Cannes 2017: crítica de «You Were Never Really Here», de Lynne Ramsay
En su cuarta película en casi dos décadas, la realizadora escocesa de «Ratcatcher» cuenta la historia de un matón profesional (Joaquin Phoenix) que trabaja rescatando chicas de redes de prostitución. Un personaje que remeda al Travis Bickle de «Taxi Driver» pero en un filme mucho más denso, alegórico y subrayado.
YOU WERE NEVER REALLY HERE es, apenas, la cuarta película en casi 20 años de la realizadora escocesa. Y su carrera, que comenzó maravillosamente bien con la extraordinaria RATCATCHER parece nunca haber recuperado ese impulso y originalidad inicial y, en películas como su anterior, TENEMOS QUE HABLAR DE KEVIN y en ésta se la siente como perdida, tratando de encontrar un lenguaje cinematográfico acorde a unas temáticas que parecen cada vez más alejadas de sus propias experiencias y en las que pone más en juego su «pericia» como realizadora que otra cosa.
La historia de su nuevo filme es clásica –se basa en una novela policial de Jonathan Ames–, pero ella la cuenta con su habitual baúl de recursos cinematográficos personales: planos detalles, musicalización intrusiva (de Jonny Greenwood), mucho movimiento de cámara, planos lentos y otras cuestiones que caracterizan su lenguaje. No es este, claro, el primer filme que vemos sobre un matón torturado por dentro y perturbado emocionalmente por su vida y por las cosas que le tocan hacer en sus trabajo, pero cuando le pone es Joaquin Phoenix el que le pone el cuerpo a ese tipo de personajes esa «perturbación» alcanza niveles de medallero olímpico.
Con una larga y enredada barba, Phoenix encarna a Joe, un matón a sueldo al que le suelen encargar rescatar a chicas que son utilizadas para la prostitución. Un hombre descuidado, seco y taciturno, tiene una única relación fuerte y amorosa en su vida, con su madre, con la que se permite momentos de humor. Pero en flashbacks vemos y oímos que su vida interior es un collage de dolores de todo tipo: un padre agresivo, un paso por la guerra igualmente desgarrador y así, en una mezcla de voces e imágenes que irán colándose de tanto en tanto en la narración.
En el filme Joe tiene un objetivo: rescatar a Nina (Ekaterina Samsonov), la hija de un senador neoyorquino que ha sido secuestrada y esclavizada en una siniestra organización pedófila. Joe puede moverse con la pesadez de un hombre que empuja una heladera por las calles, pero a la hora de matar es rápido, furioso y efectivo. Por lo que logra rescatar a la chica. Pero antes que uno pueda gritar TAXI DRIVER, los dos ya están subidos a un auto y escapándose. Cuando cree que la misión está cumplida, Joe se da cuenta que no es así. Que la situación en la que se enredó es más complicada de lo que imaginaba y que las cosas se pondrán aún más difíciles de ahí en adelante.
Densa, cruenta, oscura, sangrienta, llevando su carga emocional con mayúsculas, lo que la película gana por la interpretación siempre border de Phoenix (en un momento se pone a cantar con una de sus víctimas mientras está muriendo), lo pierde por sus subrayados, por su constante propensión a mezclar traumas pasados y presentes hasta abrumar el espectador con esa pesadísima carga.
Volviendo a la comparación con la película de Martin Scorsese (que incluía pedofilia, rescate sangriento y políticos, aunque en subtramas separadas, si bien su protagonista era más complicado y contradictorio que éste), aquella también tenía un tono y un tempo denso y mostraba una Nueva York espectral, pero no se regodeaba en exhibir hasta el agotamiento las torturas psicológicas de Travis Bickle. Apenas unas frases, gestos e imágenes dejaban en claro que era un alma en pena y con propensión a la violencia. Aquí no alcanza con eso. Hay que reiterar y reiterar hasta el cansancio. Y en una película de 82 minutos con una trama mínima, esa reiteración se vuelve un tanto agobiante. Como toda la experiencia.