Series: crítica de «The End of the Fucking World» (Temporada 1)

Series: crítica de «The End of the Fucking World» (Temporada 1)

por - Críticas, Estrenos, Series, Streaming
13 Ene, 2018 12:45 | 1 comentario

La serie británica que se puede ver por Netflix mezcla drama y comedia negra para contar la fuga de dos adolescentes torturados que se meten cada vez en problemas más y más complicados. Pese a utilizar recursos estilísticos y narrativos usados hasta el hartazgo en el cine de los ’90, la serie consigue tornarse apasionante gracias a sus dos notables personajes principales y los actores que los interpretan.

Series como THE END OF THE FUCKING WORLD (acá se puede usar la palabra sin asteriscos) no deberían funcionar –o no deberían hacerlo más–, pero funcionan. El misterio es definir la razón. Y no es fácil. Yo terminé de verla hace un par de días –sus ocho episodios de 20 minutos se consumen como una película larga, casi de una– y no logro explicar porqué, pese a todos los reparos que tengo con ella, me terminó atrapando y hasta emocionando. Trataré de sacarme las dudas escribiendo.

La serie británica que salió ahora por Netflix es una relectura de varios modelos del cine de los ’90, en especial el de aquellos guiones de Quentin Tarantino como TRUE ROMANCE y ASESINOS POR NATURALEZA –súmenle a eso unas gotas de CORAZON SALVAJE y THELMA & LOUISE–, con un sesgo adolescente pero con similares motivos narrativos: el crimen y la fuga (en este caso con el orden invertido) revestidos de cierta ironía, cambios de punto de vista y musicalización cool utilizada como canchero contrapunto a los sucesos en el modelo clásico «crimen violento + canción inocente de los ’50» y así. Es un sistema, para mí, bastante transitado y agotado, que ha tenido su cuarto de hora pero que hoy solo sobrevive en las cada vez más irritantes películas de Danny Boyle y Guy Ritchie, entre otros cultores originales de esos modelos.

Aquí, de hecho, cuando los dos adolescentes torturados –él, proyecto de psicópata con un historial denso y ella, teenager problemática de familia disfuncional– atraviesan el fuerte momento en el que su dubitativo escape familiar y tímido romance se transforma en una aventura criminal hecha y derecha, estuve a punto de abandonarla. Y más cuando aparecen las dos policías que, en plan bobalicón, los persiguen incorporándose a la trama como contrapunto supuestamente cómico. Me pareció el colmo de ese formato donde un crimen tremendo se vuelve material para el chiste fácil, Coen brothers-style.

Pero seguí adelante y en su segunda mitad la serie encuentra una serie de ejes emocionales que permiten que, más allá de sus continuas disrupciones estilísticas y narrativas un tanto innecesarias –guiños para un espectador con pretensión hipster, como bien lo demuestra la banda sonora armada por Graham Coxon, guitarrista de Blur–, esta adaptación de una novela gráfica de Charles S. Forsman logre ser bastante más que la suma de sus partes. ¿Cuál es el secreto? Calculo, supongo, no estoy seguro, pero apostaría que es por el carisma de los dos protagonistas y cómo sus evidentes perturbaciones van haciendo caer esa autogenerada fachada, ese avatar «rebelde» que se han creado para sobrevivir a sus conflictos familiares. El, desde el silencio misterioso e hipnótico de un pretendiente a asesino serial. Ella, desde la más prototípica teen rebelde y agresiva que patea a lo que se le ponga adelante. De a poco se va revelando que no son más que dos chicos asustados y superados por los acontecimientos. Pero acaso ya sea demasiado tarde para hacer como si nada hubiera sucedido.

Es que James (Alex Lawther) y Alyssa (Jessica Barden), gracias a las inspiradas interpretaciones de ambos actores, logran transformarse en algo más que los estereotipos que la serie plantea al principio. O, en realidad, si bien lo siguen siendo, uno empieza a creer que son seres humanos y no solo criaturas armadas para satisfacer los caprichos de un guionista o escritor. Si uno revisa las notas de producción de la serie se dará cuenta que hay un director hasta el cuarto episodio (Jonathan Entwistle), que el quinto lo comparte con una mujer (Lucy Tcherniak) y que de allí en adelante los dirige ella. Quizás, para los que todavía creemos que existe una posible teoría del autor aún dentro de un mundo regido, como es el de las series, por los showrunners/guionistas, ahí esté la diferencia, ya que es a partir del momento en el que cambia de manos que la serie mejora.

Aún así hay momentos en el muy dramático último episodio que son deudores del chiste cruel de esa primera parte (el uso de un teléfono, por ejemplo, o la aparición de las patéticas policías en cuestión), pero ahí uno ya ha entrado de lleno en el cuento. Los personajes, la pareja de chicos equivocándose a cada paso mientras tratan de arreglar el anterior, nos ha ganado y necesitamos saber qué será de sus vidas. El final, claro, permite suponer que este «final del fucking mundo» tal vez no haya sido tal y exista una segunda temporada. Se sabe, el mundo –al menos en la ficción– ya no termina tan claramente como antes…