Series: crítica de «The Sinner» (Temporada 1)

Series: crítica de «The Sinner» (Temporada 1)

por - Críticas, Series
02 Dic, 2017 02:18 | comentarios

Protagonizada por Jessica Biel y Bill Pullman, esta serie que emite Netflix en América Latina es un original y efectivo acercamiento a un caso criminal de resolución en apariencia sencilla pero que se va complicando hasta revelar un complejo y «lynchiano» universo plagado de oscuros y siniestros personajes.

EL TEXTO CONTIENE ALGUNOS SPOILERS!

El comienzo de THE SINNER es tan efectivo e intrigante como sorprendente. Apenas acabamos de conocer a una familia (marido, mujer, pequeño hijo) en apariencia feliz, notamos que ella, Cora (Jessica Biel), entra al mar y deja entrever, al meterse bajo el agua, un malestar casi suicida. Pero nada sucede y vuelve a la playa con los suyos. Al rato, al observar a unos metros a una pareja besándose apasionadamente, algo parece explotar en ella. Se levanta, se acerca a ellos y con el cuchillo que estaba usando para pelar una fruta le clava varias puñaladas al hombre hasta matarlo. Así, adelante de todos. Sin aparente explicación ni lógica, una joven mujer se convierte en una asesina. Y no hay forma de ocultarlo.

Esta es la primera de las capas de la serie, la que la torna relativamente inusual: no hay que descubrir al asesino y hasta la propia mujer no pone excusas ni da explicaciones. Soy culpable y acepto las consecuencias, dice. Ahí es que entra el Detective Ambrose (Bill Pullman), que huele algo raro en ese aparente acto random de violencia asesina y en su confesión sin justificación alguna. Lo que va a ir descubriendo es una trama digna de una película/serie de David Lynch, un universo oscuro en el que un grupo de personas de aparente vida normal oculta grandes y horrendos secretos.

Los tres primeros episodios de la serie son los mejores, ya que se plantean allí diversas posibles explicaciones para lo sucedido pero nada parece suficiente, y lo que prima es el clima que se va perturbando de a poco. Dirigidos por Antonio Campos (realizador de películas como AFTERSCHOOL o SIMON KILLER que tienen similar tono oscuro y perverso, además de arrestos de violencia inesperados), los episodios van haciendo sospechar que la educación severamente religiosa de Cora –que pasó su vida cuidando a una hermana menor enferma y con una madre ultramontana que no la dejaba hacer nada– tuvo que ver con lo sucedido. Pero la serie va escapando de lo previsible. Podría haber sido acosada sexualmente. Violada por una primera pareja, quien la tenía drogada por motivos que desconocemos. Tiene algún trauma ligado a una canción (la que se escucha cuando comete su asesinato y la que la lleva a atacar al detective cuando él se la hace escuchar en un interrogatorio) o vaya a saber uno qué es lo que pasó ahí.

De algún modo todas esas pistas se juntarán en un fuerte episodio traumático que tuvo lugar en el 2012, pero no es que ella oculta la información sino que fue tan fuerte la experiencia y lo que pasó luego que solo recuerda flashes y momentos. La serie tendrá una estructura de constantes flashbacks, por momentos complicados de justificar narrativamente (¿quién es el narrador de esos recuerdos? ¿ella o hay un narrador omnisciente? Algo no está del todo bien resuelto ahí), pero que siempre van apilando capas de intriga que, para los habituales estándares de las series policiales, resultan bastante sensatos, en una línea cercana –si se quiere– a la de TRUE DETECTIVE.

A partir de su segunda mitad aparecen algunos problemas: situaciones injustificadas, personajes menos interesantes y desvíos narrativos clásicos de un formato que necesita extender a 320 minutos lo que en una película podría resumirse en 120. Curiosamente ese bloque central se extiende por demás haciendo que el final se sienta apresurado: en los últimos dos episodios se resuelve todo de una manera consistente en cuánto al guión pero apretado en cuanto a los tiempos. Algo parecido pasa con el desarrollo del personaje del detective. Se intenta el clásico juego de la identificación entre acusado e investigador (ambos sufrieron traumas, ambos sienten culpa por lo que hacen o hicieron, de ahí lo de «pecadores»), pero no termina de ser convincente y las escenas de Pullman (con su ¿ex? mujer, su pasión por las plantas y las aves, su paralela vida sexual de tintes masoquistas) parecen más puestas para desarrollar su personaje a futuro que para lo que sirven en ésta.

La que se destaca claramente es Biel, una mujer que –pese a su evidente belleza– ha tenido una educación religiosa tan severa, la han hecho sentir tan culpable de todo siempre y le fue tan mal al escapar de su madre castradora, que se deja arrastrar por el deseo y la fuerza de hombres poderosos sin casi oponer resistencia. Para eso, pese a su altura y porte, Biel parece achicarse en la pantalla a cada paso, hundirse en su interior. Lo inquietante y original de esta temporada de THE SINNER es que se centra en dos protagonistas reprimidos y reactivos, que tienden –salvo excepciones– a no tomar decisiones y a agachar la cabeza cuando otros las toman por ellos. No son los héroes proactivos clásicos del cine y las series norteamericanas. Son antihéroes depresivos y traumados, que parecen incapaces de resolver nada pero que, con un poco de ayuda (y de esas casualidades inevitables de este tipo de guiones) pueden sacar la cabeza fuera del agua en un mundo que condena, a gente débil y frágil como ellos, a una eterna sumisión. Y a vivir con culpa, tema central de una serie que, finalmente, termina ofreciendo una durísima mirada sobre la represión sexual y el puritanismo religioso.