Series: crítica de «Twin Peaks: The Return» (Parte II)
Segunda entrega de una especie de reseña/analisis de la nueva temporada de «Twin Peaks», de David Lynch, al llegar a trece de sus 18 episodios. Algunas ideas sueltas sobre lo «lynchiano» versus lo televisivo, sobre el Bien, el Mal, el buen café y la importancia de las «tartas de cerezas».
Existen varias maneras de enfrentarse a TWIN PEAKS. Están los que la analizan de la manera tradicional en la que se suelen analizar una serie de televisión. Ellos buscarán en sus episodios asociaciones narrativas lógicas, analizarán los comportamientos de los personajes, acaso cuestiones de forma y, como habitualmente las críticas de televisión son más críticas de guión que otra cosa, nos dirán si les parece bien o mal que tal o cual personaje haga una u otra cosa, si están de acuerdo o no, si es coherente o no. Este modelo de análisis tiene una versión extrema: el «Twinpeaksapiens», ese analista que vio y revió todas las temporadas y la película y los libros y los websites y las teorías y hace conexiones inconcebibles (ese número, ese plano, esa cita, esa canción, ese reflejo en el espejo) para el común de los mortales.
Hay otra línea de pensamiento a la hora de acercarse a la serie de David Lynch: tomarla como una anti-serie, un ejercicio extremo, al borde del absurdo, en la que el director de TERCIPELO AZUL y su partner-in-crime Mark Frost decidieron tomar las convenciones cada vez más estandarizadas de las series actuales (un crimen, una investigación, sospechosos, oh! sorpresa!, una revelación, su ruta) y tirarlas por los aires. Una especie de tomadura de pelo a los fans de ese primer tipo de análisis, esos que buscan que todo conecte con todo como un gran edificio de Legos o uno de esos muebles para armar de los que siempre nos sobran o faltan algunas piecitas. Esta forma de verla –que se acerca un poco más a mi idea– es, en mi opinión, igualmente extrema. Sí, TWIN PEAKS no es una serie convencional, eso es claro, pero tampoco es necesariamente cualquiera. No es tirar ideas a la pared y ver cuál rebota y cuál se cae, aunque por momentos pareciera serlo.
Se me ocurre que la forma más sensata (si es que sensatez es una palabra que puede ser utilizada en este peculiar universo) de acercarse a TWIN PEAKS es ponerla en el contexto de la obra de David Lynch. Como muy pocas series –acaso desde la original de 1991–, un producto televisivo reflejó tan claramente los temas, modos, formas y obsesiones de un realizador. Todos los recursos audiovisuales alguna vez usados por Lynch aparecen en la serie. Y lo mismo pasa con las actuaciones, el montaje o la propia fotografía. Pero, principalmente, son los temas de su obra los que vibran en cada una de las escenas y los episodios. No tiene sentido discutir la longitud de las escenas, los tiempos supuestamente muertos o la aparente inconsistencia dramática de los acontecimientos si no se los ve en el marco de ese entramado de ideas.
¿Y cuáles son esas ideas que afloran en TWIN PEAKS y vienen persiguiendo a Lynch desde, quizás, su más tierna infancia? Varias, pero podríamos resumir algunas. La oscuridad perturbadora que se esconde en los lugares aparentemente más cálidos o anodinos (la cantidad de oficinas desangeladas que hay en la serie es algo casi nuevo en el universo de Lynch), la lucha entre una idea metafísica del Mal frente a otra, acaso más tentativa, inocente y angelical, del Bien. Una permanente sensación de que los tiempos no avanzan en forma líneal sino que, o bien todo sucede al mismo tiempo, o algunas cosas suceden y otras pertenecen al mundo de lo imaginado o lo onírico. La idea de loop narrativo es central en el cine de Lynch, especialmente desde los años ’90 hasta hoy. Una escena del Episodio 13 –Sarah Palmer bebiendo y comiendo frente a un televisor que pasa una y otra vez la misma parte de una pelea de box— lo deja muy en claro. Hay un tiempo en TWIN PEAKS que no puede pensarse de una manera convencional.
No voy a entrar a analizar si esto tiene o no que ver con la filosofía budista y/o la meditación trascendental a la que el hombre adhiere porque tocaría de oído sobre temas que conozco poco (tengo su libro sobre meditación pero jamás logré pasar de leer unas páginas), pero sí es cierto que a lo largo de los episodios todo parece indicar que la stasis es el tiempo que la serie maneja. Con «stasis» me refiero, por citar una definición de diccionario, a «una inactividad que resulta de un equilibrio estático entre fuerzas opuestas». Ese tenso pero a la vez lento desarrollo de las escenas, esa aparente calma que esconde una violencia subyacente, es el modus operandi del director de MULHOLLAND DRIVE. Volviendo al Ep. 13 hay una escena en la que eso queda clarísimo: la «pulseada» entre Mr. C (la versión oscura de Cooper) y un grandote mafioso que supuestamente jamás había perdido una de esas batallas. El «Cooper malo» le repite, una y otra vez, que la posición más cómoda para él es la de los brazos rectos, enfrentados, a 90 grados. Cualquier cambio, dirían los fans de STAR WARS, altera el «balance de la fuerza». Y en esa escena queda más que claro que él puede torcerlo para su lado cuando así lo desea.
