BAFICI 2017: Críticas de las Competencias Latinoamericana y de Derechos Humanos (9)

BAFICI 2017: Críticas de las Competencias Latinoamericana y de Derechos Humanos (9)

por - cine, Críticas, Festivales
10 Abr, 2017 11:00 | Sin comentarios

Aquí van algunas críticas iniciales de dos de las más recientes secciones competitivas agregadas por el festival: la dedicada al cine de América Latina y la centrada en películas con temáticas ligadas a los derechos humanos.

COMPETENCIA LATINOAMERICANA

SAMBÁ, de Laura Amelia Guzmán e Israel Cárdenas (7)

En un giro bastante radical respecto a su última película, la poética DOLARES DE ARENA, el nuevo trabajo de la pareja de realizadores Guzmán y Cárdenas apuesta a un formato más clásico, casi hollywoodense: la película de box. Más específicamente, la de la redención por la vía del boxeo. Los personajes principales aquí son tres: Francisco, un hombre que acaba de salir de la cárcel en Estados Unidos después de 15 años y es enviado de vuelta a República Dominicana; su hijo que es hoy un adolescente metido en similares problemas a los que lo llevaron a él a la prisión y Nichi, un ex boxeador italiano con deudas que trabaja en un restaurante de Santo Domingo, pero que es echado de allí por sus reiterados problemas.

Nichi se topará con Francisco, quien ha aprendido a pelear durante su larga estadía en la prisión y, tratando de ganar algún dinero rápido, lo convence de participar en peleas callejeras. El, que no consigue trabajo, aceptará. Y allí el particular entrenador italiano se dará cuenta que el hombre es bueno para los combates y que puede hacer dinero con él. Mucho, ya que apenas le da una mínima parte al boxeador. Pero las cosas irán creciendo y cambiando y ambos se verán ante mayores desafíos: personales, familiares y profesionales. El hijo de Francisco se meterá en problemas, su madre tendrá los suyos y aparecerá en escena una mujer dueña de un gimnasio que se meterá entre ambos creando algunas fricciones hasta llegar a una resolución, como indican los manuales clásicos, en la que todo o casi todo deberá resolverse arriba de un ring.

Guzmán y Cárdenas han hecho muchas películas muy distintas a lo largo de sus carreras, desde las más realistas y sociales COCHOCHI y JEAN GENTIL, pasando por el documental CARMITA y la citada y poética DOLARES… que protagonizó Geraldine Chaplin. Esas experiencias de trabajar siempre cerca de sus criaturas dejando que se definan por detalles y características específicas de su personalidad hacen que SAMBA –más allá de algunos momentos aislados– casi no pierda el rumbo ni caiga en un relato genérico convencional. Ambos realizadores saben mantener a raya a sus personajes y construir un universo creíble en torno a ellos que, si bien responde a los cánones casi prototípicos de este tipo de películas a lo largo de la historia del cine, nunca se vuelve obvio o del todo estereotipado. Utilizan las convenciones para crear un drama que se siente en el cuerpo.

 

ANDRES LEE I ESCRIBE, de Daniel Peralta (7)

El cine chileno sigue demostrando, película a película, una variedad temática y de estilos que sorprende, especialmente en relación a buena parte del cine latinoamericano que parece funcionar siempre dentro de ejes un tanto preterminados por buscar fondos y subsidios del exterior. Hay influencias, de todos modos. En el caso de esta película –y de varias otras hechas en el país vecino– se puede sentir la de cierto cine indie norteamericano, la de películas intimistas, de relaciones, con música pop (aquí hay temas de Daniel Melero, de Leo Quinteros y otros) en las cuáles la trama está por detrás de la descripción de personajes que, generalmente, están atravesando momentos complicados en sus vidas.

