Cannes 2017: crítica de «Ismael’s Ghosts», de Arnaud Desplechin
La esposa de un cineasta, a quien se creía muerta hace veinte años, reaparece en la vida del protagonista generando un caos sentimental alrededor suyo y la duda sobre si lo que está sucediendo es real o parte de una pesadilla. O de una ficción. Mathieu Amalric, Marion Cotillard, Charlotte Gainsbourg y Louis Garrel protagonizan esta atractiva aunque un tanto confusa película sobre los misterios del amor y del cine.
La combinación de lo real y lo aparentemente fantástico no es nada nuevo en el mundo del cine pero los franceses –que tienen una tradición en la materia que se extiende por décadas– han vuelto en los últimos años a apostar por ese híbrido con películas como las últimas de Olivier Assayas (especialmente PERSONAL SHOPPER) y Philippe Garrel, entre otros. Ahora es el turno de Arnaud Desplechin, que juega todo el tiempo en ISMAEL’S GHOSTS con la idea de que lo que estamos viendo puede ser real o no, pesadilla o no, fantasía o no.
A la vez, el filme del director de REYES Y REINA apuesta a otro conocido formato de la historia cinematográfica: el cine dentro del cine. En su filme son tantas las capas y tiempos narrativos que uno fácilmente puede perderse en lo que es ficción, lo que es realidad, lo que es una película siendo filmada y lo que es el detrás de escena de esa misma película. A eso hay que agregarle unos cuántos flashbacks y la confusión parece asegurada. Pero no es así y para eso ayuda, claro, la presencia de estrellas como Mathieu Amalric, Marion Cotillard, Charlotte Gainsbourg y un casi rapado Louis Garrel que ayudan al espectador a ubicarse.
En un fime que, además, sigue coqueteando con esa zona autobiográfica de buena parte de su filmografía, Desplechin cuenta la historia de un cineasta, Ishmael (Amalric) que, tras una serie de fracasos amorosos y la desaparición de su esposa veinte años atrás, está empezando una nueva relación con una mujer seria y tímida llamada Sylvia (Gainsbourg) que parece haberlo logrado sacar de ese estado entre frenético, alcohólico y catatónico que poseen muchos personajes del cine de Desplechin. Pero esa aparente calma se quiebra cuando su ex Carlotta (un nombre de claras reminiscencias hitchockianas, especialmente ligadas a VERTIGO, con la que esta película coquetea) reaparece tras su larga ausencia y cuando todos la daban por muerta.
¿Viene con intenciones de buscar a su marido y quedarse con él? ¿Qué pasó con ella todos estos años? ¿O será solamente un fragmento de la imaginación del realizador que Amalric encarna en la ficción? Es que a la vez Ishmael filma una película sobre su hermano, Ivan Dedalus (Garrel), un extraño personaje –de los Dedalus de Roubaix, la familia a la que sigue el realizador en varias de sus películas– que trabaja como diplomático pero se sospecha que puede ser espía. El, como Ishmael, sufren de pesadillas y tienen problemas para dormir, por lo que todo el tiempo el filme juega con una idea de cajas chinas que no parecen encajar del todo muy bien.
ISMAEL’S GHOSTS son dos películas en una (o cuatro) y eso un poco resiente el todo. Por momentos uno tiene la sensación que el filme dentro del filme (la película de espionaje, algo similar a lo que hizo en su película anterior, TRES RECUERDOS DE MI JUVENTUD) no termina de cuajar del todo con el resto y casi sobra, pero tiene en sí algunos elementos que lo hacen riquísimo de observar en una tradición cercana a similares y míticos filmes de Truffaut y Fellini como LA NOCHE AMERICANA u OCHO Y MEDIO.
Ese otro filme acompaña al triángulo amoroso principal, que va y viene en el tiempo y cambia permanentemente de punto de vista. La película, como todo lo que hace Desplechin, dispara ideas por todos lados y se apoya en originales recursos cinematográficos (y en un desnudo impactante de Cotillard) aún a riesgo de que la historia no cierre o las piezas encajen. No es ése el estilo del realizador ni su búsqueda. El francés parece ser un realizador cuyas obsesiones (el cine, los recuerdos, las difíciles relaciones amorosas, la locura) preceden y se llevan puestas a sus líneas narrativas. Y los espectadores que esperen que todo el rompecabezas funcione como si fuera un thriller hollywoodense se sentirán decepcionados.
Es cierto, de todos modos, que el último cuarto del filme peca de idas y vueltas un tanto desorganizadas y poco importantes para los ejes principales de la historia, pero de todos modos Desplechin sigue demostrando no tener miedo a tomar desafíos de los que otros directores escaparían corriendo. Es esa ambición la que celebro, más allá de las imperfecciones del resultado. De hecho, de cerrar todo como si fuera un manual de guión, no sería una película de Desplechin.