«Estático» es también el estado en el que se encuentra Dougie Jones (¿el Cooper bueno?), el que debería balancear esa fuerza para el otro lado. El hombre, desde el Episodio 3, no parece ni avanzar, ni mejorar, ni cambiar y sigue funcionando casi como un autómata, repitiendo las últimas palabras de sus interlocutores y logrando que sean, llamativamente, analizadas e interpretadas como grandes verdades por quienes las escuchan. Lo cierto es que, del modo que sea, esa «estática» que está viviendo Dougie afecta ese balance (o debería afectarlo) hacia el lado opuesto. La misma dualidad que existe entre las ideas sobre Bob y de Laura Palmer como opuestos exploradas en el fundacional y revelador Episodio 8.
Uno podría agregar «estática» como término a la construcción sonora de TWIN PEAKS pero tal vez sea un exceso interpretativo. La serie se apoya en dos opuestos que se acercan, casi sin quererlo, mientras alrededor suceden (o sucedieron o sucederán o están siendo soñadas) cosas bastante extrañas. Es como si Lynch y Frost hubiesen tomado a los viejos personajes y, pese a agregarle una generación de herederos igualmente ambiguos, decidieran que nada debería cambiar demasiado en el universo. O nada cambió ni cambiará.. El mismo juego de fuerzas está presente. Juego que puede o no conducir hacia una resolución al final de la temporada. O no. El problema del «balance» y de lo «estático» es que no necesariamente conduce a acciones dramáticas demasiado contundentes.
Ahí, entiendo, es donde mucha gente se rasca la cabeza viendo muchas de las escenas de la serie. ¿Adónde van? ¿De dónde vienen? ¿Qué significan? ¿Se conectan entre sí o me están tomando por idiota? Mi sensación con respecto a eso es que, tomando como eje lo que dije antes, casi que no importa demasiado: cada escena vale por sí misma. Es casi una negación de las prótesis dramáticas tradicionales que nos indican o invitan a movernos hacia un lado u otro, a ver cómo los personajes evolucionan o involucionan en algún tipo de «arco dramático» que enseñan en las escuelas de guión. Me da la impresión que esa stasis es, finalmente, liberadora: todo lo que sucede es absolutamente random y no tiene mayor relevancia dramática convencional en tanto no afecte en demasía ese propio balance. En términos sencillos: en la serie puede no pasar nada y eso es exactamente lo que tiene que pasar.
Es por eso que son disfrutables los silencios, las miradas raras, los vacíos, los tiempos alargados hasta lo insoportable, la desconexión narrativa entre las escenas (algo aparece como importante en la trama y luego no se habla más de eso, o se retoma cinco episodios después), ese humor absurdo que surge de la incomodidad (del espectador pero también de los actores, no de los personajes) y el aparente «cualquierismo» de su construcción. Uno las disfruta escena por escena, sin necesitar una causa ni una consecuencia, porque no necesariamente las hay. No creo que TWIN PEAKS termine sin cerrar algunas de sus miles de puertas abiertas al vacío, pero las que cerrará son las que tienen que ver con ese doble juego eterno del cine de Lynch (la restitución de ese balance), mientras que muchas otras quedarán circulando en el aire, sin que necesariamente sus creadores estén esperando una nueva temporada que resuelva nada.
Por decirlo de otro modo, mientras haya una buena taza de café caliente y un torta de cerezas con crema (o pastel, en otras traducciones del cherry pie), hecha con ingredientes de la mejor calidad, el universo podrá seguir funcionando. Si no, estamos en problemas…
NOTA: Decidí escribir tres entregas sobre TWIN PEAKS, dividiendo la temporada de 18 episodios en tres partes. Por motivos de fuerza mayor, esta segunda reseña se pasó del Ep. 12 al 13, pero las ideas son las mismas. En La Agenda Revista, además, escribí una nota específicamente sobre el radical Episodio 8. Pueden leerla por acá.
Me encantó tu reseña. Me encanta Twin Peaks. Me parece increíble que, en el amplísimo universo de series existentes hoy en día, ninguna se le parezca. Ninguna respira ese sentimiento de libertad que tiene la serie de Lynch. Quizás lo más parecido sea Hora de Aventuras. Ojalá que con esta experiencia Lynch vuelva a hacer cine. Cruzaremos los dedos.
Es hipnótica la serie. Ya aprendí a que no tengo que buscarle el sentido a lo que ocurre, sólo disfrutar cada escena por si misma, pasando el rato con personajes entrañables. Uno los conoce, casi que los quiere. Hasta a Dougie: es obvio que ese temita se estiró demasiado, pero da placer pasar tiempo con ese bobalicón.
No deja de sorprenderme que alguien le haya dado plata a Lynch y le diga «Tomá, hacé lo que quieras. Cuando lo termines, avisá que lo pasamos en TV y Netflix». Esto va tan a contramano del negocio actual del cine y la TV que es simplemente único y refrescante.
Muy interesante la reseña, me sirvió mucho enterarme lo del equilibrio de las fuerzas para disfrutar aún más el último episodio.
Es una interpretación posible que existe a lo largo del cine de David Lynch. Hay gente que le encanta descifrar cada cosa, yo prefiero verla más relajadamente y pensarlo desde ese punto de vista.