Este es el caso de Andrés, un hombre que trabaja en el turno nocturno en una fábrica y, da la impresión, padece todo tipo de dolencias. Pronto nos damos cuenta –Peralta es inteligente al ir dándolo a entender gradualmente– que en realidad Andrés es un actor que hace roles de paciente en exámenes que les toman a estudiantes de medicina. Es una «pega» («laburito», diríamos acá) que no le da de comer, ni satisface su vocación, especialmente en relación a su amiga/novia, que está ensayando una obra teatral. Es por eso que el hombre anda bastante deprimido, cansado (trabaja de noche y no logra dormir bien de día por más que cierre todas las cortinas de su casa) y nada parece darle placer: no disfruta tener sexo con su pareja ni las conversaciones con su más animado compañero de la fábrica.

Promediando el filme, dos episodios paralelos parecen empezar a despertarlo de su letargo: uno de sus «trabajitos» con estudiantes de medicina sale mal por culpa suya y eso lo lleva a conocer a la alumna que es víctima de su error/crisis. Y, por otro lado, una visita a la casa de su madre lo pone en contacto, si se quiere, con la persona que supo ser años atrás. El filme de Peralta no se aleja de los cánones narrativos habituales de este tipo de dramas, solo que funciona de manera asordinada, sin grandes crescendos dramáticos (casi todos los actores funcionan en un registro bajo e intencionalmente opaco) y, especialmente en la segunda mitad, entrando una zona Linklater/Rohmer que transforma a la película en una serie de largas conversaciones entre el protagonista y su nueva amiga.

Si hay algo original y hasta un tanto arriesgado en la película es que Andrés muchas veces resulta un tanto desagradable. En su, digamos, «crisis existencial» (cuando actúa de enfermo bien podría estar describiendo sensaciones reales) puede ser muy rudo y descortés con su «amiga» al punto de ignorarla por completo y, en su vida cotidiana, puede pasar de ser un tipo gris a uno directamente oscuro. Es por eso que su giro personal, a partir de los episodios citados, resulta un tanto brusco: el hombre silencioso y monosilábico de golpe se transforma en una máquina entusiasta de hablar y hablar. Pero, dicen, enamorarse tiene siempre efectos secundarios desconocidos e inmanejables.

 

UN SECRETO EN LA CAJA, de Javier Izquierdo (7)

La vida y obra del escritor ecuatoriano Marcelo Chiriboga –uno de los miembros menos reconocidos del «boom literario latinoamericano» de los años ’60– son el centro de atención de este filme que trata de rescatar su figura del olvido absoluto, olvido que incluye a sus propios (ex) compatriotas. El realizador recorre el mundo entrevistando a las pocas personas que lo conocieron y recuerdan, incluyendo a su hermana, algunos viejos amigos, periodistas que investigaron previamente sobre su misteriosa vida, la hija de su editor español y otros personajes que no conviene adelantar pero que formaron parte de la vida de el escritor de «La línea imaginaria» y otras novelas. Más allá de algunas fotos y los propios libros, hay solo una aparición en vivo del autor, para un programa de TV español en los años ’70 como testimonio de su existencia, lo cual lo torna aún más inasible.

Si bien parece funcionar como un documental convencional –y hasta bastante clásico y un tanto amateur en su formato–, el filme de Izquierdo tiene sus trucos y juegos que no convienen adelantar aquí, trucos que ponen en juego varias cuestiones ligadas a la identidad, a lo real y a lo ficticio, al concepto de lo nacional y otra serie de factores que son parte de la mítica existencia del oscuro Chiriboga. Durante buena parte del «relato», la apuesta conceptual de Izquierdo funciona muy bien, pero en algún momento se toman algunas decisiones que son demasiado reveladoras de la estrategia narrativa que se viene sosteniendo hasta entonces, lo cual le hace perder al filme una pizca de misterio y, con eso, de su propia fuerza.

Se hace difícil escribir sobre el filme sin entrar de lleno en el terreno de los «spoilers», por lo que solo vale recomendar la experiencia y dejar que el espectador disfrute sin demasiada información previa una película que logra armar una excelente historia que es tan realista como fantástica, tan lógica como absurda y tan –en un punto– latinoamericana. Y más allá del autor en sí y de las historias que lo rodean, UN SECRETO EN LA CAJA es finalmente una película que pone en discusión la identidad, la cultura y la memoria de un país como Ecuador del que, muchos notarán al ver el documental, conocemos muchos menos de lo que creemos conocer.

