
TV: «The Get Down» (Temporada 1 – Parte 1)
La serie de Netflix creada por Baz Luhrmann («Moulin Rouge», «El gran Gatsby») se centra en el nacimiento del hip-hop a fines de los años ’70 en el Bronx. Un espectáculo visual y musical tan excesivo como extraordinario.
Cualquiera que haya seguido más o menos de cerca la carrera cinematográfica de Baz Luhrmann sabe qué cosas se pueden esperar y qué no de sus películas. O, en el caso de THE GET DOWN, de sus series de televisión. Lo suyo siempre ha sido grandilocuente, operático, extremo, basado más en mitos que en realidades. Y jamás ha ocultado su pasión por lo ampuloso y teatral: la mayoría de sus filmes abren con un cortinado rojo a partir del cual uno se sumerge en un universo alejado del mundo real. Es representación pura: show, exceso, puesta en escena. No hace falta más que recordar MOULIN ROUGE para tenerlo en claro.
Una serie sobre los inicios del hip hop en el empobrecido Bronx de los ’70 no suena, en principio, como el universo ideal para las fantasías de Luhrmann. No sólo porque, más allá de lo musical (omnipresente en toda su obra), el realismo urbano no es su fuerte sino porque, siendo australiano y blanco, poco y nada personal parecería poder aportar al universo. Es por eso que toma un tiempo entender bien la propuesta de THE GET DOWN, tal vez todo el primer y largo episodio de 90 minutos, el único dirigido por el propio Luhrmann (que es el «showrunner» de la serie), que confundirá a muchos. Pero una vez que la propuesta es clara y el lenguaje audiovisual consistente, es innegable que la serie funciona y crece hasta convertirse en una verdadera e inesperada revelación.
El estilo de Luhrmann no es apto para minimalistas. Su idea aquí parece ser la de hacer una versión de ROMEO + JULIETA en el Bronx usando el rap como los versos shakespereanos y las actuaciones aún más teatrales que en el teatro del siglo XVI. Pero así como todos suponían que su versión de aquel clásico del Bardo iba a ser fallida (tenía todo para serlo, convengamos), con THE GET DOWN sucede lo mismo: se produce el milagro de que la alquimia funciona. Con sus excesos, sus delirios, sus momentos que bordean el ridículo. Pero con una energía, una pasión y un fervor musical que convencen.
Ver THE GET DOWN es, casi, como estar viendo un show de Broadway en televisión. Y uno no va a ver un musical de Broadway por su realismo sino por su caracter de espectáculo. Y eso es lo que ofrecen Luhrmann y su entusiasta elenco aquí, un espectáculo que toma tanto del teatro musical como de sus adaptaciones al cine: un poco de AMOR SIN BARRERAS, otro toque de FAMA y bastante del universo de la música disco y del hip-hop en su versión más fantasiosa… y no tanto. No hay que descartar la colaboración creativa y en la producción del DJ Grandmaster Flash, la estrella de hip-hop Nas y el historiador y crítico musical Nelson George ya que mucho de lo que se ve en la serie se puede encontrar, en una versión más periodística, en libros como «Can’t Stop, Won’t Stop: A History of the Hip-Hop Generation», de Jeff Chang (editado en la Argentina por Caja Negra como «Generación Hip-Hop»), o «HipHop America», del propio George.
Es cierto, como analizaron algunos críticos, que el estilo de Luhrmann es más apto para un show sobre música disco que uno sobre hip-hop –y en cierta medida, por las decisiones musicales, éste por ahora parece serlo–, pero ambos géneros funcionan con un alto componente mitológico y de carácter espectacular. Los vestuarios, las luces, los bailes y la polisexualidad del disco nutren al hip-hop y friccionan con él, desde lo estrictamente musical (los DJ usan solo los «breaks» musicales de los singles) a la estética. Pero el hip-hop es también un lenguaje lleno de referencias fantásticas: el colorido y la potencia del graffiti, el cine de acción asiático y sus filosofías ad hoc, los cómics de superhéroes y la poesía dramática de los versos. Fue una explosión de sonido y color que busco escapar al gris urbano del Bronx circa 1977.
La historia que cuenta THE GET DOWN es la de Ezekiel, un poeta adolescente del Bronx que encontrará en el rap (cuya existencia desconocía) su forma de expresión. Sus idas y vueltas estarán relacionadas con el entonces underground movimiento del hip-hop (con sus popes barriales del Bronx, Grandmaster Flash, DJ Kool Herc y Afrika Bambaataa), con los gangsters y matones de cada zona, con sus amigos, con una chica de la que está enamorado y que sueña en convertirse en una diva de la música disco y con la posibilidad de ir a la universidad y trabajar para «the white men». Pero, centralmente, con su amigo y mentor, Shaolin Fantastic, el incipiente DJ con el que combinará fuerzas.
