Mar del Plata 2015: «Samuray-s», de Raúl Perrone
Desde P3ND3J05, estrenada hace solo dos años y medio aunque parecen décadas en la evolución del universo del prolífico Raúl Perrone, que el cineasta de Ituzaingó empezó a abandonar de a poco los formatos y sistemas –bastante diversos pero relacionados entre sí bajo el amplio paraguas de cierto realismo– que había usado hasta entonces en […]
Desde P3ND3J05, estrenada hace solo dos años y medio aunque parecen décadas en la evolución del universo del prolífico Raúl Perrone, que el cineasta de Ituzaingó empezó a abandonar de a poco los formatos y sistemas –bastante diversos pero relacionados entre sí bajo el amplio paraguas de cierto realismo– que había usado hasta entonces en su cine. Aquella película tomaba esas figuras y las manipulaba como un VJ para convertirla en una especie de versión lynchiana de su propia filmografía, esa realidad y personajes convertidos en fantasmagóricas pesadillas.
Pero aún pese a todas sus diferencias formales, P3ND3J05 seguía existiendo dentro del universo Perrone: los pibes, las calles de Ituzaingó, los skaters, lugares y personajes reconocibles solo que atravesados por un nuevo pincel audiovisual. En ese sentido se puede decir que es una película de transición y que la verdadera primera película de este «nuevo» Perrone es FAVULA, ya que allí siguen funcionando las nuevas incorporaciones estilísticas –las bandas sonoras e imágenes superpuestas, las voces procesadas y alteradas, las imágenes «montadas» en el mismo plano– pero por primera vez desaparece algo que podemos llamar «lo real». El afuera.
Esa película fue filmada por Perrone poniendo a los actores delante de un telón en un estudio y construyendo todo lo restante en su computadora: los escenarios, efectos, el sonido, etc. Como si el rodaje en sí fuera una primera etapa –un demo, un juego, una pantomima– de lo que finalmente sería la película: los diálogos, la historia y el universo aparecerían después. Este cambio es igual o más radical que el anterior, ya que por primera vez el cine de Perrone deja de tener un referente real y el propio mundo del cine, de las imágenes, de la pintura, pasa a ser su referencia. Una suerte de liberación o cambio de paradigma.
Muy poco después apareció RAGAZZI, que todavía conserva algunas marcas del cine previo de Perrone (está la cinefilia, la cita y la referencia, están las imágenes procesadas pero está presente el mundo real capturado por una cámara) pero en SAMURAY-S el realizador vuelve de lleno al mundo que inauguró en FAVULA. Esto es: una película apoyada en formatos y modelos cinéfilos, construida en «estudios» (un galpón con un fondo neutro para sobreimprimir imágenes) y en su computadora, en donde la cinefilia es la matriz y el modelo y en la que no hay relación al menos directa con cualquier tipo de realismo. Ni suburbano ni ningún otro…
Es una película de samurais, cuyo relato es relativamente clásico en el género pero cuyas formas son muy diferentes, una suerte de juego entre la narrativa del jidai-geki y una puesta en escena más digna de una instalación artística. Son tres cuentos de amor, venganza y muerte, que se exponen brevemente en textos (la película no tiene diálogos), tras los que Perrone se dedica a seguir las desventuras dramáticas y trágicas de los personajes, siempre de una manera que prioriza lo formal sobre lo narrativo.
Jugando con las figuras e imágenes de estos samurais y sus mujeres, Perrone combina escenas, las sobreimprime, las manipula desde lo visual mientras que el sonido trabaja en capas curiosas: banda sonora, música manipulada (hay jazz, música clásica y apenas un poco del dub cumbiero de sus últimos filmes) y efectos sonoros que sorprenden en todo momento.
Entre el teatro kabuki y el cine experimental, entre el filme de género asiático y una pesadilla recordada de cine mudo en el que las imágenes y los sonidos parecen provenir de nuestra propia imaginación, SAMURAY-S subjuga y sorprende todo el tiempo, más allá que su extensión (más de 110 minutos) pueda ser un tanto larga para el sistema formal que Perrone está planteando. La división en tres historias ayuda: cuando una de ellas parece empezar a repetirse la película salta a otra, con un universo similar pero diferentes contenidos dramáticos y recursos audiovisuales específicos, que la vuelven particular.
No es una película sencilla, claro, pero el cine de Perrone ha entrado en una fase en la que la sencillez o la simpleza han dado paso a la experimentación constante, casi sin red. En un cine como el argentino que parece cada vez más atarse a fórmulas que «funcionan» en mercados y festivales, Perrone sigue su rumbo iconoclasta. Es cierto que eso también le permite entrar en el «sistema festivalero» –ver sino la reciente retrospectiva que le armó nada menos que la Viennale–, pero lo logra por sus propios medios: haciendo que sea el festival el que se acerque a su cine y no al revés. Es de esperar que esto siga siendo así y que Perrone no se repita en un estilo que ahora lo consagró internacionalmente sino que continúe, permanentemente, tratando de proponer cosas nuevas y de innovar en su forma de entender el arte cinematográfico.