Series: crítica de «Big Little Lies» (Temporada 1)

Series: crítica de «Big Little Lies» (Temporada 1)

por - Críticas, Series
23 Jul, 2017 12:30 | comentarios

La miniserie (que, tras su éxito, seguramente continuará) arranca con un asesinato para centrarse en tres mujeres cuyas vidas aparentemente cómodas y apacibles esconden historias duras y violentas. Nicole Kidman, Reese Witherspoon y Shailene Woodley son las protagonistas de una historia que apuesta, a la vez, al suspenso, la comedia negra y el culebrón.

La combinación de factores de la que resulta una miniserie como BIG LITTLE LIES hace pensar que esta llamada Edad de Oro de las series de TV ya ha pegado la vuelta completa y retornado a los ’90, solo con una serie de agregados y recambios («chapa y pintura», diríamos por acá) que hacen parecer diferente algo que, en el fondo, no se aleja demasiado de cualquier culebrón de una época en la que no muchos se enorgullecían de «ver televisión». Ese «lavado de cara» tiene que ver con elencos antes impensados para la TV, valores de producción altísimos y una corrección política al uso. Y eso, que distanciaría a BIG LITTLE LIES de ciertos productos de los ’80 y los ’90, en el fondo, no alcanza para volverlo otra cosa. No es mucho más que una adaptación de uno de esos best sellers de aeropuerto –en este caso, de Liane Moriarty– que parecen más prestigiosos de lo que realmente son.

Es que sin esa pátina de prestigio, la miniserie de HBO –que, tras el éxito, seguramente se convertirá en serie de varias temporadas– no habría tenido la repercusión que tuvo. Son esos tres elementos, más que nada, lo que la hacen parte de esta era de «Prestige TV» cuando, en su narración, sus temas, sus personajes y hasta su estructura no lo es. Lo cual no la mejora ni la empeora. De hecho, creo que de haberse planteado directamente como un culebrón –o un melodrama desquiciado más cercano a DALLAS o DINASTIA— podría haber sido mucho más honesto. Es el doble discurso el que no termino de comprar: si vas a hacer trash TV armate de coraje y hacé trash TV. De otra manera –como sucede en series como UNREAL o, por momentos, en GLOW–, esa idea de hacer pasar una cosa por otra, de tomar distancia pero a la vez abrazar el pulp como con verguenza y guiños culposos a los espectadores, termina siendo un poco falsa e irritante.

BIG LITTLE LIES es, aunque lo disimule, una suerte de telenovela breve (hasta con suspuestamente shockeantes revelaciones de identidades) en la que, a partir de un asesinato en una lujosa fiesta para recaudar fondos de una escuela de Monterrey, California, se va abriendo el juego a distintas historias y personajes durante las semanas previas al hecho. El guiño es que no sabemos ni quién murió ni cómo, ni quien o quienes pueden ser él/la/los culpables. Los tres personajes principales son madres de chicos que van a esa escuela y son las que centran la atención (y tensión) del relato.

Reese Witherspoon, en un papel que le cae como anillo al dedo, encarna a Madeline, la intensa madre de dos niñas (una adolescente y otra, la de seis, que va al colegio y tiene el llamativo gusto musical de un hombre de 50 años que pretende ser cool), que está separada del padre de la primera y hoy en pareja con un hombre (Adam Scott) en apariencia tranquilo y paciente. Es una prototípica madre de escuela: bienintencionada pero metida en todo lo que se hace y se deja de hacer al punto de volverse fácilmente insoportable para los otros. Su ex marido la ha dejado por una chica que es casi el cliché del new age (Zoe Kravitz): todo paz, amor, comidas orgánicas y velas aromáticas.

Nicole Kidman es Celeste, la aparentemente más privilegiada: una mujer con mucho dinero, marido canchero y millonario (Alexander Skarsgard) y dos adorables rubios mellizos. Una pintura de famillia perfecta que es, obviamente, la que más secretos esconde: de entrada queda claro que ella vive en una situación de violencia doméstica peligrosísima, más allá que la intente disfrazar/negar como una relación de «consensuada intensidad» especialmente sexual. Y la tercera, Jane (encarnada por Shailene Woodley), es una recién llegada de menores recursos económicos pero que también escapa de una historia difícil y violenta: el padre de su niño es un desconocido que la violó y desapareció del mapa.

