Estrenos online: cinco documentales

Estrenos online: cinco documentales

por - cine, Críticas, Series
21 Ene, 2017 12:29 | Sin comentarios

«OJ: Made in America», «Amanda Knox», «Tower», «Enmienda 13» y «Zero Days» son algunos de los muy buenos documentales que pueden encontrarse online (dos de ellos están disponibles en Netflix). Son películas que ponen el acento en injusticias raciales, sociales y políticas recientes con inusual potencia. Cuatro de ellos están entre los 15 preseleccionados para las nominaciones al Oscar en su rubro.

OJ: MADE IN AMERICA, de Ezra Edelman

Este ambicioso documental de casi ocho horas producido por ESPN y estrenado un poco antes que la más popular serie de ficción sobre el mismo personaje, tiene un par de importantes ventajas respecto a su par. Por un lado, Edelman no se centra solamente en el famoso juicio que todos conocemos (OJ Simpson, célebre ex jugador de fútbol americano, es juzgado por asesinar a su esposa y a otro hombre, en un caso que conmovió al mundo a mediados de los ’90) sino que hace una pintura más abarcadora del personaje. La serie de ficción, en realidad, era muy buena cuando se centraba en el mundo del juicio y en el circo de abogados y medios que rodeaba al acusado pero nunca lograba desentrañar nada de la personalidad de Simpson, eligiendo encima un actor como Cuba Gooding Jr., que poco y nada tiene que ver con él, ni físicamente ni en su forma de actuar.

Edelman nos dedica un episodio entero a la carrera de OJ como futbolista, sus logros en ese terreno (sin saber demasiado de ese deporte, es evidente que era un superdotado, maradoniano en su capacidad para eludir rivales), lo que sirve para entender su popularidad. Y, especialmente, logra poner en primer plano algo que en la serie de ficción apenas era mencionado: su completo desinterés –más bien, su oposición– a formar parte, a fines de los ’60, de cualquier movimiento de derechos civiles de la comunidad afroamericana. Simpson quería pertenecer al «mundo blanco» y así lo hizo, rompiendo barreras raciales y haciendo millones de dólares en publicidad, algo que en los ’70 era inédito para una celebridad no blanca.

El segundo episodio ya entra en la zona del crimen pero profundizando mucho más en la violenta relación que Simspon y su mujer Nicole Brown venían teniendo a lo largo de los años. El juicio, con sus diferencias, sigue los parámetros de lo que vimos en la ficción, solo que aquí los testimonios de casi todas las personas vivas ligadas al caso aportan muchísima información extra. Y ni hablar de las increibles imágenes, en especial de aquella famosa «persecución» y detención a través de Los Angeles. El documental también hará eje en cómo se manipuló el juicio para volverlo un tema racial en relación a la historia violenta de la policía de Los Angeles y la comunidad negra de esa ciudad, pero los testimonios de policías (de entonces y de ahora) servirán mucho para entender los detalles de esa tensa relación.

Y el último episodio acaso sea el más interesante y novedoso de todos, especialmente para los que no seguimos de cerca la vida de OJ post-juicio: una decadente y patética espiral que lo fue llevando a zonas cada vez más oscuras que, para los que no saben la historia, no revelaré. Pero lo cierto es que ese quinto episodio dejará con la boca abierta a más de uno. Es cierto que el filme procede de una manera tradicional: mezclando testimonios grabados en estilo clásico (los famosos talking heads o «cabezas parlantes») con material de archivo, pero los materiales son tan increíbles y los testimonios tan reveladores que se entiende y justifica que Edelman no haya intentado un acercamiento un poco más original estéticamente, el que tal vez sería un tanto distractivo. Es, además, un estilo que los documentales de ESPN tienen casi como formato obligado.

Aquí lo importante era contar esa tragedia americana con todos sus ribetes, sus idas y vueltas narrativas pero más que nada poniendo el acento en el contexto social y político que envolvió a este juicio. Y, especialmente, en el excesivo peso y presión de los medios, que muchas veces llevan a la justicia a tomar decisiones que tienen más que ver con satisfacer a la «opinión pública» que a ceñirse a los datos fríos, puros, duros y abrumadores, de las pruebas. Algo que no ha cambiado y seguramente no cambiará, tomando en cuenta el camino que los medios –obsesionados por las celebridades y por conseguir clicks con lo que sea, no importa si es verdadero o falso– han tomado desde entonces hasta ahora.

