Cannes 2017: crítica de «Redoutable», de Michel Hazanavicious
Esta comedia centrada en la vida personal y profesional de Jean-Luc Godard en la segunda mitad de los ’60, cuando empieza a abandonar el cine de autor comercial para pasarse a la militancia revolucionaria, ofrece una mirada crítica y un tanto agresiva de parte de un mediocre realizador contra uno de los más grandes y revolucionarios directores de la historia del cine.
Tanto pasa y tan rápido en Cannes que unos días después de haber visto esta un tanto inocente y bastante bobalicona comedia sobre la vida en pareja de Jean-Luc Godard uno empieza a recordarla, después de un par de oscuras y negrísimas películas en competencia, hasta con cierta simpatía. De hecho, si la película hubiese mantenido a lo largo de todo su metraje el tono zumbón de su primera mitad, en la que formalmente se homenajeaba la forma de hacer cine de JLG a la vez que se mostraba las peculiaridades de su vida personal, podía haber sido una amable banalidad. Pero luego Hazanavicious decide empezar a volverse cada vez más agresivo contra el realizador de SIN ALIENTO, criticándolo por sus posiciones políticas y sus decisiones cinematográficas a partir de la última parte de los ’60 –esa etapa en la que dejó el «cine convencional» para pasar, post mayo del ’68, a crear el grupo cinematográfico revolucionario Dziga Vertov– que la amabilidad del tono desaparece y el filme se convierte en una suerte de diatriba anti-intelectual respecto no solo al realizador sino a ciertas formas de entender el cine.
El filme del director de la sobrevalorada EL ARTISTA tiene algunos puntos en común con aquel filme al tratar de remedar un estilo cinematográfico muy marcado. En aquel caso era el cine mudo y aquí son las películas de la primera etapa de Godard (la que va de SIN ALIENTO a, digamos, PIERROT LE FOU), cuando era un joven e iracundo miembro de la Nouvelle Vague, todavía más pop que político, más cinéfilo que militante. Pero el filme transcurre un poco después, cuando ya está cambiando de intereses y formas e inicia una relación con Anne Wiazemsky, una joven modelo hija de un prominente político conservador, a la que tuvo como protagonista en LA CHINOISE y que lo acompañará en esos años en que se fue radicalizando estética y personalmente.
Louis Garrel imita a la perfección el acento, el seseo y la particular forma de hablar del director, a quien pinta como un intelectual combativo y caprichoso, pero también como un amante primero devoto y luego celoso y siempre fácilmente irritable. Siempre con sus anteojos puestos–capricho con el que la película hace un gag recurrente–, el Godard de Garrel (suena raro, pero es así) arranca el filme fracasando comercialmente con ese filme maoísta y empezando a enfrentar dos cambios fundamentales de época: la sensación frustrante de que a su público no le interesaba su nueva manera de hacer cine pero a la vez su fascinación y entusiasmo por los aromas revolucionarios del momento.
Pero la película ocupa buena parte de su tiempo en crear gags cómicos que homenajean a las películas de JLG poniendo al propio «Godard» y a su mujer (interpretada por Stacy Martin) a hacer algunas escenas al estilo de filmes como UNA MUJER ES UNA MUJER o VIVIR SU VIDA, con los habituales juegos de voces en off y otros recursos godardianos tan originales de entonces. Pero la película transcurre una vez que esa época ya terminó en el cine de Godard, por lo que se siente un tanto desfasada y se corresponde más a la época en la que el director estaba y trabajaba con Anna Karina.
Post fracaso de LA CHINOISE, Godard se pone cada vez más combativo en lo público/político y en lo personal también, peleándose con amigos, colegas cineastas, maltratando a quien se le cruza por el camino y poniéndose cada vez más posesivo y a la vez condescendiente con su mujer. La película pierde ahí esa inocencia y se va volviendo amarga. Como el propio Godard, sí, pero en vez de acompañarlo, o tratar de entenderlo en función del contexto, Hazanavicious se vuelve directamente contra él. Y es allí donde el homenaje burlón se vuelve amargo y hasta desagradable, la queja de un cineasta que es el colmo de lo convencional –como el realizador de EL ARTISTA— burlándose y maltratando a uno de los cineastas que, más allá de lo que cada uno pueda opinar sobre él, jamás dejó de hacer evolucionar, a su manera, el arte y el discurso cinematográfico. Hazanavicious lo quiere como una pieza de museo, pero Godard se le escapa y eso lo fastidia. No hay solución para ese problema. Aquí parece que la despechada no es tanto la entonces mujer de JLG sino el propio realizador.