Estrenos: «Los huéspedes», de M. Night Shyamalan
La carrera de M. Night Shyamalan es una de las más curiosas e interesantes de analizar del Hollywood de los últimos años. En cierto sentido, uno podría ponerlo en el mismo segmento de esos autores que hicieron un par de grandes películas pero en algún momento de sus carreras algo sucedió y perdieron por completo […]
La carrera de M. Night Shyamalan es una de las más curiosas e interesantes de analizar del Hollywood de los últimos años. En cierto sentido, uno podría ponerlo en el mismo segmento de esos autores que hicieron un par de grandes películas pero en algún momento de sus carreras algo sucedió y perdieron por completo el rumbo para nunca recuperarlo (Wim Wenders, Isabel Coixet, Atom Egoyan y siguen las firmas), pero no sería del todo justo. Shyamalan es un cineasta con rasgos autorales fuertes pero, a diferencia de aquellos, trabaja bajo las reglas más o menos clásicas del cine de Hollywood. Es decir: un autor europeo puede derrapar sin límite ni control mientras que alguien que trabaja dentro de un sistema como el estadounidense tiene límites y frenos «corporativos» por todos lados.
Pero ningún ejecutivo, ningún estudio y ninguna chequera poderosa parecían capaces de detener la caída libre del director de una obra maestra como EL PROTEGIDO y grandes películas como EL SEXTO SENTIDO, SEÑALES y, en menor medida, LA ALDEA. Las siguientes —LA DAMA DEL AGUA, EL FIN DE LOS TIEMPOS— ya daban señales del agotamiento creativo de los recursos y las formas usadas por Shyamalan (especialmente en su obcecado intento por concentrar sus relatos en un tiempo y un espacio muy determinados) pero todavía tenían sus elementos y momentos creativos y recomendables, pero las más recientes (EL ULTIMO MAESTRO DEL AIRE y DESPUES DE LA TIERRA) ya están entre lo risible y lo inmirable.
Dentro de ese devenir uno podría considerar a LOS HUESPEDES como una suerte de retorno, sino a los grandes momentos de su carrera, al menos hacia una zona que permite pensar que la lobotomía no ha sido completa y han podido recuperar su cerebro a tiempo. Su nueva película no llegará a la altura de sus mejores, pero contiene otra vez algunos de los elementos que lo volvieron un interesante cineasta, pensados desde otro lugar. O, mejor dicho, es como si Shyamalan volviera a ser un estudiante de cine rearmando y repensando su cine desde lo más básico.
En ese sentido, el formato de utilizar una precoz chica de 15 años que estudia cine como protagonista es ideal, lo mismo que hacerla filmar la película en un formato que remeda el de los filmes de terror de found footage pero con una cierta distancia analítica. Becca y su hermano menor Tyler no conocen a sus abuelos ya que su madre se ha peleado con ellos cuando se fue de su casa a los 19 años y nunca más se han vuelto a ver. En un intento de cerrar esa herida –y dejar que su madre se tome unas vacaciones en un crucero con su nuevo novio tras su también traumático divorcio–, los chicos viajan a la casa en la que vivió su madre de pequeña para pasar una semana con dichos abuelos y con la misión de filmar ese reencuentro familiar, tratando de sacar afuera los secretos familiares.
Becca –y también su hermano «operador de cámara B» Tyler– filman todo lo que ven y lo que en principio aparenta ser la normal vida de una pareja de ancianoss amables aunque un tanto excéntricos se va volviendo cada vez más extraña con el paso de los días. Cada noche, especialmente, cuando los abuelos los mandan a dormir a las 9.30, ruidos raros se escuchan por la casa. Becca se atreve a salir y filmar para descubrir a su abuela en algunas actitudes por lo menos bizarras que rápidamente son justificadas por su abuelo como consecuencia de una enfermedad senil. Pero es claro que no es tan así –los elementos a lo «Hansel & Gretel» están en juego de manera demasiado evidente– y que esos viejitos esconden más de lo que los chicos quieren y aceptan creer en pos de facilitar el reencuentro familiar.
Narrativamente la película no posee demasiadas sorpresas y cuando algunas cosas se revelen sobre el final serán más que obvias para cualquier espectador atento. Pero Shyamalan parece consciente de eso y lo que hacee en LOS HUESPEDES, más que una película de terror de filmaciones encontradas, es una especie de reflexión/tesis sobre esos subproductos del género tan de moda hoy. Los comentarios de Becca a cámara, las charlas de ella y su hermano «rapero» y lo que ambos van haciendo con la cámara y hasta en la banda sonora del filme parece ser más una parodia del género que otra cosa, con sus discusiones sobre «mise en scene«, foco, uso ético o no ético de la cámara grabando sola, ángulos de filmación y otros análisis que parecen más de estudiantes de cine que de relato de suspenso. Es cierto que eso le quita, en un punto, tensión al asunto, pero es parte del mismo juego: Shyamalan pretende hacer una película de tesis que ironice sobre el subgénero en cuestión.
El problema, en este contexto, es que dentro de ese paraguas teórico/cinéfilo que envuelve la historia, los verdaderos «sustos» del filme se desinflan, se vuelven material de análisis más que de verdadera tensión. Y tal vez sea mejor así, ya que el guión (con su acumulación de traumas a superar, sus imposibles coincidencias y las forzadas situaciones en las que los personajes se meten) sería difícil de aceptar en un contexto algo más realista, aún dentro de las reglas genéricas de una película de terror. En LOS HUESPEDES Shyamalan vuelve a demostrar que puede estar en control de sus materiales y que no debemos bajar la cortina sobre su carrera. Lo que ahora necesita, tal vez, sean mejores materiales…
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