 

CARROÑA, de Sebastián Hiriart (7)

El planteo inicial de la película nos lleva a pensar en el de un relato de terror. Una joven pareja viaja a una playa bastante desierta y paradisíaca en la que intentan descansar y recomponer una relación que parece un tanto gastada. Pero pronto, allí, empiezan a surgir problemas. Unos chicos del lugar se comportan un tanto agresivamente con ellos y algunos de los locales también, haciendo sentir al espectador que esta parejita de clase media pronto se verá enredada en una serie de asuntos oscuros y peligrosos. Si se piensa, además, en el título y en que el cine mexicano reciente, al menos el de exportación, ha hecho una escuela con esto de hacer pasar momentos cruentos a sus protagonistas, uno supone que el filme de Hiriart disparará para ese lado.

Pero no lo hace. O sí, pero no de las maneras esperadas. El conflicto principal se produce, en realidad, entre la pareja protagónica, especialmente cuando ella se muestra interesada en uno de los locales, lo cual deriva en más peleas y frustraciones entre ambos. En paralelo, de una manera real pero igualmente simbólica, una gran tormenta parece avecinarse, por lo que muchas personas se van yendo lo más rápido que pueden (eso es lo que aconsejan hacer los que saben del asunto), aunque no todos son de la misma opinión y ellos prefieren quedarse más tiempo del conveniente. Es así que, en paralelo al «oscurecimiento» meteorológico, la relación entre los protagonistas –y entre ellos y algunos de los habitantes del lugar– se va volviendo igualmente más densa y peligrosa.

Más que apostar por el terror, Hiriart busca transmitir una atmósfera de suspenso psicológico cercana a la de películas como PERROS DE PAJA, en el límite entre el realismo de muchas de las situaciones y el marco de cine de género que envuelve a la historia, especialmente cuando se va volviendo más y más oscura. Si bien algunas elecciones narrativos son un tanto subrayadas, CARROÑA consigue escapar de los códigos más previsibles para este tipo de relato –especialmente desde lo formal– y transformarse en una minúscula epopeya de supervivencia, sí, pero también una que convierte a los protagonistas, en buena parte, en responsables de sus propios problemas. El lugar –real y metafórico a la vez– no hace más que convertir en territorio físico lo que, finalmente, no es otra cosa que una tormenta interior.

 

CASA ROSHELL, de Camila José Donoso (8)

Este documental realizado en México por la realizadora chilena, codirectora de NAOMI CAMPBELL, tiene como centro la «casa» que le da su titulo, un lugar que funciona –de cierta manera– como club nocturno y «escuela de travestis» y/o de cross-dressers, en la que la mítica fundadora del lugar imparte lecciones a hombres que desean aprender y experimentar (de manera permanente u ocasional, eso no tiene importancia) aquello de andar de tacos altos, maquillaje, peluca y otros etcéteras. A su modo, el local en sí tiene algo de las viejas escuelas de señoritas, donde los modales y formas correctas de «ser mujer» eran enseñados a las nuevas generaciones de chicas.

El lugar funciona también como boliche nocturno y es allí donde aparece la interacción con los visitantes y las performances cobran vida ante los demás, en su mayoría hombres que también han encontrado allí un refugio y lugar de aceptación y comodidad. Con una temática similar a la de su filme anterior, pero con una mirada más optimista y positiva a la hora de retratar las situaciones que atraviesan los personajes, Donoso convierte a ese lugar y a las personas que lo frecuentan en una suerte de lugar de resguardo y de juego, un espacio donde el afecto y el entretenimiento se imponen ante lo que seguramente es una más oscura y difícil realidad exterior.

 

COMPETENCIA DE DERECHOS HUMANOS

LOS NIÑOS, de Maite Alberdi (7)

Como en LA ONCE, su anterior y premiado documental, la realizadora chilena vuelve sobre otro grupo de amigos «invisibilizado». Si allí eran unas ancianas, las que se reunian a tomar «la once» (una versión generosa de nuestra merienda), aquí el núcleo pasa por un grupo de personas con Síndrome de Down. Y en este caso, como en aquel, el trabajo de Alberdi es mostrar las dinámicas internas de esos grupos y a la vez analizar su conexión (o no) con el afuera.