En medio de su frenético pase de una escena a otra (la serie está editada por momentos como un mash-up, yendo y viniendo entre escenas como si el editor fuera un VJ), Luhrmann se las arregla para pintar el clima de la Nueva York de los ’70, en especial la durísima situación económica y social del Bronx. La política es parte importante de la serie –los manejos turbios por detrás de las elecciones de 1977, los «punteros» de la zona–, lo mismo que los disturbios causados por el famoso apagón eléctrico que tuvo lugar en el verano de ese año y que terminó con saqueos por doquier. Luhrmann y su equipo mezclan material de archivo con trabajadas reconstrucciones para imitar el look de material fílmico gastado de la época y sobre ese set de noticiero setentoso le sobreimprimen el Show, la problemática pero de todos modos idealizada versión del Mito de la Creación.
THE GET DOWN, con sus excesos, triunfa donde VINYL no lograba hacerlo. ¿Por qué? Por ser consistente con su visión, anunciar de entrada su universo de fantasía y espectáculo más cercano al Cirque du Soleil que a un documental y sostenerlo a toda costa en los seis episodios de esta media temporada que Netflix estrenó. VINYL, en cambio, iba y venía, no sostenía narrativamente su tono y, finalmente, no tenía personajes con los que uno pudiera sentirse mínimamente identificado. Aquí el universo de la industria musical está presente, pero en segundo plano. El protagonista y, en cierto modo, el mundo que retrata están más cerca del de VELVET GOLDMINE, por citar otra referencia que pivotea entre la historia y la fábula.
Al tener a este grupo de entusiastas y talentosos jóvenes como protagonistas la serie contagia la mima energía que tiene su montaje y su música. Los personajes no están exentos de contradicciones y zonas oscuras –y hay densas subtramas ligadas al narcotráfico, la violencia sexual y crímenes violentos– pero siempre bajo el paraguas (o las «comillas») de que se trata de un show. Y que es eso, más que cualquier otra cosa, lo que ellos tienen que entregarle a los espectadores: un espectáculo sobre el nacimiento de una cultura musical y social.
Un párrafo –y una playlist– aparte merece la música de THE GET DOWN. Si bien se trata de un show, básicamente, sobre el nacimiento del hip-hop (las explicaciones técnicas sobre cómo los DJs hacen scratching sobre los vinilos son fabulosas), para ese entonces no había discos editados sobre un género que ni siquiera tenía nombre (verán que jamás se mencionan las palabras «rap» o «hip hop») por lo que no hay nada de eso. al menos por ahora, en el soundtrack. La banda sonora está llena de R&B de los ’70, música disco, clásicos de salsa y música latina (los protagonistas son tanto afroamericanos como boricuas y mezclas interraciales varias sin casi presencia de blancos) con intérpretes célebres como James Brown, Donna Summer, Chic, Quincy Jones, Kool & the Gang, Stevie Wonder y Curtis Mayfield mezclados con otros muy de moda en la época como The Trammps, Wild Cherry, Hot Chocolate, Boney M. Musique y otros. Pueden escucharla aquí.
La serie esta muy buena, la atmosfera que crea de ese ambiente es magica, es una serie que cuenta un lugar a traves de los colores y la musica. Y desde este punto de vista atrapa y entretiene mucho.
Creo que fue pensada para enfatizar eso a traves de la sobreactuacion, para contar lo que esta alrededor de los personajes y no los personajes mismos, porque si tenemos que analizar la serie desde el desarrollo de la historia, los personajes y las situaciones de guión, deja mucho que desear, salvo en los pasajes cantados a ritmo de hip-hop (que estan muy buenos) el resto del guión es puro cliche, los personajes secundarios nunca toman vida propia (cosa mala en una serie de varias horas de duracion).
La sobreactuacion de los personajes (las escenas de los «disco gangsters» son casi una parodia) no hacen otra cosa que hacernos ver y sentir lo que esta afuera (o alrededor) de ellos: los colores y la musica.
No estoy de acuerdo, creo que los personajes están muy bien desarrollados: la «historia de amor» entre Jimmy Smits y la mujer de su hermano, el personaje grafitero de Jaden Smith y su posible «coming out» en la fiesta, las amigas de la chica cantante, la profesora de Ezekiel, etc, etc. Pero coincido que lo que busca Bz no es realismo psicológico, es otra cosa: es «let’s put on a show». Un musical de los 50 sobre un tema de los 70 con estética más actual. Y sí, son sobreactuados, son impostados, gritados, teatrales. Mirá películas de Spike Lee de la época. O la última. Son así… A mí no me molestó en este contexto. Ahora, si ponés a actuar así a gente en una película de los Dardenne me mato y los mato, je!
Abrazo
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