Cannes 2016: «Toni Erdmann», de Maren Ade
Siete años después de su premiadísima y extraordinaria EVERYONE ELSE, Maren Ade vuelve a la dirección (y debuta en Cannes) con una película que, al menos en apariencia, poco y nada tiene que ver con aquel drama de pareja. TONI ERDMANN sorprende, primero, por su duración (son más de 160 minutos), pero eso se olvida […]
Siete años después de su premiadísima y extraordinaria EVERYONE ELSE, Maren Ade vuelve a la dirección (y debuta en Cannes) con una película que, al menos en apariencia, poco y nada tiene que ver con aquel drama de pareja. TONI ERDMANN sorprende, primero, por su duración (son más de 160 minutos), pero eso se olvida rápidamente cuando uno empieza a ver el filme y se encuentra con una comedia encantadora, deliciosa, libre y muy humana. Es la clase de película que seguramente tendrá una remake hollywoodense (apuesto que a Bill Murray se la muestran esta semana), pero que en su versión original y alemana logra escapar de las zonas más convencionales a las que seguramente arribará en su adaptación.
La línea básica de la película es simple y ya hemos visto versiones de esto mismo. La protagonista es una mujer independiente y obsesionada por su trabajo que no tiene tiempo ni para relaciones, hijos, ni para ser demasiado sociable y, mucho menos, para su familia. Inés vive en Bucarest donde trabaja en una de esas empresas anodinas y prolijas cuya función no se entiende bien pero queda claro que parte de su trabajo consiste en reducir personal en otras empresas, hacerlas «rendir» más. Pero el otro lado de la ecuación parece ser su polo opuesto. Su padre, Winfried, es un sexagenario simpático y «perdedor», un profesor de piano, maestro de escuela y uno de esos bromistas permanentes que no se toman nada en serio, a mitad de camino entre el tío simpático y loquito y esos parientes pesados que se creen más graciosos de lo que son. Especialmente para los hijos que crecieron con ellos y están un poco agotados de sus bromas.
Ambos se reencuentran en una viaje de Inés a Alemania, quien va a visitar a su madre (Winfried está separado de ella, que se volvió a casar). Es claro de entrada que la relación está plagada de tensiones y que el humor de Winfried –que intenta aflojar a su hija y a todo aquel con que se cruza, casi como un mecanismo de comunicación por la via del humor constante– irrita a la tensa Inés y también a los demás. Ade logra que entendamos a ambos: la bonhomía aparente del padre esconde algunas frustraciones que iremos conociendo mientras que la aparente dureza de Inés es también una reacción a un tipo cuya gracia muchas veces da pudor y verguenza, logrando el efecto opuesto al buscado.
Pero el padre no se amedrenta y decide visitarla en Rumania por sorpresa. Las cosas no salen demasiado bien pese a los intentos de acercamiento y Winfried se va. Al menos, eso es lo que Inés cree. Pero al otro día, en un bar en el que está tomando algo con amigas, se topa con el tal Toni Erdmann, que no es otra cosa que su padre, disfrazado con peluca y dientes postizos, que se vuelve a meter no solo en su vida sino ya en la de su empresa, jefes y amigos, con la intención siempre de «humanizarla» pero consiguiendo el efecto contrario la mayor parte de las veces.
Conviene no adelantar más pero muchas cosas sucederán en las siguientes dos horas. La comedia llegará a niveles absurdos de esos que causan ataques de risa imparables (no recuerdo haberme reído tanto en la competencia de Cannes), pero Maren Ade no va directamente hacia el lugar más esperado y previsible. Si bien algún tipo de circuito comunicacional entre ambos empieza a abrirse, los resultados son impensados, llevando a la hija a una zona más cercana al ataque de pánico que al esperado reconocimiento de la intrínseca bondad del padre.
Elementos dramáticos y apuntes sociales sobre la Rumania contemporánea y falsamente cosmopolita se cuelan a cada minuto en un filme cuya libertad se extiende al guión, las actuaciones y la puesta en escena. Pero el centro está en el humor que Winfried/Toni causa en cualquiera de las situaciones en las que se presenta. Humor incómodo a veces (se tira o aparente tirarse pedos adelante del jefe de su hija y en una larga secuencia se hace pasar por el embajador de Alemania) mientras que en otras se acerca a lo conmovedor. Pero jamás es patético. O si lo es, es consciente de serlo, no es la película la que lo muestra así.
Un par de escenas de la última parte del filme –un cover de Whitney Houston cantado por Inés con él al piano y una fiesta inesperadamente nudista– se llevarán la medalla de oro en cualquier competencia olímpica de la risa, pero TONI ERDMANN tiene muchos otros momentos acaso no tan graciosos pero que sin dudas aportan a que ese ida y vuelta entre padre, hija y espectador funcione a la perfección. Como detalle curioso, los que hayan visto otro filme clásico de la Escuela de Berlín como WINDOWS ON MONDAY, de Ulrich Koehler –que es el marido de Maren Ade–, recordarán un cameo de Illie Nastase, el famoso tenista rumano. Aquí no solo Rumania es central en la trama sino que se habla de otro famoso hombre de ese país ligado al tenis. Y, en un punto, el propio Toni se le parece…
Interesante es analizar también como esa escuela de cine que se caracterizaba por un cine análitico, contemplativo y, si se quiere, frío, seco y hasta clínico hoy es capaz de producir una comedia tan desternillante como ésta. Habría que ver si los realizadores del Nuevo Cine Argentino –movimiento con el que muchas veces se lo comparó– son capaces de encontrar un camino parecido para sus nuevos filmes. Uno que apueste al humor, que no le tema al ridículo y que, sin perder verdad, inteligencia y sutileza pueda dejar a los espectadores sonrientes por varios días como seguramente les pasará a todos los que vean esta maravillosa TONI ERDMANN.