Si hay otro punto en común en ambos filmes es la idea de construir con los materiales documentales una suerte de ficción en la que los distintos personajes vayan relacionándose entre sí (o peleándose) y que esa dinámica sea la que de vida a la historia. Aquí el centro son personas con Down que ya han superado los 40 años y se encuentran en una situación complicada: la ley ya no los protege como cuando eran más chicos y sus padres –quienes prometieron cuidarlos por todas sus vidas– van envejeciendo y muriendo. ¿Cómo se adaptan a esta realidad? ¿Quién y cómo los mantendrá? ¿Pueden ellos solos?

Alberdi no pone los temas en la mesa en primer plano. Al contrario, su filme es una suerte de comedia de equívocos en la que los protagonistas vivirán historias de amor, de celos, peleas internas y otras desventuras como si se tratara de un grupo de alumnos de una escuela convencional. Claro que hay diferencias, pero esas diferencias Alberdi las naturaliza de tal manera –por ejemplo, haciendo que todos las personas que no tienen Síndrome de Down en el filme estén fuera de campo o de foco– que al rato convivimos con los protagonistas y sus problemas cotidianos sin casi notarlas.

Puede que exista algún forzamiento de esa realidad para cuajar en los modelos narrativos más clásicos (el romance, la boda, el cumpleaños, el casamiento, la partida, la cita, etc) pero se hace de manera tan sutil que el espectador difícilmente sienta una mano por detrás manipulando en cierto modo los resultados. LOS NIÑOS es una película noble, generosa, humana, que se acerca a los personajes de manera abierta y cariñosa, intentando que el espectador se sienta integrado a ellos y no mirándolos con distancia o de manera condescendiente. Nada más lejos que eso. La película de Alberdi es una película amorosa en el sentido más amplio de la palabra.

Si bien la película no ahorra, a su manera, sus críticas a un sistema que no sabe muy bien que hacer con estos «niños grandes» (el tema económico es una subtrama permanente a lo largo del filme, a las personas con Down les pagaban por trabajar, hasta un reciente cambio legal, por mucho menos salario que al resto), Alberdi prefiere poner el eje en la convivencia cotidiana y en el esfuerzo por seguir aprendiendo, por más dificultades que eso presente.

 

EL PACTO DE ADRIANA, de Lisette Orozco (8)

El amor por la familia, dicen, suele anteponerse a casi todo. Y en el caso de este documental chileno el desafío porque esa frase sea cierta fue tan grande que la directora no tuvo más remedio que hacer una película para exorcizarlo. La tía de Lisette, Adriana Rivas, era para ella un personaje simpático y excéntrico de su familia. Vivía en Australia y, cuando volvía a Chile, lo hacía con regalos e historias para compartir. Pero de a poco Lisette empezó a escuchar en los medios que a su adorada tía la acusaban de horribles crímenes durante la dictadura de Pinochet. Era obvio, para ella, que no había forma de conectar las dos cosas. Imposible. Una mentira.

Usando su cámara casera, un poco de Skype y ciertas dotes de investigadora, se lanzó a hacer este documental casi para probar que las acusaciones que ligaban a su tía con las torturas cometidas mientras ella trabajaba en la DINA (versión chilena de nuestra SIDE) eran absurdas, como Adriana se lo juraba una y otra vez. Pero las evidencias están ahí y la película empieza a volverse en contra de sí misma, casi a pesar de su directora, que intenta seguir priorizando su devoción y cariño familiar hasta que la situación se vuelve inmanejable.

Un tema que a muchos argentinos tocará de cerca, el documental de Orozco es un testimonio directo, concreto, a la manera de diario personal, de las formas en las que los secretos y mentiras del pasado dejan huellas que ni todo el amor del mundo puede borrar.