 

AMANDA KNOX, de Rod Blackhurst y Brian McGinn

Este documental, en una escala menor, puede claramente relacionarse con el de OJ Simpson: aquí también uno de los ejes principales es cómo la explotación del periodismo más amarillo (en este caso, británico e italiano) puede deformar y transformar un caso policial en apariencia simple en un caos para uno de los implicados. Aquí, la situación es inversa a la de Simpson, ya que se acusa a una persona por un crimen del que es claramente inocente. Amanda Knox era una estudiante norteamericana de 20 años que estaba haciendo un intercambio estudiantil en Perugia, Italia, en 2007, tenía como compañera de casa a una estudiante británica y estaba saliendo con un joven italiano. A poco de estar ahí, entra un día a su casa y encuentra a su roomate violada y asesinada. Y si bien no existían casi pruebas que la relacionaran con el caso, un par de evidencias circunstanciales (y una intensa presión mediática por convertir al caso en un espectacular y vendedor relato de sexo grupal, orgías y drogas) la enredaron a ella y a su novio en un juicio que duró años y que los llevó a la carcel a ambos por mucho tiempo, además de juicios y más juicios. Y ya verán en el filme cómo terminó todo…

La película procede, también, de manera clásica, mezclando testimonios con archivo. Y, además de centrarse en las idas y vueltas del caso (resumidas, claro, en función de su duración de apenas 90 minutos), los directores ponen el eje en cuestiones tales como la personalidad, si se quiere, no del todo «convencional» de Amanda, que la llevó a tener problemas por no saber mostrarse lo suficientemente compungida o quebrada ante el crimen. A eso además le suman que la chica tenía una activa vida sexual que sirvió para ser puesta en el banquillo cuando –lo verán con el correr del documental– en un momento es bastante evidente quien cometió el crimen.

Especialmente interesante es el testimonio del principal investigador italiano que sigue viéndola al día de hoy como culpable pese a las evidencias al contrario. Más ridícula, casi graciosa, es la defensa de uno de los periodistas ingleses que se dedicó al caso y que hoy no hace ningún mea culpa pese a admitir que explotó el asunto de manera sensacionalista, sabiendo que publicaba rumores, mentiras y verdades a medias. La protagonista termina siendo la más inteligente analista de su propio caso. Más allá de las durísimas experiencias vividas (y los años perdidos de vida), Amanda es la que mejor sabe ver y entender lo que le pasó y porqué le pasó en un documental valioso y atrapante.

(Disponible en Netflix)

 

ZERO DAYS, de Alex Gibney

El prolífico documentalista norteamericano, realizador de documentales sobre la Cientología, el caso del ciclista Lance Armstrong, WikiLeaks y las vidas de personas tan dispares como Fela Kuti y Steve Jobs –solo contando filmes del 2013 para acá– puede perder eficiencia y prolijidad en función de una producción que, evidentemente, debe realizar en equipo, equipo al que imagino filmando tres documentales en paralelo, como mínimo. Lo que no parece perder es su ojo para captar problemas de la actualidad, en algunos casos antes que realmente exploten ante la opinión pública. Tal es el caso de ZERO DAYS, un documental que pasó desapercibido por la competencia de Berlín el año pasado y que, a juzgar por su despareja, confusa y hasta reiterativa forma, no tenía nada que hacer ahí, especialmente si se lo compara con el ganador, FUOCCOAMARE, de Giancarlo Rosi. Pero el documental tiene méritos que son innegables. La mayoría de los cuales, es cierto, tienen más que ver con la astucia política que con el talento cinematográfico.

ZERO DAYS es un complejo documental que intenta contar la historia de los hackeos realizados por Estados Unidos e Israel para detener el aparato nuclear de Irán, pero –generalizando– la película se mete de lleno en una guerra secreta, una que los grandes poderes mantienen en el universo cibernético, por debajo de la superficie, una suerte de detente bélica, en la cual todo el mundo parece tener virus y malwares dispuestos a ser lanzados a sus enemigos (o potenciales enemigos) ante cualquier situación de amenaza y tensión. Malwares y virus que pueden, literalmente, detener el funcionamiento de un país entero. Con muchos entrevistados que prefieren, por secreto de seguridad nacional, no hablar mucho del tema, Gibney toma un par de expertos que hablan desde el anonimato (pone a actores digitalizados a representarlos, algo que no funciona tan bien como los realizadores supondrían pese a la relación temática que esa decisión estética tiene con el filme) a ventilar los oscuros secretos de los cruzados ciberhackeos, haciendo centro en el caso del virus Stuxnet.

El filme es un tanto confuso y reiterativo, es cierto, ya que no es muy sencillo poner en imágenes este tipo de trabajos virtuales más que con gráficos y complicadas explicaciones, pero claramente se adelanta a lo que sucedió en los Estados Unidos meses después, donde según muchos especialistas, los rusos ayudaron a Donald Trump a ganar las elecciones a través de trabajos de este tipo: los emails privados de Hillary Clinton, para empezar por lo conocido, y quien sabe qué más en función de lo que pasó. Viendo ZERO DAYS uno tiene la impresión que pasaron más cosas allí pero que el gobierno de Obama no las admitió para no dar a entender que la seguridad cibernética de su país era pobre. Ahora, con Trump en el gobierno, seguramente serán temas que seguirán sin ser investigados y nos enteraremos que qué pasó, con suerte, en un par de décadas, salvo que aparezca otro Edward Snowden a contar esos secretos que todos se guardan.

