TV: «Love» (Temporada 1)
Tras ver la primera temporada de LOVE queda claro, al menos para mí, uno de los grandes problemas que tiene la crítica de las series de televisión. Al hacerse, en muchos casos, tras ver uno o dos episodios de una temporada (o, como mucho, cuatro o cinco) eso puede llevar a sacar conclusiones acerca de […]
Tras ver la primera temporada de LOVE queda claro, al menos para mí, uno de los grandes problemas que tiene la crítica de las series de televisión. Al hacerse, en muchos casos, tras ver uno o dos episodios de una temporada (o, como mucho, cuatro o cinco) eso puede llevar a sacar conclusiones acerca de los productos un tanto apresuradas. A nadie se le ocurriría hacer una crítica de una película con solo ver media hora (si alguno lo hiciera sería tildado de irresponsable), pero en el universo de las crítica de TV es considerado lógico, común. Es cierto que las «reglas del mercado» llevan a los medios a tener que escribir y reportar sobre lo que se está viendo mientras se lo está viendo, pero el riesgo es equivocarse, analizar solo una parte de un proceso y «quedar pagando».
Esta introducción viene a cuento de LOVE, la serie co-creada por Judd Apatow que se emite –si cabe para el caso esa expresión– por Netflix. Hasta su sexto/séptimo episodio, aproximadamente, uno podía considerarla una comedia romántica sobre las complicaciones de dos personas muy distintas entre sí de iniciar una relación. El es Gus (Paul Rust), quien trabaja como tutor de niños actores en sets de filmación, un típico nerd al menos en apariencia: amable, tierno, un poco en su propio planeta. Ella es Mickey (Gillian Jacobs), productora de un programa radial sobre consejos románticos (sí, lo sé, un tanto too much), bastante inestable emocionalmente y metida siempre en relaciones tóxicas, por no hablar de otras adicciones que parece no poder controlar.
Ambos se encuentran por casualidad y, debido a sus tan diferentes personalidades y aspectos (él parece el más aplicado alumno de una universidad, ella la chica cool, bonita pero depresiva que jamás se juntaría con un tipo así, al menos en principio), se hacen amigos tras compartir una serie de desventuras bizarras, pero siguen con sus vidas «románticas» en paralelo. Ella trata de engancharlo con su room-mate Bertie (la extraordinaria comediante australiana Claudia O’Doherty) mientras intenta resolver sus propios problemas de relaciones, adicciones y cambiante auto-estima personal. El está más interesado en Mickey, pero ella parece estar en otra cosa, o no verlo en ese rol.
Lo cierto es que LOVE no encuentra su tono hasta la mitad o un poco más de su primera temporada. Al tener Netflix un sistema de duración de episodios más libre que la TV normal, el ritmo se vuelve errático, con episodios largos que no parecen ir a ningún lado y vueltas cómicas que resultan en muchos casos fallidas. Apatow tiene un historial de extenderse demasiado en sus películas y la política laxa de Netflix en ese aspecto puede jugarle en contra. Pero LOVE tiene un detalle que la diferencia de la mayoría de las otras series, más aún de las comedias: cada episodio continúa exactamente donde terminó el anterior, como si se tratara de una larga película de unas 5 horas (10 episodios a un promedio de 30 minutos cada uno) y no una serie de capítulos separados, más allá de que haya claras diferencias argumentales y tonales entre ellos.
Para no spoilear lo que sucede en los últimos episodios de LOVE solo diré que el tono cambia bastante claramente. La comedia va cediendo paso al drama (como sucedería en una comedia romántica normal en cine) y la relación entre Gus y Mickey se vuelve compleja, extraña, difícil. La fragilidad emocional de ella crece mientras que la carismática «bondad» de Gus se fractura y deja ver signos de una mayor complejidad (y hasta violencia) interior. Circunstancias los harán distanciarse, aparecerán otras personas de por medio y la comedia romántica se convertira en una especie de drama indie sobre dos seres bastante perdidos y confundidos en la cada vez menos «luminosa» Los Angeles.
Lo que gana la serie en su última parte, además de ritmo y potencia narrrativa, tiene que ver con la verdad emocional de los personajes, lo cual la transforma en una serie con una mirada un tanto más realista de su tema y título. Apatow, Rust (que además de protagonista es coautor) y Leslie Arfin, junto a un sólido grupo de directores (que incluye a Joe Swanberg, Steve Buscemi, Michael Showalter y John Slattery) van mostrando a los protagonistas, de a poco, en sus facetas más íntimas y contradictorias, no solo en lo personal sino en la forma de relacionarse entre sí. Los miedos, inseguridades, problemas de autoestima, adicciones y juegos de poder quedan cada vez más en evidencia, lo mismo que las zonas menos «románticas» y egoístas ligadas a las relaciones amorosas. Para eso ayudan mucho las actuaciones, especialmente la de Jacobs, que se expone de una manera casi brutal al desnudar las inseguridades de su complicado personaje.
A partir de ese gradual cambio de tono, LOVE se vuelve más oscura y verdadera al mismo tiempo. Y un ejemplo claro de que las series, más que las películas o hasta las novelas, necesitan un tiempo hasta poder encontrar su propia voz.