Madeline y Celeste se unen a Jane cuando ella atraviesa una difícil situación con otra madre de la escuela, Renata (Laura Dern en plan bitch), quien a partir de lo que le dice su hija acusa al hijo de Jane de golpearla y lastimarla en clase. El niño asegura que no fue y los padres se dividen a la hora de decidir a quién creerle. Esta situación va escalando cada vez más hasta convertirse, casi, en una guerra de madres de chicos de primer grado. Pero es apenas el punto de partida para una suma de potenciales situaciones conflictivas todas a punto de estallar. Una de las cuales, claro, debería ser la causante del asesinato que abre la serie y sobre el que varios padres, madres y docentes (no los protagonistas, sino los que casi siempre están en el fondo del plano) testimonian ante la policía.

La narración, al menos como está estructurada por el guionista David E. Kelley (no casualmente el creador de L.A. LAW, CHICAGO HOPE, THE PRACTICE y ALLY MCBEAL, entre otros hitos de lo que se consideraba TV prestigiosa de fines de los ’80 a principios del 2000) y el director canadiense Jean-Marc Vallée (DALLAS BUYERS CLUB, ALMA SALVAJE) está plagada de clips, pesadillas, cortes violentos en el tiempo y otros trucos –en general acompañados por canciones pop– que se van acrecentando con el paso de los episodios. Pero en el fondo responde a los cánones de un thriller más o menos clásico, hasta hitchcockiano si se quiere en su combinación de suspenso y cierto humor negro, aunque con el correr de las horas el humor desaparece para volverse todo cada vez más denso y angustiante.

Es que en ese enclave elegante y en medio de esas vidas lujosas se esconden muchos secretos: triángulos amorosos, agresiones veladas, celos (no tan) ocultos y la citada violencia de género, que es la que de a poco va ennegreciendo todo el panorama. Lo que parece ser una comedia negra de suspenso entre mujeres que se agreden y celan entre sí va dando paso de a poco a otra cosa, mucho más densa y actual en términos sociales/familiares. Es ahí que BIG LITTLE LIES juega –con habilidad narrativa pero de manera un tanto hipócrita– entre la soap opera y la serie relevante, tratando que el espectador entre por la primera y se encuente, finalmente, con la segunda.

En ese ida y vuelta funciona casi todo. Momentos de intensidad dramática importante y de complejidad en los personajes (en especial a partir del personaje de Kidman, que se luce como en sus mejores momentos, haciendo uso de su frialdad exterior de una manera reveladora) se mezclan con otros que son puro culebrón ochentoso, algo que está exacerbado por el evidente buen pasar económico de la mayoría de los personajes. El propio McGuffin de la historia –¿quién mató a quién?– se vuelve irrelevante en términos de la gravedad de lo que se narra, pero Kelley lo pone siempre en primer plano usando, como muchas series actuales, el crimen como propulsor y eje de los acontecimientos y no tanto (como sucede en THE NIGHT OF o, si se quiere, TWIN PEAKS) como excusa narrativa para ir hacia otro lado. Aquí lo es y no lo es. Como todo en la serie, el sistema es jugar a dos puntas, permanentemente: trash y prestigio, pulp y relevancia temática.

Es innegable que BIG LITTLE LIES es entretenida y sus siete episodios se consumen vorazmente, de una manera casi opuesta a la pesada densidad y cocoliche narrativo de WESTWORLD, otra de las apuestas de HBO. Y su éxito deja en claro que hay muchos espectadores que añoran la época de una TV que no se tomaba tan en serio a sí misma y podía envasar sus productos en estéticas del tipo «Las Vidas de los Ricos y Famosos«. Lo que no termino de comprar es su doble discurso o, si se quiere, su «doble moral». Si la idea subyacente en este tipo de productos es que la televisión vuelva a ser lo que era en los ’90, que lo sea y listo. Teñirla de una pátina de prestigio no es más que vender una cosa por otra.