Cannes 2017: crítica de «Jupiter’s Moon», de Kornél Mundruczó
Una película sobre un refugiado sirio que vuela y cura en su paso por Hungría es la trama de este absurdo e irresponsable filme de supuesto realismo mágico y compromiso humanitario que está misteriosamente en competencia en el festival.
Al sentarme a ver la nueva película del director de la premiada WHITE DOG le pregunté a un colega británico si sabía de qué trataba el filme. «De un refugiado que levita», me contestó. Pensé que, como me conoce y supone que eso suena a kriptonita para mi cerebro cinéfilo, estaba bromeando. Pero no. JUPITER’S MOON es, sí, una película sobre un refugiado que vuela o algo por el estilo. Y no, no es un sketch de algún programa televisivo que se toma en broma el cine político o festivalero. No. Es eso. De verdad.
El hombre en cuestión es Aryan, un hombre que cruza a Europa desde Siria y, al tratar de llegar a Budapest, es baleado por un matón de seguridad en medio de un campo. Pero Aryan no muere sino que, cual historia de origen de un superhéroe, no sólo su sangre flota sino que el propio hombre se levanta del piso empujado por la evidente fuerza de una poderosa metáfora. ¿Qué sucede? No lo sabe ni él, pero pronto el refugiado y sus cualidades son descubiertas por un inescrupuloso doctor en problemas quién decide empezar a usarlo como una suerte de curandero. No se sabe bien cómo es que cura pero imagino que si un enfermo ve a un hombre flotando en el aire frente a su lecho de muerte lo más probable es que se cure del susto…
Claro que esta información trasciende y ambos empiezan a ser buscados y perseguidos por las autoridades lo que transforma al filme en una especie de película de acción con un refugiado volador y un médico chanta que quiere hacer dinero a costa suya. Esta suerte de ángel, que parece un combo de personajes de películas de Alejandro G. Iñárritu (especialmente BIUTIFUL) y nuestro Eliseo Subiela, es usado en la trama como un sanador pero para el director es una más que obvia metáfora sobre la situación política europea, con los refugiados que no se ven y se ignoran. En este caso, claro, porque están a ocho pisos de altura. Y, también, a partir del personaje de Stern, el corrupto doctor cuyo encuentro con este ángel le devuelve, quién sabe, la fe, la religiosidad o billetes en el bolsillo, es un filme sobre la posibilidad de que nos reencontremos con nuestra propia decencia.
La película se torna, casi, en un filme de acción y allí hay que destacar el muy buen trabajo de fotografía y edición, que parecen una carta de presentación para conseguir trabajo en Hollywood. El problema es que todo el contenido, las situaciones, los diálogos en un inglés imposible, el doblaje y las frases risibles que se escuchan una tras otra son difíciles de creer y soportar. Se pueden contar mil historias sobre las duras experiencias de los refugiados políticos que llegan a Europa, son maltratados y sobreviven en condiciones lamentables. Pero no con este nivel de banalidad, irresponsabilidad y malentendido realismo mágico.
En un determinado momento que conviene no adelantar, la película toma una decisión narrativa execrable, una que tira por la borda hasta la tonta idea básica del filme. En un intento estúpido y casi ofensivo de, literalmente, querer quedar bien con Dios y con el Diablo, algo inesperado sucede por lo que la película ya deja de ser tonta y risible para pasar a ser irresponsable y hasta peligrosa. Pero nadie se hace cargo de la situación y el refugiado flotante sigue circulando por el aire para la envidia del Michael Keaton de BIRDMAN, que no parecía tener tanta resistencia a la gravedad.
Una película imposible, de esas que están en Cannes porque alguien supone que tienen algo importante para decir sobre el estado de Europa, del mundo o del ser humano. El filme ruso LOVELESS, aún con sus subrayados, tenía su interés y complejidad. La del refugiado volador parece un sketch de un programa humorístico malo. Eso sí, con muchos planos secuencia impactantes para llamar la atención de los que suponen que el talento está relacionado con la cantidad de helicópteros, Steadicams o drones que se usen para filmar una escena. En realidad, es peor. Cuando uno ve ese tipo de talento técnico y creativo utilizado para una película tan banal, absurda e irresponsable la sensación que queda, el regusto amargo, es aún peor.
*** JUPITER’S MOON, Kornél Mundruczó, 2017
La lunática propuesta de Mundruczó y Wéber aterriza en nuestra cabeza para enervarnos, inquietarnos y, en momentos puntuales, arrancarnos una leve prospección reflexiva sobre la idea de Europa. ¿Y por qué leve? Tal vez porque esta radical provocación húngara se desborda en su extravagancia y en su ritmo frenético, lo que la aleja de la concreción y la acerca sin remedio al caos. Quién sabe, tal vez ahí radica, en realidad, su particular acierto.
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