Cannes 2017: crítica de «Based on a True Story», de Roman Polanski
El realizador de origen polaco regresa con otra adaptación de un best-seller francés, en este caso uno que trata de la relación entre una famosa escritora bloqueada y una fanática –escritora también– que, a su manera, trata de ayudarla de salir del pozo creativo. Con Emmanuelle Seigner y Eva Green.
BASED ON A TRUE STORY puede no estar a la altura del mejor cine de Roman Polanski, pero convengamos que ninguna de las últimas películas suyas le llegan a los talones a EL BEBE DE ROSEMARY o BARRIO CHINO. El Polanski de hoy es un hombre que encuentra en best-sellers y obras de teatro historias que le interesan y que calzan bastante bien en el universo que él maneja. En este caso –como en otros– en las relaciones más o menos perversas entre dos personas que esconden secretos entre sí. O, acaso, algo más que eso.
El tema es el proceso creativo, los conflictivos intereses de los escritores y las relaciones que se establecen a partir de la fama, la admiración o la envidia. Y, todo eso, a la vez, girando sobre sí mismo. Adaptando la homónima novela de Delphine de Vigan junto a Olivier Assayas –cuyos últimos filmes giran también sobre la relación entre una figura o una estrella y su asistente/amiga–, Polanski arma una historia entre dos mujeres. Una es Delphine (Emmanuelle Seigner), una celebridad literaria que, mientras cansinamente firma ejemplares en una feria del libro conoce a una fan muy particular. Se trata de «Elle» (por Elizabeth, encarnada con malicia por Eva Green), quien trabaja de ghost writer de famosos, parece inteligente, sexy, sagaz y logra meterse de a poco en la vida de Delphine.
Ella está bloqueada a la hora de escribir una nueva novela y la presencia de Elle la ayuda a organizarse, ya que la mujer se mete en su cotidianeidad de manera tal que pronto es su asistente y hasta se hace pasar por ella en un evento. Pero a la vez Delphine recibe cartas amenazadoras de gente molesta por usar sus historias para crear novelas y su página de Facebook –que ella nunca creó– está llena de mensajes agresivos. La escritora no tiene mejor idea que darle el control de su computadora a Elle y, bueno, algo del resto podrán imaginarlo.
Los celos, la envidia, el tema del doble, el proceso creativo, todo está metido un tanto forzosamente en un guión de clarass reminiscencias hitchcockianas que, curiosamente en Polanski, apuesta menos por el lado perverso o sexual que por el de la posibilidad de engaño intelectual y la violencia física. Elle le insiste a Delphine que no debe hacer la novela que planea (sobre la vida de concursantes de reality shows una vez que estos terminan) sino algo más personal. ¿A qué quiere llegar con esto Elle? Lo que lleva a otras preguntas: ¿Quién es esta mujer? ¿Por qué aparece tanto en la vida de Delphine? ¿Qué es lo que realmente quiere con la escritora?
El filme tiene sus fallas narrativas, aún cuando ciertas y algo previsibles vueltas de tuerca sobre el final las justifiquen. Delphine es demasiado confiada y es obvio, al menos para el espectador que nota el sinuoso y malevolente andar de Elle, que la chica tiene planes ulteriores. Y la resolución del caso –o del caso dentro del caso– no es del todo orgánica o satisfactoria, por más que Delphine empiece a ser más consciente del juego en el que está metida. Pero los problemas de celos, envidias e identidades cruzadas le van dando al filme un aire intrigante y, sobre todo, disfrutable.
En medio de este Cannes del bajón constante, la película de Polanski es un thriller juguetón cuyas partes más oscuras están fuera de campo o, al menos, cubiertas bajo el paraguas de un filme de suspenso psicológico un tanto pasado de rosca. Y el disfrute –con reparos, pero disfrute al fin- es una de las cosas que este festival no se caracterizó por ofrecer, olvidándose que es parte fundamental de la experiencia cinematográfica, lo que nos hace la mayor parte de las veces tomar la decisión de salir de casa y sentarnos en una sala.