Cannes 2017: crítica de «Loveless», de Andrey Zvyagintsev

Cannes 2017: crítica de «Loveless», de Andrey Zvyagintsev

por - cine, Críticas, Festivales
17 May, 2017 09:16 | Sin comentarios

El niño de una pareja a punto de divorciarse desaparece, lo que dispara la trama de este nuevo filme del director de «Leviathan», quien aprovecha la búsqueda del chico para hacer una pintura un tanto cruel y desalmada de la cultura y la sociedad rusa actual.

Como su título y sus primeros planos parecen indicarlo, LOVELESS es la historia de un chico no querido, uno que al vivir en medio de la separación y las violentas peleas de sus padres, desaparece de su casa. Pero el título, como casi todo lo que hace el realizador ruso, intenta tener otros más densos e importantes significados, unos que intentan prácticamente condenar a todo un país, a una cultura, en la que el amor parece ser el último de los intereses de sus habitantes.

Filmada de la manera habitualmente majestuosa, solemne y épica con la que se acerca a sus asuntos, por más minimalistas que sean, el director de ELENA y LEVIATHAN trata un tema que se acerca más al de la primera de estas películas pero maneja una puesta en escena más cercana a la de la segunda. LOVELESS tiene un punto de partida de un thriller convencional norteamericano pero los tiempos y «el peso» de una película del este de Europa.

Alyosha es un niño de doce años que no soporta las peleas ni el inminente divorcio de sus padres, que hasta delante suyo admiten que debían haberlo abortado y que ninguno quiere hcerse cargo de él. Su padre, Boris (Alexei Rozin) y su madre, Zhenya (Maryana Spivak), no solo se llevan muy mal sino que ya han formado otras parejas y además van a vender la casa en la que viven. En el caso de ella, con un hombre de una mucho mejor posición económica. En el de él, con una mujer ya muy embarazada. En un momento el niño desaparece y allí se agravan los problemas. ¿Se unirán los padres en los esfuerzos por encontrarlo o eso solo llevará a que las cosas empeoren cada vez más?

La película narra esa búsqueda, en medio de las nuevas realidades de cada uno, con los problemas sociales y laborales que tienen (ella es una adicta a su smartphone y él lidia con un jefe que no acepta tener un divorciado en sus filas) y con una burocracia que tampoco ayuda a lo que de movida es una situación complicada. ¿Al niño lo raptaron, le pasó algo o simplemente se quiso ir de ese horrible lugar? El realizador mediante esa búsqueda aprovecha, por un lado, para hacer una pintura acaso excesivamente subrayada (más aún sobre el final) del individualismo y la cultura del dinero y la «desalmada occidentalización» de la Rusia de hoy. Y por otro, para literalmente pintar el cuadro de bellas imágenes en exteriores de la nieve y las zonas en las que buscan al niño.

Hay pistas, pero son pocas y contradictorias. Los vecinos ayudan, pero no logran resolver demasiadas cosas. Hay cuerpos encontrados, que pueden ser o no del niño. Los padres se desesperan, pero también están preocupados por sus nuevas vidas y no quieren echarlas a perder. Es una pintura un tanto cruel, solemne y brutal de la Rusia de hoy, la que se esconde bajo esos bonitos paisajes helados que parecen guardar secretos que nadie quiere ver, ni asumir, ni sacar a la luz.