TV: «Crisis in Six Scenes», de Woody Allen
La miniserie de seis episodios que el director neoyorquino hizo para Amazon no pasará a la historia como uno de sus mejores trabajos, de eso no hay duda. Pero tras un inicio flojísimo, mejora bastante en los episodios finales. El propio Allen, Elaine May y Miley Cyrus son los protagonistas de esta comedia acerca de una pareja de la tercera edad que tiene que convivir con una revolucionaria perseguida por el FBI.
En el reciente Festival de San Sebastián exhibieron la adaptación cinematográfica de AMERICAN PASTORAL, sobre la novela de Philip Roth. La película –que reseñaré cuando se estrene, si es que se estrena– es una versión pomposa y morosa de una novela que trata sobre un complejo tema político: «¿qué es lo que sucede cuando en la vida de una familia burguesa tradicional de los ’60 aparece una joven políticamente radical, dispuesta a sacrificar su vida por «la revolución» y matar gente, de ser necesario, para llegar a ese fin?». En CRISIS IN SIX SCENES, Woody Allen parece hacer su propia versión de la novela de Roth, lo que no sería extraño ya que entre ambos autores existen miles de coincidencias temáticas y generacionales. Pero en su caso, en plan comedia absurda.
Ni la película sobre la novela de Roth, dirigida por Ewan McGregor, ni la serie de Allen –sobre un guión propio– funcionan del todo bien, pero por los motivos opuestos. A la hora de elegir de qué manera enfrentar esos temas y cómo hacerlo prefiero, aun con sus defectos, la versión de Allen. Pero eso no es un mérito en sí mismo: CRISIS IN SIX SCENES elige la liviandad y un anticuado humor de comedia de enredos para desarrollar esa crisis generacional que enfrentó, casi medio siglo atrás, a dos generaciones de norteamericanos.
La serie se centra en una pareja de octogenarios. El es Sidney Muntzinger (Allen), un escritor que sueña con ser Salinger pero que, como sus novelas no venden, se ve resignado a escribir para la televisión. Ella (la mítica Elaine May, que no actuaba desde el 2000) es Kay, una terapeuta de parejas que organiza en su casa una especie de Club del Libro que reúne a otras señoras mayores a discutir una novela por semana. Su rutina se desarma cuando cae en la casa Lenny Dale (Miley Cyrus), una militante que se está fugando del FBI tras poner una bomba y que es hija de una familia que ayudó a Kay en su infancia, por lo que –pese al fastidio de Sid– no les queda otra que darle refugio en su casa.
Los primeros tres episodios de la serie se dedican a explotar los conflictos más obvios de este choque: Sid quiere seguir con su vida, que Lenny no le saque su comida de la heladera y que no aparezca el FBI en su puerta. La neurosis lo carcome y su mujer se ve dividida mientras Lenny no hace más que recitar lugares comunes de la militancia de izquierda de entonces y de ahora. En un tono bobalicón, plagado de chistes viejos, obvios y repetidos –hasta por el propio Allen– el humor se fagocita a sí mismo y es como estar viendo una puesta teatral de algún grupo de aficionados de la tercera edad que quieren hacer teatro.
Pero de a poco las cosas cambian. Salvo Sid, todos terminan «enganchados» con Lenny: primero Kay, luego Alan (John Magaro), un joven que se hospeda con ellos y que está a punto de casarse y tener una vida y trabajo burgueses (que la chica le enrostra en la cara hasta convencerlo de entregarse a la lucha armada) y, finalmente, hasta las señoras del Club del Libro que empiezan a leer a Mao, a Marx y a debatir como armar una bomba casera y salir a manifestarse desnudas en Manhattan. Y, lo que al principio parecía imposible, uno empieza a acomodarse un poco más a la propuesta de humor anticuadísimo de Allen.
No quiero decir con esto que los tres episodios finales sean extraordinarios pero son mucho más ricos en varios aspectos: el ritmo cómico es mejor, el paso hacia la acción y aventura es simpático y la apuesta por el humor caótico del último episodio –al estilo comedia de los ’30– funciona la mayor parte del tiempo. Y, si bien siempre puestas en un tono básico y crudo, las discusiones políticas se vuelven un tanto más ricas y con más aristas para seguir.
Lo que Allen no logra nunca es una continuidad tonal, una consistencia. A un muy buen momento le sigue otro muy flojo (el episodio 5 es claro en ese sentido), a un buen one-liner le sigue otro que está mal resuelto y no hace gracia, y así. Finalmente, la serie (bah, es una película de alrededor de 125 minutos dividida en seis partes) no es tan mala como sus flojísimos primeros capítulos hacían prever, pero tampoco justifican la expectativa o el dinero que se supone Amazon le pagó a Woody para hacerla.
Allen, en ese tono en el que nunca se sabe si habla o no en serio, dijo más de una vez que odió hacer la serie, que no tenía idea lo que hacía y hasta dio a entender que la hizo solo por dinero. Tal vez fue una broma para bajar las expectativas, pero no le funcionó. Al verla uno tiene la sensación de que el hombre hablaba en serio y muchos lo tomaron, al verla, como una profecía autocumplida. Pero CRISIS IN SIX SCENES no es peor que muchas de las películas menores del autor y el hecho de haber cobrado un montón de dinero para hacer algo mediocre y un tanto improvisado para Amazon, acaso uno de los mayores conglomerados de negocios del mundo, lo vuelve una especie de heredero involuntario de los revolucionarios de Lenny.