Cannes 2017: «Lover for a Day», de Philippe Garrel
En apenas 75 minutos, el gran realizador francés de «Los amantes regulares» entrega otra pequeña gran joya sobre las dificultades de las relaciones románticas. La película, centrada en la historia de amor entre un profesor y su alumna que se complica cuando la hija de él se muda a vivir con ellos, es uno de los puntos destacables del festival.
En los últimos años, especialmente, el cine de Philippe Garrel ha empezado a imitar los ritmos y la mecánica de cineastas como Hong Sangsoo o Woody Allen. Por un lado, por la regularidad y velocidad con la que todos ellos filman. Y, por otro, por la continuidad temática y estilística de casi todos sus filmes. Que además sus películas tengan habitualmente a los problemas románticos como tema central es un plus que comparten. Uno ya sabe, al entrar, que se encontrará con variantes de una misma búsqueda temática y estilística que se extiende a lo largo del tiempo.
LOVER FOR A DAY acaso sea una de las más livianas, simples y transparentes películas del francés en mucho tiempo. Se centra en la relación romántica entre Gilles (Eric Caravaca), un profesor universitario y su alumna Ariane (Louise Chevillote), la que mantienen secreta al resto del alumnado, amigos y conocidos. Se aman –o eso creen–, pero tienen una relación supuestamente abierta: pueden –o eso creen– vivir con las infidelidades del otro, mientras sigan siendo, uno para el otro, prioritarios en sus vidas.
En medio de su relación aparece en escena Jeanne (Esther Garrel, la hija del realizador), que es hija de Gilles y que acaba de separarse de su novio. La chica está angustiada y en medio de una gran crisis nerviosa. Jeanne se muda a la casa con ellos y de a poco establece una buena relación con Ariane, que tiene su misma edad. Ella trata de sacarla de su malestar y empiezan a salir y a conocer gente. No pasará mucho tiempo para que los problemas, inconvenientes, desencuentros, reencuentros y affaires comiencen a aparecer, especialmente entre Ariane y Gilles. Otro eje importante será la relación padre e hija, en la que también juegan su parte los celos y ciertas emociones mezcladas.
Garrel filma en blanco y con los recursos formales ya clásicos de cierto cine francés de los 70 y, claro, de sus propios filmes: voz en off, muchos exteriores y un granuloso 16mm, con los también habituales diálogos en bares y caminatas por las calles. Los temas no se alejan de lo esperable: la fidelidad, la depresión, el amor y el desamor, las diferencias generacionales. Pese a la seriedad de los asuntos y hasta de los problems psicológicos que deparan (hay hasta un intento de suicidio), el tono de la película nunca deja de ser ligero y ágil, con escenas llamativamente cortas.
¿En serio se puede aprtar algo nuevo con una temática harto manida?