Cannes 2017: un análisis de los premios

Cannes 2017: un análisis de los premios

por - cine, Críticas, Festivales
28 May, 2017 09:25 | comentarios

Haciendo honor a las constantes temáticas de la competencia, el jurado premió a varios de los filmes más misantrópicos y cruentos del programa dejando de lado casi por completo a aquellas películas cuya mirada sobre el mundo y quienes lo habitamos es un tanto más ambigua o esperanzadora.

La Palma de Oro del Cannes fue para “The Square”, de Ruben Ostlund, un filme cuyo catálogo de maldades cometidos en el nombre de la especie humana es relativamente pequeño si se lo compara con los de las películas de Michael Haneke, Yorgos Lanthimos, Andrei Zyvgantsiev, Lynne Ramsay, entre otros que pasaron por acá con filmes de una apabullante crueldad. Pero de todos modos se trata de un filme misantrópico, pontificador, en el que el director se para como si fuera un cura antes de un sermón a intentar convencernos de que la raza humana es prácticamente insalvable y que ya no hay rezo que nos pueda frenar de la caída.

A través de los muy diversos acontecimientos que tienen lugar en un Museo de Arte Moderno de Estocolmo –y en la vida personal de su muy atildado director– el realizador de “Force Majeure” nos pone de frente con la usual hipocresía de las altas burguesías con pretensiones culturales, quienes mantienen de la boca para afuera un discurso políticamente correcto y artísticamente inquieto cuando en lo profundo lo único que desearían es salir a liquidar inmigrantes por las calles de tener la chance.

Es un película elegantemente filmada y un tanto dispersa, pero con momentos de humor que alivianan el tono nihilista de la propuesta. Östlund sabe cuáles son los problemas de las sociedades europeas actuales y por el módico precio de una entrada de cine está dispuesto a que las aprendas y, finalmente, te des cuenta que vos las cometés todo el tiempo. En una película que podría convertirse en una más ambiciosa e inquietante mirada sobre el mundo de la representación, el sueco elige la alegoría más básica. Y comete el mismo error de la mayoría de los misántropos del cine: no deja espacio alguno para ningún tipo de revelación o de aprendizaje.

Es tan programático todo lo que pasa en ella que casi nada sorprende. Solo basta suponer que lo peor que puede pasar en una situación es lo que va finalmente a pasar y lo más probable es que aciertes. No hay pliegues, contradicciones, ambiguedades. Está el idiota, el que no se da cuenta de nada, el tramposo, el falso, el narcisista, el vanidoso, el pretencioso, la arribista, el falso y así. Nadie se salva en “The Square”. Y esa es casi la leyenda del festival: “nadie sobrevive en Cannes”.

No es literal, claro, ya que aquí estamos. Pero los cineastas iluminados nos dicen que la mano va por ahí. Lanthimos y Ramsay, dos cineastas que compartieron el premio al mejor guión cuando en ambos casos los guiones son lo menos remarcables que tienen sus respectivas películas –que se destacan por su trabajo de puesta en escena mucho más que por las historias que narran– van por caminos similares, aunque se podría decir que en el caso de la película de la escocesa, “You Were Never Really Here”, al menos el personaje que interpreta Phoenix, pese a ser un asesino, aún trabaja en función de lo que, él cree, es la posibilidad de un futuro mejor, por más podredumbre que lo rodee.

Lanthimos, en tanto, pone a los personajes de “The Killing of a Sacred Deer” en una metafórica pecera y, como algún niño pícaro con algún adminículo molesto, los hace pelearse entre sí mientras los mira desde afuera y se regodea. Al griego lo salva que su película se dispara cada vez más hacia el género, lo cual vuelve más justificables y tolerables las agresiones y la violencia entre todos sus protagonistas, pero la fórmula está ahí. Algo parecido sucede en «Loveless», del Zygvantsiev: cualquier gesto de comprensión, ayuda o solidaridad entre los personajes será aplastado por algún acto de egoísmo, agresión, ignorancia o pura maldad.

Los otros dos filmes premiados son miradas un poco más curiosas y ambiguas, menos simplistas conceptualmente. Sofia Coppola se hace cargo de los contradictorios deseos sexuales de sus protagonistas en “The Beguiled” y si bien terminan cometiendo actos terribles lo hacen a partir de su propia confusión y de la mala canalización de esos deseos. El caso de “120 BPM”, de Robin Campillo, la mejor película entre las premiadas, es único en este grupo: una película humana, generosa, avasallante y que si bien está cargada de violencia uno empatiza con la pelea de sus personajes por encontrar una salida a la difícil situación que viven.

La empatía raramente aparece en los otros filmes premiados. Aparece, sí, en la de Hong Sangsoo (“The Day After”), en la de Noah Baumbach (“The Meyerowitz Stories”), mucho más aún en la de Todd Haynes (“Wonderstruck”) y hasta en el mundo oscuro y casi tenebroso de “Good Time”, de los hermanos Safdie. Obviamente, ninguna de esas películas recibió premio alguno. La empatía paga poco en las apuestas festivaleras.