San Sebastián: «Sunset Song», de Terence Davies
Terence Davies es, en mi opinión, uno de los más grandes cineastas vivos en actividad. Desde su original trilogía de cortos y sus dos largos de corte autobiográfico (DISTANT VOICES, STILL LIVES y THE LONG DAY CLOSES) pasando por sus adaptaciones de LA BIBLIA DE NEON, THE HOUSE OF MIRTH y THE DEEP BLUE SEA […]
Terence Davies es, en mi opinión, uno de los más grandes cineastas vivos en actividad. Desde su original trilogía de cortos y sus dos largos de corte autobiográfico (DISTANT VOICES, STILL LIVES y THE LONG DAY CLOSES) pasando por sus adaptaciones de LA BIBLIA DE NEON, THE HOUSE OF MIRTH y THE DEEP BLUE SEA hasta su regreso a la autobiografía pero en forma de documental (OF TIME AND THE CITY) no le queda grande el título de mejor cineasta británico vivo y hasta me atrevería decir que está en un Top 3 de la historia del cine de ese país.
Su «voz» cinematográfica es tan clara y bella, tan personal y potente, sus elecciones formales son tan brillantes, originales y conmovedoras que ver una película suya es sumergirse en un mundo privado, casi en su subconsciente, donde los tiempos, las imágenes y, sobre todo, la música cautivan al espectador hasta meterlo en estado de trance. Sus películas pueden ser duras, violentas, densas y oscuras, pero un halo de ensoñación romántica las recorre. Son como remembranzas hechas cine, como si el hombre pudiera poner en una pantalla su imaginación sin casi filtros
SUNSET SONG es eso, pero también es una película de corte más clásico, tradicional, una épica sobre la vida de una mujer en la Escocia de principios del siglo XX. Adaptada de una famosa novela de Lewis Grassic Gibbon –que Davies quiere llevar al cine hace quince años–, la película tiene como protagonista a Agyness Deyn, en el rol de Chris Guthrie, una joven hija de una familia de agricultores, estudiosa y con ilusiones de llevar una vida diferente a la de sus antepasados.
De a poco nos daremos cuenta que no le será fácil. Su padre (Peter Mullan) es un hombre represor y violento (como casi todas las figuras paternas en el cine de Davies) y ni su madre ni su hermano mayor (tienen otros dos hermanos, más chicos) le pueden hacer frente. Cuando la madre, ya bastante mayor, quede embarazada y tenga dos mellizos forzada por el más que agresivo padre las desgracias familiares empezarán a acumularse de una manera que impedirán que los sueños de Chris puedan cumplirse.
A lo largo de los varios años en los que transcurre la historia (que abarca hasta la primera guerra mundial), las circunstancias de la vida de Chris irán cambiando pero ya queda claro que le será difícil salir de ese lugar. Y por más que ame su tierra y a su pueblo –y más allá de algunas alegrías que la vida le deparará luego–, siempre nos queda la sensación de que estamos ante una mujer que vivió en una época en la que era imposible seguir caminos independientes y que la misión principal era cuidar de los maridos y de los hijos.
Davies filma esas praderas escocesas de una manera bellísima, lo mismo que hace al retratar a los paisanos del lugar que beben y cantan y conviven en ese lugar que bordea entre lo pacífico y lo caótico, y en el que la violencia familiar se esconde bajo la alfombra. Como comentaba un colega, hay algo del mundo de John Ford en ese universo: en esos planos abiertos, en esos personajes enfrentados a una época cambiante y hasta en sus canciones populares cantadas a voz en cuello.
Lo que la película no tiene, más allá de un par, son esas composiciones visuales tan particulares de Davies. Aquí trabaja con un registro más sobrio y clásico, más tradicional, como si por el costo o ambición de la película se viera obligado a restringir sus toques de estilo más distintivos. Sus temas están ahí, pero la puesta en escena –bellísima y potente– se acerca a un formato demasiado clásico para lo que nos tiene acostumbrados.
Pero eso no es necesariamente un problema. Davies pudo haber elegido otro modo de contar su historia en función de las necesidades argumentales, de época o de ambición épica. Lo que sí se extraña un poco más es su dimensión emocional. Davies es la clase de cineasta que aun utilizando figuras formales muy específicas e inusuales conseguía transmitir al espectador sensaciones y emociones fuertes con sus historias y personajes. Aquí, curiosamente tratándose de una épica que bordea el melodrama histórico, esa emoción está asordinada, no logra penetrar en los espectadores con la fuerza esperada. Es difícil determinar el motivo –tal vez sea actoral: la modelo Deyn es buena actriz pero no es Gilliam Anderson ni Rachel Weisz y ni hablar de Gena Rowlands–, pero lo cierto es que raramente el filme logra conmover. Los elementos están ahí, pero la alquimia no termina por producirse.
De todos modos, con sus 140 minutos de duración, SUNSET SONG posee suficientes momentos y escenas que seguramente quedarán entre lo mejor del festival y del año cinematográfico. La tremenda relación entre el padre y su hijo mayor, el sacrificado rostro y actitud de la madre, y la mayoría de los planos abiertos de la campiña escocesa –por citar solo algunos momentos entre muchos otros– dejan a las claras la ambición y la profundidad de la búsqueda de Davies. Uno extraña sus marcas estilísticas más propias –que aparecen, pero en cuentagotas, en especial en las escenas con canciones– y ese carácter emotivo que envuelve siempre a sus historias, pero SUNSET SONG revela una ambición visual no muy vista en sus anteriores películas en cuanto a su costado épico. Finalmente, es un filme sobre Escocia, sobre su historia, sobre el fin de una época y el comienzo de una nueva. Sobre un mundo en apariencia idílico que, detrás de las paredes, escondía un sinfín de brutalidades y sufrimientos.
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