Berlinale 2017: “Django”, de Etienne Comar
La película de apertura del Festival de Berlín se centra en la vida del guitarrista de jazz belga de origen gitano Django Reinhardt durante la ocupación alemana en Francia. Una opera prima correcta pero muy convencional que no profundiza demasiado en la vida ni en la música del célebre intérprete y compositor.
La Berlinale –convengamos, como muchos otros festivales– no acostumbra a mostrar sus mejores cartas en la apertura. A veces se da el milagro y el festival abre con una gran película (recuerdo un filme de Wes Anderson, otro de los Coen), pero la mayor parte de las veces lo hace con un filme tradicional, standard, correcto, “para todo público”. Los hay mejores y los hay peores, pero raramente esas películas se salen de la norma. Y este año no fue la excepción. DJANGO, la película de Etienne Comar, basada en una etapa de la vida del guitarrista de jazz belga de origen gitano Django Reinhardt (Reda Kateb) pertenece a un par de géneros que siempre funcionan aquí: la biografía musical y el drama de la Segunda Guerra Mundial.
El filme comienza en 1943, con Reinhardt ya convertido en una celebridad, y tocando en grandes teatros de París durante la ocupación alemana. Al músico no parece importarle mucho más que su guitarra, la pesca y la bebida. De hecho, está pescando en el Sena cuando deben venir a buscarlo para que toque ante un teatro repleto de gente (oficiales nazis incluídos) que lo espera. Llega tarde, se viste –más bien, lo visten– y el hombre deleita el público como si nada. Pero los problemas comenzarán cuando lo inviten a hacer una gira por Alemania donde, además de ponerle severas restricciones a lo que puede tocar en vivo (en un papel especifican qué porcentaje de música “negra” puede tocar y que la audiencia no tiene permitido mover los pies al ritmo de la música), da la sensación que su vida puede correr peligro.
A Django nada parece importarle demasiado. Parece que hasta ese momento está en su propio trip de artista famoso, completamente desentendido de lo que pasa en el mundo exterior –incluyendo la comunidad gitana–, pero una de sus admiradoras y ocasional amante parisina (Cecile de France) lo convence de no aceptar el viaje y le pide que se vaya junto a su madre (el mejor y más simpático personaje de la película) y su esposa a un pueblito cercano a Suiza para luego poder fugarse a ese país. Es allí donde se reúne con primos y parientes gitanos. Y es ahí que, de a poco y mientras trata de ganarse la vida tocando su música un tanto camuflado para no ser reconocido por los nazis, va tomando conciencia del sufrimiento de su pueblo, sufrimiento que hasta ese entonces parecía desconocer.
La película comienza con la sensación de que vamos a ver un musical en el que la guitarra de Django tendrá un enorme protagonismo, pero de a poco el filme va dejando eso un poco de lado (más allá de algunas ocurrentes improvisaciones y lecciones musicales en el campamento gitano donde todos lo idolatran) para centrarse en las más clásicas situaciones de fugas, escapes y engaños en los que hay que lograr evadir a prototípicos nazis cómo sea. Y los que conocen la historia del músico sabrán de entrada qué es lo que sucede ahí. Hay un incipiente y potencial triángulo amoroso que nunca llega a convertirse en central en la historia y, en la segunda mitad, la película se va volviendo más previsible y pomposa, a la par de la “toma de conciencia” del músico.
Es loable, en cierto sentido, que Comar –en su opera prima como realizador, fue guionista de Xavier Beauvois y Maïwenn– evite los clichés de las biografías prototípìcas que intentan contar toda una vida en menos de dos horas. Pero a diferencia de otros filmes que hacen algo similar o aún más concentrado (como es el caso de la reciente JACKIE, de Pablo Larraín) no hay en la puesta en escena, en la forma, en las actuaciones o en el tono del filme algo que la distinga de el tipo de producciones más tradicionales. Por momentos da la sensación de que, si de todos modos va a contar esta historia de la manera convencional en la que la hace, ya casi que sería mejor contar la historia de vida de Reinhardt quien, después de todo, tampoco es tan conocido fuera del mundo del jazz. Pero no. La película no deja de ser convencional aun cuando pretenda no serlo.