(Publicada originalmente en La Agenda de Buenos Aires)

 

MEU CORPO E POLITICO, de Alice Riff (7)

Este documental sigue a cuatro personas transgénero que habitan en la periferia de San Pablo y que, cada uno/a a su manera, se dedica a lucha y defender sus derechos. La película sigue sus recorridos paralelos y actividades diarias, no todas necesariamente ligadas a algún tipo de actividad militante, pero en varios casos poniéndonos sí en el centro de reuniones masivas o conversaciones privadas en las que el tema de las identidades sexuales no binarias y las dificultades que eso conlleva con el «afuera» son tratadas.

Una de ellas trabaja en una canción cuya letra habla de estos temas: represión, visibilización, marginación, pobreza, racismo. Otra trabaja en una escuela y plantea en una suerte de asamblea cómo ingresar estas temáticas a las aulas. Otra tiene un sitio de internet de intercambio social entre personas que, de diferentes maneras, se sienten físicamente distintas a las convenciones. Otro plantea su específico conflicto entre su identidad sexual y su particular conformación biológica. Es interesante cómo el filme opera visualmente en función de discutir la cuestión de la «normalidad»: prácticamente todo lo que vemos está centrado en los personajes y su mundo, lo que deja fuera de cuadro a ese «otro» que los reprime y censura pero al que prácticamente no vemos.

Aunque no lo parezca para los que asumimos o suponemos que Brasil es un país más abierto que otros –al menos en América Latina– a aceptar e integrar a las comunidades LGBT, las estadísticas dicen lo contrario, que es muy alto el índice de crímenes especialmente contra los transexuales. La película de Riff se asume, entonces, como parte de un trabajo, si se quiere, hasta educativo para visibilizar ese universo y volverlo –a través de la identificación que producen las historias personales y las anécdotas– menos misterioso para ese afuera.

 

TONSLER PARK, de Kevin Jerome Everson (8)

«Democracia en acción». Es así como el propio director califica o considera su película y es una más que justa definición. El documental de Everson no sigue ninguna línea narrativa en el sentido convencional de la palabra sino que muestra el acto de participar en democracia casi en tiempo real. La película fue filmada el 8 de noviembre del año pasado, la fecha en la que Donald Trump le ganó las elecciones presidenciales de los Estados Unidos a Hillary Clinton. Y la locacion es –o al menos eso parece– un solo local electoral en la zona de Charlotesville, Virginia, que da título al filme. Un barrio, por lo que se observa, predominantemente afroamericano.

Everson filma largos planos fijos en los que hace foco en distintas personas trabajando en esos locales de votación: esperando, entregando papeletas, recibiéndolas, conversando con la gente que se acerca y a los que vemos de espaldas y, generalmente, a la altura de la cintura, ya que la cámara está casi siempre fija en esas personas sentadas y el resto de la gente suele entrar y salir del plano. Con el sonido, sin embargo, pasa casi lo opuesto. En lugar de estar cerca de las personas que vemos, parece captar el ambiente en general, tanto lo que está dentro del plano como lo que está afuera. De hecho, la mayoría de los diálogos son entre inaudibles y poco comprensibles, más allá de muchos «goood mornings» y algunas que otras indicaciones o comentarios puramente casuales y circunstanciales.

Rodado en blanco y negro, el filme funciona literalmente como documento y testimonio de la democracia en su funcionamiento más puro, sin «embellecimientos» de ningún tipo ni situaciones fuera de lo común. El hecho de que esté rodada en un barrio popular afroamericano puede, quizás, funcionar casi como un lamento en función del resultado de las elecciones. Ver ahora a esas personas de rostros nobles y esforzados –jóvenes, viejos, hombres, mujeres–trabajando horas y horas sabiendo cuál fue el resultado de esa elección (las estadísticas dicen que solo el 8% de la población negra votó por Trump) le da al filme un caracter elegíaco, especialmente si se piensa en algunas características poco democráticas del nuevo presidente. Pero, de todos modos y pese al resultado, ver el proceso en funcionamiento es en sí mismo un homenaje a esa misma gente que pone su tiempo y esfuerzo para que el sistema siga existiendo.