 

TOWER, de Keith Maitland

Hoy son casi noticia repetida en los Estados Unidos los casos de «pistoleros solitarios» que entran a escuelas y universidades y se dedican a matar gente a mansalva, al punto que ya casi no sorprende cuando otro hecho así tiene lugar. Pero en la década del ’60, estos casos no existían. TOWER cuenta el que ha quedado en la historia como el primero de todos ellos. Tuvo lugar el 1 de agosto de 1966 en la Universidad de Texas cuando un hombre empezó a disparar desde la torre más alta del campus a todo aquel que se cruzara por su mira, matando a decenas de personas y teniendo a la ciudad en vilo por casi dos horas.

Debido al paso del tiempo, Maitland elige una estructura y estilo muy particulares para narrar: lo hace a partir de la animación. Más allá de algunas fotos e imágenes de noticieros, casi todo el filme está contado con las voces de algunos de los protagonistas del hecho que van narrando lo que sucedió, pero lo que vemos –durante gran parte del relato– no son las entrevistas a ellos sino recreaciones animadas de sus narraciones. Así, TOWER recrea casi minuto a minuto algunas de las distintas situaciones que se vivieron entonces: una mujer embarazada y baleada que estuvo tirada en medio del patio central de la universidad bajo un calor infernal, historias de los que detuvieron al tirador y de otros que se involucraron de una u otra manera en la situación.

Los testimonios son, claro, de sobrevivientes y la elección de Maitland no es mala en lo que respecta a la animación, aunque sí un tanto forzada en su intención de crear suspenso sobre un hecho trágico y real, casi sin explorar motivaciones personales, sociales o políticas de lo que sucedió para centrarse más bien en un minuto a minuto, como si fuera un episodio de una serie de televisión de acción… pero animada. Al final, por motivos que no conviene revelar, la emoción se hace presente de manera abrumadora y, ahí sí, surge un tema interesante de analizar. A diferencia de hoy, en donde casi cualquier sujeto relacionado a un caso de este tipo, sale por TV, escribe libros y trata de aprovechar su fama como sobreviviente, en ese entonces la gente prefería callar y guardarse sus penas y traumas. Sobre el final la película funciona como una suerte de catarsis de los sobrevivientos y de algunas personas que perdieron a seres queridos allí, en un evento que lamentablemente marcó el comienzo de un ciclo mortal.

 

ENMIENDA 13, de Ana DuVernay

La directora de SELMA continúa su investigación en temáticas ligadas al racismo institucional en los Estados Unidos pero esta vez desde el lado documental. La Enmienda 13 de la Constitución de los Estados Unidos definió el fin de la esclavitud, pero una en una de sus líneas dejó en claro que ese tipo de sistema (de prevención de libertad) se mantendrá en caso de que la persona haya cometido algún crimen. Si bien en los papeles suena lógico, esta frase ha terminado por convertirse en una manera en la que el estado norteamericano ha tenido, de manera velada, de mantener esa esclavitud: teniendo un enorme sistema carcelario privado que aloja, en una proporción decididamente absurda, una gran mayoría de presos afroamericanos. DuVernay y los especialistas que hablan en el filme harán centro en cómo ningún gobierno ha hecho nada por frenar esta «industria carcelaria», especialmente tirando unos buenos tiros por elevación a los Clintons, ya que Bill fue uno de los responsables de una de las leyes que más hizo para sostener ese sistema.

Testimonio tras testimonio (en ese sentido el filme se vuelve un tanto monótono) van dejando en claro hasta qué punto la industria carcelaria funciona como una esclavitud contemporánea. De hecho, varias compañías se nutren del trabajo que hacen los presidiarios, obviamente de manera gratuita, lo cual no es muy diferente a lo que pasaba dos siglos atrás. Este sistema, teoriza la película, sigue a la segregación y a la «guerra contra las drogas» en el camino del sojuzgamiento y control racial que opera en Estados Unidos. DuVernay agrega ejemplos de la cultura popular (como la imagen de los negros peligrosos, violentos y violadores de películas como el clásico EL NACIMIENTO DE UNA NACION) para expandir su hipótesis de cómo la esclavitud mutó de formas pero se mantuvo, llegando a los asesinatos cotidianos de jóvenes negros desarmados –que no parecen gozar de la «presunción de inocencia»– que han generado el reciente movimiento Black Lives Matter.

Si bien, como decía antes, las limitaciones estéticas del documental son claras y los puntos de vista machacados insistentemente pueden volverse un tanto reiterativos, DuVernay no teme en pegarle a la clase política blanca liberal, que no ha hecho nada para mejorar la situación sino que hasta la ha empeorado. Y ni hablar del peso de los lobbies de las empresas constructoras de cárceles para impedir cualquier cambio de política al respecto. Hoy la población carcelaria en Estados Unidos es de más de 2,3 millones de personas, la más alta del mundo en proporción a la cantidad de habitantes. Y el 40% de ellos (casi un millón) son afroamericanos, lo cual lleva esa proporción a cifras mucho mayores ya que solo el 13% de la población de EE.UU. es negra. En un país con cárceles privadas que se manejan como empresas en búsqueda de ganancia y que funcionan mejor a mayor ocupación, es un sistema que no parece ir en camino de mejorar. Y a juzgar por las palabras de Trump en plan «mano dura», lo más probable es que eso empeore hasta a llegar a niveles nunca antes imaginados.

(Disponible en Netflix)