Streaming: crítica de «Jim & Andy: The Great Beyond», de Chris Smith
En este documental que se estrenó por Netflix, Jim Carrey recuerda lo que fue la filmación de «El mundo de Andy», la película de Milos Forman en la que interpretó al comediante Andy Kaufman con la particularidad de que estaba las 24 horas metido en el personaje. El centro del divertido y por momentos inquietante filme es el recuperado material de archivo del detrás de escena de ese bizarro rodaje.
El arte y el artista. Lo que uno es y lo que uno hace. El tema no es nuevo pero ha vuelto a salir a la luz con toda la fuerza a partir de las acusaciones de violaciones, abusos y acosos sexuales en Hollywood. No voy a hablar acá de ese tema porque creo que todavía hay mucha tela para cortar allí antes de saber bien qué es lo que está sucediendo (además, es un sitio de críticas de películas y series, más que nada), pero me parece un inquietante punto de partida para pensar JIM & ANDY: THE GREAT BEYOND, el documental que analiza y recuerda lo que sucedió durante el rodaje de EL MUNDO DE ANDY, originalmente titulada MAN ON THE MOON (como la canción de R.E.M.), una biografía sobre el comediante y performance artist Andy Kaufman, dirigida por Milos Forman en 1997 e interpretada por Jim Carrey.
En síntesis, lo que sucedió allí tiene que ver con esa clásica situación en la que ciertos actores –especialmente los norteamericanos seguidores de «El Método»– deciden permanecer «en personaje» durante todo un rodaje. Es decir que, entre tomas, en los descansos y conversaciones, se comportan y comunican como si fueran el personaje que interpretan, con sus modismos y acentos. Algunos hasta piden ser llamados por el nombre de esa persona/je. Esta costumbre, que a algunos actores puede servir pero a mí me resulta una especie de irritante pose, fue llevada al extremo o duplicada en ese rodaje. Por un lado, porque Carrey declara haberse sentido directamente «poseído» por el espíritu de Kaufman –quien murió, o al menos eso se cree– al punto de estar las 24 horas del día, y no solo en rodaje, «en papel». Pero, por otro lado –y más interesante en verdad– porque Kaufman hacía lo mismo. Era un comediante cuyo estilo absurdista y bizarro no permitía saber cuándo estaba bromeando y cuándo no, qué constituía humor, cuándo dejaba el personaje y hasta qué punto toda su vida pública no era más que una performance.
Para Carrey la conexión es evidente y lo lleva a relacionarla con THE TRUMAN SHOW, otra película que protagonizó y que maneja un similar eje: la idea del mundo como construcción ficticia, de las personas como personajes, y de la performance como un arte público que hay que sostener 24 horas al día. Si bien en esa gran película de Peter Weir la apuesta era inversa (Truman era «real» y los demás actuaban), las ideas que la rodean son las mismas: «¿qué no es performático en la vida de una persona? ¿qué no es algún tipo de actuación?» En el caso de los actores, que viven buena parte de sus vidas literalmente encarnando a otras personas, la situación es doblemente inquietante al punto de ser material terapéutico: «¿quién soy yo cuando no soy algún otro?».
JIM & ANDY se construye fundamentalmente con el material del backstage de ese rodaje, que no había salido a la luz desde entonces por una supuesta prohibición del estudio Universal. Es que la actitud de Carrey durante el rodaje era, sinceramente, bizarra. Por momentos, insoportable. En otros, muy risueña. A lo largo del filme se explica la tensa situación que existía en el rodaje con un campeón de lucha libre que fue «enemigo» televisivo de Kaufman en la realidad y que retorna para la película y a quien Carrey transforma en su enemigo también. Ya verán lo que sucedió allí. Y lo mismo pasa con Tony Clifton, otro personaje de Kaufman (un obseso, malhablado y agresivo cantante de salón), a quien Carrey personifica de la misma manera que lo hacía Andy: como si fuera otra persona, sin jamás admitir que eran ellos quienes estaban bajo su maquillaje. Y esto, ya verán cómo, tiene aristas aún más bizarras.
A lo extraño y divertido del material y de los comentarios de la gente a cámara entonces, casi siempre extrañados –aunque en un punto tampoco sabemos si no son parte del chiste, como lo que sucedió hace poco con Joaquin Phoenix cuando se pasó años «interpretando» a un rapero en cada aparición pública– hay que sumarle una única y larga entrevista a Carrey hoy, 20 años después. Barbado, más tranquilo, pausado, reflexivo y filosófico, el actor está muy lejos de la manía de entonces pero no tanto de sus ideas. En la conversación, en la que habla de manera por momentos muy emotiva de su historia familiar, reflexiona sobre los motivos que lo llevaron a él (y seguramente a muchos otros performers o actores) a vivir esa suerte de vida prestada y los efectos que eso tuvo en él en los años subsiguientes.
No conocemos realmente a Carrey como tampoco conocemos realmente a nadie. Y la película no hace más que explorar esa situación a fondo. Las provocaciones mediáticas de Kaufman, su necesidad de llamar la atención de las maneras más curiosas entonces imaginables, sus incontables «personas» probablemente anticipaban el universo de avatares virtuales en el que hoy nos hemos convertido, en donde nadie realmente sabe quién es la persona o personaje detrás de unas líneas e imágenes en una computadora. Y, en el caso de los actores o comediantes, para quienes el deseo de ser reconocidos más la inseguridad y el miedo que genera la propia tarea produce enormes conflictos de ego, eso es aún más fuerte. Ese «great beyond», ese enorme más allá, de no saber quién uno es cuando no es otro.
Excelente documental. Excelente crítica. .