobre esa combinación de excentricidad, fuerza de voluntad y dudoso talento desde un punto de vista celebratorio, humano y querible. Es que si hay algo que se destaca en las películas escritas por la dupla, más allá de sus similares temas, es que jamás están puestas en función de la burla, del sarcasmo, del gaste (diríamos aquí). Al contrario, son películas que aplauden a personajes del mundo del espectáculo que creen tanto en sí mismos como para autogestionarse carreras imposibles, alejadas de toda lógica.

Rudy Ray Moore (Eddie Murphy) es uno de estos personajes. Ya un veterano que se acerca a los 50 años cuando la película empieza, Rudy ha fracasado en casi todo emprendimiento artístico que ha intentado como comediante y músico. Pero eso no lo frena y sigue tratando que pongan un viejo disco suyo en una radio local, que le den un par de minutos más sobre el escenario en el bar en el que trabaja presentando bandas de soul y funk aunque sea obvio que nadie se ríe de sus chistes. Rudy no afloja, aunque al fin del día su único modo de supervivencia sea detrás del mostrador de una tienda de discos de Los Angeles en la que vende música de artistas, como Stevie Wonder o Marvin Gaye, claramente mucho más talentosos que él.

Rudy descubre, un poco por casualidad, a un grupo de viejos alcohólicos y desdentados hombres que cuentan antiguas y muy guarras bromas en rima sobre un personaje llamado Dolemite y decide copiarlas, un poco adaptadas a los tiempos (estamos hablando de los primeros años 70). Y le va bien. Sorprendentemente bien. Y, de a poco, el cincuentón con sobrepeso que todos ignoraban comienza a ser una sensación local con sus stand-ups y sus discos en vivo. La película de todos modos utiliza esto como introducción a lo que será su eje central: su intento de transformarse en una estrella de cine haciendo una película del género blaxplotation tan de moda en esa época con éxitos como SHAFT, SUPERFLY y COFFY, entre otros. Pero sin tener ningún talento para hacerlo.

Para Murphy, Dolemite es casi un regalo de los dioses después de mucho, muchísimo tiempo en el que parecía no encontrar un personaje cinematográfico a la altura de su enorme talento, desperdiciado durante años en muy flojas películas o aplicado a hacer voces en films animados como su famoso burro de SHREK. Gracias a él –un ídolo de su adolescencia, como contó en varias entrevistas–. Murphy no solo homenajea una época de la cultura afroamericana, desde el vestuario al humor pasando por el cine y la música, sino que encuentra a un personaje que le permite desplegar lo que mejor sabe hacer: perfectas caracterizaciones en las que el humor y el delirio van de la mano con el cariño y la humanidad.

Moore es, como Ed Wood, un hombre con relativo talento (especialmente para el cine, en sus múltiples roles como actor, guionista y productor; como comediante tiene más recursos) pero con un empuje y una fuerza de voluntad tales que nadie puede decirle que no. Ningún sello quiere sacar sus discos y él los graba y los edita por su cuenta. Y funcionan. Y nadie quiere invertir en su película, ni siquiera tras el éxito de culto de su rapeado y muy grueso humor. Y el tipo, bueno, ya verán. Como en las otras películas de los autores de ED WOOD, el “artista” no está solo. Lo acompaña una suerte de familia sustituta de personas que no han tenido tampoco demasiada suerte en sus asuntos –músicos, actores, técnicos inexpertos, y, en especial, una mujer graciosa y con fuerte personalidad que conoce en un show– y que en muchos casos tampoco les sobra talento. Pero empuje tienen todos. O casi todos. Y creen en ese extraño proyecto llamado Dolemite. O, bueno, creen en los sueños de Moore.

DOLEMITE IS MY NAME –película en la que se lucen también Keegan-Michael Key, Mike Epps, Craig Robinson, Tituss Burgess, Da’Vine Joy Randolph y, especialmente, Wesley Snipes, que se roba casi todas las escenas en las que aparece– es un homenaje a esos emprendedores del mundo del espectáculo capaces de lograr lo imposible a fuerza de voluntad y de captar cierto clima de época, conscientemente o no. A diferencia de otros personajes de este subgénero biográfico, Rudy Ray Moore logró ser exitoso en su tiempo aún cuando su talento en varios rubros no era muy superior al de Wood o al de Wiseau. Y su fama no fue necesariamente irónica sino real y concreta. Es cierto, sus películas no eran nada buenas y el público se reía con y de ellas. Pero Moore también. El tipo era consciente de las limitaciones de su producto y aceptaba que gran parte de su éxito estaba relacionado con un guiño mutuo con el público de hacer películas de acción y aventuras pero incorporando la comedia (voluntaria o no) como parte del disfrute.

Y la película de Brewer (que, como los guionistas, es curiosamente también blanco, algo raro para esta película tan afroamericana) funciona de igual manera. No es la celebración de un artista que es incomprendido o marginado hasta mucho tiempo después, sino una historia simpática de éxito pese a todos los impedimentos. Un reconocimiento a esos luchadores del mundo del espectáculo que la siguen peleando, como sea, intentando de algún modo conectar con la gente. Porque, como decía un viejo presentador de televisión argentina: “Sin ustedes ahí, nosotros aquí… ¿para qué?”